La primera del año (Día 2): Ávila - Madrid

"El viajero transita por lugares que funcionan en él como los adjetivos, y el turista por lugares que funcionan en él como los verbos, de manera que al primero viajar le transforma y al segundo simplemente le suceden cosas". MARTA SAN MIGUEL – Antes del salto (2022)

Hace unos días, me volví casi “viral” en Twitter por una foto que tomé por casualidad. De vuelta a casa, en una tranquila tarde de pedaleo, me llamó la atención un almendro que emerge en ese descampado algo destartalado que se encuentra entre la M-40 y la tapia de El Pardo. Como de fondo se veía el skyline de Madrid, coloqué la bici en un lugar visible y disparé sin más, teniendo solamente en cuenta que los tres protagonistas quedasen dentro de un encuadre que, sin pretenderlo, resultó más que atractivo.

La foto en cuestión

Para mí, lo de menos son los me gusta (634), retuits (48) y comentarios (18) que ha tenido la instantánea, porque la realidad es que lo único que quería reflejar con ella es una realidad personal, la de que siempre compensa salir en bici, incluso en los días que, como aquel, me invadía la pereza, o en los que, como el sábado 22 de febrero, me levanté de la cama con las piernas de madera.

Aunque el antinflamatorio había hecho efecto y el cuádriceps izquierdo parecía tranquilo, la realidad es que mis extremidades inferiores no daban la sensación de estar muy por la labor de enfrentarse a otra larga jornada de pedaleo. Por ello, tras desayunar en la habitación del hostal (sólo me faltó el café), me pongo en marcha y agradezco con entusiasmo el paseo por Ávila que había preparado para los primeros kilómetros de la etapa. Gracias a él, voy quitando la carbonilla de las patas y entrando en calor. Además, disfruto del enorme placer de rodar por una bella ciudad en casi completa soledad.

La coqueta y atractiva Catedral  de Ávila

"Una vieja de Madrid con un sombrero,
un paraguas de papel de arroz y caña de bambú".

Plaza del Mercado Chico (Ávila)

Finalizado el tramo turístico, me despido de la ciudad amurallada por un camino que me deja claro que, durante la noche, ha caído una buena manta de agua. Y así, rodeando charcos y vislumbrando ya un horizonte luminoso, alcanzo la carretera que me llevará al primer ascenso del día, el alto de El Boquerón. Se trata de un puerto suave y llevadero -inédito por esta vertiente para mí-, pero debido al cansancio acumulado, activo la calculadora de fuerzas y opto por afrontarlo con enorme calma.

Rodeando charcos en busca de la luz

Subo el puerto buscando un centro de gravedad permanente, porque, en efecto, hoy la emisora mental ha decidido sintonizar al gran Franco Battiato. Y siempre que el maestro italiano toca en mi cerebro, se activan algunos recuerdos felices de mi infancia: de aquellos viajes rumbo a la playa de Gandía en un R-18 ranchera verde oliva, con mi hermana Arancha tumbada entre mi madre y yo, alguno de mis abuelos en el asiento de copiloto y mi padre canturreando unos temas que quedaron grabados a fuego en mi mente… Subo, por tanto, constatando el bien que me hacen estas escapadas ciclistas en las que los miedos, problemas,  frustraciones e inseguridades son barridos SIEMPRE por una profunda y maravillosa sensación de bienestar.

Un Boquerón para el desayuno..

"Capitanes valerosos, listos contrabandistas noctámbulos".

De este modo, y casi sin darme cuenta, me planto en el cartel del alto del puerto y me dispongo a encarar una bajada que ya conozco (en su momento subí y bajé por la misma vertiente) y que hoy se intuye aún más atractiva por el brillo verdoso de las montañas y el rotundo azul que ya comienza a dominar el cielo.

Un poquito de desenfoque en el puerto de El Boquerón

La preciosísima bajada de El Boquerón

El descenso, delicioso y embriagador, concluye al dejar a un lado la localidad de El Herradón e iniciarse de forma abrupta lo que, tras investigar por la red, he constatado que se llama alto de las Eras. Pasado el puente sobre el río de la Gaznata, la carretera comienza a empinarse rumbo a San Bartolomé de Pinares, donde, tras un demoledor tramo de empedrado, se transforma en una pista entre asfaltada y hormigonada que se retuerce entre curiosas formaciones rocosas. La subida es dura, con un kilómetro al 11,2 por ciento y tramos que se asoman puntualmente al 17, pero la realidad es que la supero con solvencia, recurriendo a mi cada vez más depurada técnica trazadora de eses y realizando un par de paradas técnicas para descansar para echar una merecida foto al entorno. Bueno, que me hubiese detenido en la citada localidad para tomar un rico café con leche en vaso grande, igual también tuvo algo que ver en mi percepción final del esfuerzo...

San Bartolomé de Pinares ya queda atrás

Hormigón = porcentajes demoledores

Una espectacular subida entre pedrolos

Desde la cima, coronada por un curioso poste en el que se marca la distancia a distintos puntos del mundo, se contempla un magnífico y refulgente paisaje que alimenta mis ganas de seguir saboreando una ruta que, durante todavía bastantes kilómetros, me conducirá por terrenos desconocidos. 

Apetece ir a Nueva Zelanda, pero me conformaré con la Puerta del Sol

"Jesuitas en acción vestidos como unos bonzos
en antiguas cortes con emperadores de la dinastía Ming"

Vistas espectaculares desde el alto de Las Eras

Tras un breve descenso, cruzo la AV-P-307 y me interno en un largo tramo de onduladas pistas que me llevará hasta las cercanías de Valdemaqueda. Tras la lluvia caída, el firme de las mismas se encuentra en el punto ideal y gracias a ello circulo con soltura, superando sin problemas los repechos y disfrutando de los tranquilos descensos. Los verdes campos han dado paso a frondosos pinares. Aquí y allá surgen pequeños rebaños de vacas que pastan sus anchas. Saludo a un ciclista que viene en sentido contrario. Paro a echar alguna foto. Canturreo. Y así, la verdad, me siento bastante feliz.

Pista cinco estrellas, rumbo a Valdemaqueda

Entre pinos y montañas, en esa franja de terreno que limita Ávila y Madrid

Un bonito y tranquilo sitio para pastar

La tierra se convierte de nuevo en asfalto poco antes de llegar a Valdemaqueda. A la salida del pueblo, hago un alto para comer algo y decido que no me voy a saltar un pequeño tramo de camino que circula bastante paralelo a la carretera que conduce hasta Robledo de Chavela. Era el típico sector que uno intuye que terminará esquivando por cualquier motivo real o no, pero al no encontrar justificación alguna en mi catálogo de excusas, me interno por él y disfruto de un agradable paseo en compañía del arroyo de Valsequillo. Eso sí, antes de llegar a la citada población, pequeño desmonte para cruzar el riachuelo por una tubería en dudoso estado y un rampón hasta la carretera principal. Minucias sin importancia.

Hacia Robledo de Chavela, con el Valsequillo como acompañante

Hasta Zarzalejo, toca encarar la penúltima gran subida del día, un camino pedregoso que arranca potente y que, tras superar dos puertas para control de ganado, ubicadas en ese punto exacto que permite recuperar el aliento, va perdiendo poco a poco pendiente hasta alcanzar una planicie desde la que se observa un interesante panorama. Desde ella, arranca el tramo más técnico de toda la ruta, una empinada bajada repleta de surcos y piedras que, afortunadamente, se diluye con cierta rapidez y da paso a una pista que, ya de nuevo en horizontal, me acercará hasta el pueblo madrileño.

A partir de aquí, toca apretar fuerte los frenos hasta, más o menos, donde pilla la vía

"Busco un centro de gravedad permanente
que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente,
yo necesito un... cerco un centro di gravità permanente
che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente.
Over and over again".

Ovejas pastando con el puerto de La Cruz Verde de fondo

En Zarzalejo, me detengo a comprar una Coca Cola en un pintoresco establecimiento en el que suelo parar muy habitualmente cada vez que ruedo por la zona (el de la china con tacones, que hoy no estaba, por cierto) y me dirijo hasta un minúsculo parque ubicado a su salida. Allí, bajo un agradable sol, me siento en un banco, estiro las piernas y degusto la bebida junto a uno de mis ya clásicos minibocadillos. La sensación que me invade es tan placentera que me tomo el asunto con enorme tranquilidad, sacando el máximo jugo a estos momentos que considero tan valiosos para mi alma.

Una parada que me supo a gloria

Finalizado el descanso, me pongo en marcha con ánimos requeterenovados y listo para encarar un tramito juguetón. Quizá una bici de gravel cargada con bolsas de bikepacking no es la montura más ideal para el par de sendas que voy a enlazar, pero como me las conozco muy bien, no dudo un instante en tirar por ellas. Además, en el sentido que llevo, tanto la colada de la Encrucijada como la de Fuentevieja tienen una ligera tendencia descendente y resulta absolutamente gozoso pilotar por ellas. Hay algún paso puntual un pelín técnico, pero en líneas generales se pueden superar sin problemas y con una sonrisa de oreja a oreja.

Un tramo juguetón de la colada de la Encrucijada

Y el siempre bello final de la colada de Fuentevieja

Consciente de que el panorama va a cambiar radicalmente, exprimo al máximo un sector de la ruta al que coloco, sin  dudar, cinco estrellas. Desde la cima del puerto de  El Boquerón hasta la Urbanización Mojadillas, el trayecto que he diseñado reúne los ingredientes ideales para disfrutar de una ruta en bici de gravel: zonas de asfalto solitarias, bajadas rápidas, subidas al límite, pistas infinitas, caminos con diferentes firmes, senderos ratoneros… Y todo ello en un entorno espectacular y cambiante. Para el recuerdo.

"En las calles era mayo y caminábamos juntos
cortando entre bromas manojos de ortigas".

Un punto negro que no desluce una grandísima ruta

Lástima que lo que viene después sea una de las carreteras más asquerosas de Madrid, la M-600. La alternativa para esquivarla pasaba por tirar directamente hacia Valdemorillo por un terreno, ya sí, muy complicado para rodar con peso, con fuertes subidas y bajadas, piedras, raíces, escalones y todo ese compendió de elementos que, en su momento, llevaron a esta localidad y su entorno a ser considerada como la cuna del MTB en España. Por ello, respiro hondo, conecto la luz trasera, abro el pequeño retrovisor que llevo en el manillar y me esfuerzo por salir del infierno lo antes posible. Aunque es un tramo en mayoritario descenso y se avanza con fluidez, llego a Villanueva de la Cañada saturado de tanto coche con prisas y tanto adelantamiento indiscriminado. Como ya he comentado alguna vez por aquí, cada vez lo llevo peor.

Por ello, y pese a que no reporta gran interés, decido alejarme cuanto antes del asfalto, dejar a un lado la, por otra parte, más o menos tranquila carretera que baja por la Raya del Palancar, y tomar una pista que discurre en paralelo y se vuelve a unir con la citada vía justo antes del puente que cruza el río Guadarrama.

Superado este largo afluente del Tajo, me lanzo a por la última gran subida del día. Hasta las inmediaciones de Boadilla, asciendo por una pista que cruza el monte de Romanillos, una preciosa dehesa de encinas y pinos que, por desgracia, sigue controlada en gran parte por -el nombre ya lo dice todo- Jacobo Hernando Fitz-James Stuart y Gómez, Duque de Berwick y tío de la Duquesa de Alba, quien se ha empeñado en convertir el bosque en su coto particular y ha ido colocando rejas metálicas en caminos que deberían ser de uso público. Ahora mismo, la zona vallada no es excesivamente grande, pero uno siempre cicla por estos lares con la sensación de que, en cualquier momento, va a aparecer un rancio señorito español y mucho español con escopeta.

Diciendo adiós a las montañas desde la dehesa de Romanillos

"No soporto ciertas modas,
la falsa música rock, la new wave española,
el free jazz, punkie inglés, ni la monserga africana".

Terminada la subida, que completo sin problemas y con una disfrutona tranquilidad, atravieso por asfalto el maremágnum de urbanizaciones que por aquí dominan el paisaje, cruzo la M-50 por un paso elevado, bordeo el Club de Golf Las Rejas y despacho el par de repechos previos a un parque Cuesta del Reventón en el que, sin necesidad alguna, pero con una total premeditación y hasta casi alevosía, me detengo a dar buena cuenta de las últimas viandas que me quedan y a, para que nos vamos a engañar, alargar un poco más una aventura que ya acaricia su final.

Tras el parón, tramito sin problema alguno un tramo que alterna asfalto y tierra entre urbanizaciones y me presento en la Casa de Campo. Desde lo alto de este reducto verde de la capital, me dejo caer hasta el Lago, saco una última foto junto al embarcadero, cruzo mi querido Puente del Rey y doy por finalizada mi primera aventura del año. Sinceramente, no esperaba disfrutar tanto. Creía que, por circular por muchas zonas conocidas, iba a quedar una ruta algo descafeinada, pero la realidad es que vuelvo a casa con la mente limpia, el corazón en calma y la sensación de haber completado un tan duro como bello trayecto. El primero, espero -toco madera, cruzo los dedos, busco un trébol de cuatro hojas…-, de los cuantiosos que, de un tipo u otro, quiere completar este año.

Pues ya estamos en casa. ¡Vaya rutón!

"Busco un centro de gravedad permanente,
que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente,
yo necesito un...
Cerco un centro di gravità permanente
che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente.
Over and over again".

(Franco Battiato – Centro de gravedad)


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 123,56 km. 

- Desnivel acumulado: 1.630 m.

- Velocidad media: 18,9 km/h

- Velocidad máxima: 58,8  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 6h 31' 27"

- Hora de salida: 08:16  

- Hora de llegada: 16:00





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