Rumbo al norte (día 2): Buitrago de Lozoya - Puerto de Somosierra - El Cubillo de Uceda

"Subir montañas en bici es un placer absurdo, como son absurdos los viajes sin motivos prácticos; como lo es, en fin, la vida. Y lo bien que nos lo pasamos, qué". ANDER IZAGUIRRE – Pirenaica (2018)

Posiblemente, con mis oídos a pleno rendimiento, habría detectado que la lluvia seguía cayendo nada más abrir los ojos, pero lo cierto es que no fue hasta que abandoné la cama y subí la persiana cuando constate que, tal y como anunciaban las previsiones, a esa hora de la mañana (07:30 h.), el cielo seguía descargando agua de forma tímida, pero constante.

Ya que no se esperaba que la lluvia remitiese hasta las 9, afronté el arranque del día con mucha calma. Tuve tiempo de sobra para cambiarme, dejar la bici de nuevo lista y tomarme un desayuno tan escaso como caro (ya hablaremos de esto en una entrada más adelante). Superada esta rutina, salí al ruedo ya cerca de la hora fijada con el chubasquero puesto y la idea de mojarme tanto como hiciese falta.

Afortunadamente, y como suele ocurrir en muchos casos, bastó con verme salir del hostal cubierto de plástico, para que el maneja los hilos decidiese que ya estaba bien de lluvia. Así, tras despedirme de Buitrago y encarar los primeros repechos, decido parar a la entrada de Gascones para quitarme una prenda que resulta muy molesta en cuanto hay que realizar el más mínimo esfuerzo.

Braojos de la Sierra, en el punto de mira

Por caminos en clara tendencia ascendente y con las piernas bastante ágiles, alcanzo con cierta rapidez el pueblo de Braojos de la Sierra. La lluvia de la noche ha dejado los caminos perfectamente compactados y la bici avanza con soltura. Eso sí, como también tengo claro que el día no ha hecho más que empezar, voy avanzando sin alardes, ahorrando energías.

Empieza lo bueno… y lo duro

Superada esta coqueta localidad, la ruta se adentra en terreno ya de alta montaña. Una recta tan larga como empinada acaba provocando mi primer ‘empujabike’ del día (segundo del viaje). Con tanta pendiente (superior al 12-13 por ciento) y el suelo sembrado de piedras, resulta casi absurdo intentar mantenerse sobre la bici, así que decido poner pie a tierra, caminar durante no más de 200 metros y aprovechar la ocasión para sacar un par de fotos y disfrutar de un paisaje que, tras la lluvia de la noche, emite un brillo espectacular.

La foto no hace justicia al desnivel...

Finalizado este tramo, encaro el primer sector conflictivo del día, una bajada que Koomot me había calificado como no apta para el tipo de bici seleccionado y que en Google Maps no terminaba de verse clara por la abundante vegetación. Sobre el terreno, el descenso resulta por momentos vertiginoso y complicado, pero tan solo me hace descabalgar en una ocasión para superar un par de escalones (segundo ‘empujabike’, o más bien ‘sujetabike’, en este caso). Además, el entorno por el que discurre es tan atractivo y sugerente que considero un rotundo acierto el haber trazado el recorrido por aquí, lejos del asfalto.

Qué bien le sienta la lluvia al paisaje.

Un tramo absolutamente delicioso.

Tras dejar atrás La Acebeda, emprendo el tramo de pista que une esta localidad con Robregordo. Me acuerdo aquí de Íñigo y Clara, una encantadora pareja de ciclistas con los que ya disfruté de este recorrido antaño y con los que, por entonces, coroné Somosierra por primera vez. Eso sí, aquel día el cielo tenía mejor pinta…

Alcanzado el sector de carretera previo a la cima del puerto, comienza de nuevo a chispear. Las nubes que habían huido del valle con celeridad se encuentran ahora atascadas en la parte alta y se dejan notar. Por un momento, se enciende el indicador de alerta de empapada, que en mi caso no es otro que el que emiten las zapatillas al brillar más de la cuenta. Como me queda un kilómetro escaso decido no detenerme  y avanzo con la idea de que me tocará hacer una parada igual más larga de lo prevista en lo alto. Una vez más, es pensar en el chubasquero y dejar de llover. De hecho, mis pies llegarán intactos a la cima y no me volverá a caer ni una sola gota en todo el día.

Coronar Somosierra me provoca  un subidón. Ya he cumplido mi objetivo de alcanzar el punto (casi) más al norte de la Comunidad de Madrid. Ahora, sólo queda volver a casa. Todo bajada… o no. 

Desde aquí, todo bajada...jajaja.

Sorpresas te da la ruta

Hechas las pertinentes fotos y tras saborear con calma el momento, reanudo la marcha por una sucesión de caminos que me obligarán a cruzar un arroyo cargado de agua, sumar el tercer empujabike del día (de apenas 100 metros) y, sobre todo, disfrutar de un fantástico sector a media ladera que me permitirá deleitarme con unas fantásticas vistas del valle ya casi completamente despejado.

Otro tramo para enmarcar.

En Majada Teresa, punto más alto del día y de la ruta (1.562 m.), hago otra breve parada y me voy concienciando de que lo que viene, por mucha bajada que sea, va a poner a prueba mi resistencia. El descenso hasta Horcajuelo de la Sierra, que ya conocía de una anterior ruta, se hace largo. La bici, con el peso, coge mucha inercia y hay que tirar con brío de freno para evitar salir volando en algunos de los pasos más pedregosos o al atravesar los surcos que van a ir apareciendo.

Majada Teresa, punto más alto de la ruta.

Sea como fuere, este tramo no será el más pestoso. Tras Horcajuelo, tenía la opción de avanzar por carretera hasta Pradena del Rincón, pero como me noto fresco, decido tirar por un camino que me permitirá retrasar el regreso al asfalto. Todo bajada… o no.

Este sector va a marcar el resto del día. Aunque es cierto que mantiene una tendencia descendente, el camino está salpicado de cortos y duros repechos, de puertas que abrir y cerrar, de piedras, raíces y escalones… Vamos, un terreno ideal, pero ideal para la BTT. Además, al salir finalmente a la carretera, constato que he perdido los bocadillos que llevaba (mal) atados en una bolsa a la malla trasera. Me da rabia más por el residuo que dejo que por otra cosa, ya que, a la larga, esta pérdida resultará positiva.

Y es que, tras certificar que me va a tocar parar a comer en alguno de los pueblos que vienen a continuación, decido tirar sin pensármelo mucho hasta Serrada de la Fuente. Allí, acierto al escoger el bar La Plaza donde, con una tremenda amabilidad, me preparan un plato combinado que me acaba sentando de maravilla, ¡y por un precio más que razonable!

No todo va a ser dar pedales.

Mientras como, valoro lo que me resta de día y tomo una, creo, sabia decisión. Hasta Robledillo de la Jara, con la idea de evitar el asfalto, había diseñado un bonito bucle, pero tras constatar que aún me queda mucho desnivel por salvar y considerar que me tengo que desviar 10 kilómetros hasta El Cubillo de Uceda para llegar al alojamiento del día, opto por saltarme este tramo y tirar directamente por carretera hasta el Collado de la Fragüela. Al final de la jornada, y tras el computo de kilómetros y desnivel, podré decir aquello de “las gallinas que entran por las que salen…”.

En Robledillo, tras un tramo de relajado pedaleo, unos simpáticos jóvenes me salen al paso y me dicen que la carretera que sube hacia el collado está cortada por la disputa de un rallye y que tengo que esperar una media hora para seguir. Dado que no tengo alternativa, apoyo la bici contra un cartel, me siento en el suelo y aprovecho para descansar y terminar de hacer la digestión. El parón me va a sentar genial, ya que después encararé la dura subida con energías renovadas y no tendré que retorcerme más de lo debido para completarla.

Subirán más rápido, pero no lo disfrutarán tanto.

Del temor a la euforia

De nuevo sobre caminos, me dispongo a recorrer otra espectacular fase de la ruta. Durante los próximos kilómetros, transitaré por una pista que permite disfrutar de unas fantásticas vistas del Embalse de El Atazar y de su entorno. Es un tramo irregular desde el punto de vista físico, con zonas de disfrute, pero también con duras subidas y algunos tramos de bajada complicados. De hecho, la parte final, la que nos dejará junto al río Lozoya, discurre por un sendero absolutamente intransitable para la bici. Durante este sujetabike de unos 500 metros que se me hacen eternos, se activará lo que yo denomino el cagómetro. Empiezo a pensar en que, dada la ola de cierres y prohibiciones que vivimos por estas montañas, es factible que hayan cortado el paso por la Presa de la Parra y me toque cruzar el río de malas maneras o saltar vallas. 

El Atazar siempre a la vista.

Afortunadamente, aunque figura un cartel de prohibido el paso, las puertas de entrada y salida del pequeño dique están abiertas y puedo cambiar de orilla sin problema. Además, pocos metros después, compruebo que han habilitado un puente para cruzar por otra zona y  que, de hecho, hay un cartel que indica una ruta de senderismo hacia El Atazar pueblo…

La Presa de la Parra, principio y fin de mis temores.

Apagadas ya las alarmas, encaro el sector junto al río con enorme calma. Es un tramo bellísimo, en el que se respira una tranquilidad increíble, y decido pedalearlo y paladearlo con suma tranquilidad. Además, sé que, poco después, me tocará encarar una dura subida para la que conviene reservar fuerzas.

Como suele pasar después de un largo tramo de cierta calma, las piernas tardan en aclimatarse al nuevo esfuerzo y los primeros metros de la subida se me atragantan un poco. Por suerte, poco a poco voy entrando en calor y empiezo a ganar altura con solvencia. A poco más de un kilómetro para el final, aparece a mi izquierda el precioso paraje de Las Cárcavas y entre las miradas que echo y los ánimos de una simpática senderista  alcanzo al fin la M-134. La piel de gallina y la enorme sonrisa que se dibuja en mi cara en este punto reflejan lo absurdamente fascinante que resulta viajar en bicicleta.

Las Cárcavas, un paisaje que impulsa.
Subidón, subidón...

Desde aquí, mi idea original era haber alcanzado Patones de Abajo o Torremocha del Jarama, pero dado que no pude encontrar un alojamiento a precio razonable, tuve que finalmente diseñar un inoportuno desvío hasta El Cubillo de Uceda. Diez kilómetros extra que, aunque de algún modo ya compensados con el atajo entre Serrada y Robledillo,  se me hacen largos por el cansancio acumulado y los tramos de subida. De hecho, no dudaré ni un segundo en parar en Uceda para sentarme en un banco y tomarme un Aquarius con un par de donuts.

Finalmente, tras algo más de seis horas de pedaleo, alcanzó la Pensión Stop, un humilde alojamiento en el que me tratarán de maravilla, me darán muy bien de cenar y en el que tendré la oportunidad de descansar con el objetivo de disfrutar del que ya intuyo será emotivo último día del viaje. Una vez más, siento que la felicidad se esconde por aquí cerca.

 

ALGUNOS DATOS:

- Distancia: 91,1 km.

- Desnivel acumulado: 2,120 m.

- Velocidad media: 15,17 km./h.

- Velocidad máxima: 61,41 km./h.

- Tiempo total de pedaleo: 6h 00’ 47”

- Hora de salida: 08:59

- Hora de llegada: 17:31

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