Rumbo al norte (día 2): Buitrago de Lozoya - Puerto de Somosierra - El Cubillo de Uceda
Posiblemente, con mis oídos a pleno rendimiento, habría detectado que la lluvia seguía cayendo nada más abrir los ojos, pero lo cierto es que no fue hasta que abandoné la cama y subí la persiana cuando constate que, tal y como anunciaban las previsiones, a esa hora de la mañana (07:30 h.), el cielo seguía descargando agua de forma tímida, pero constante.
Ya que no se esperaba que la lluvia remitiese hasta las 9, afronté
el arranque del día con mucha calma. Tuve tiempo de sobra para cambiarme, dejar
la bici de nuevo lista y tomarme un desayuno tan escaso como caro (ya
hablaremos de esto en una entrada más adelante). Superada esta rutina, salí al
ruedo ya cerca de la hora fijada con el chubasquero puesto y la idea de mojarme
tanto como hiciese falta.
Afortunadamente, y como suele ocurrir en muchos casos, bastó
con verme salir del hostal cubierto de plástico, para que el maneja los hilos
decidiese que ya estaba bien de lluvia. Así, tras despedirme de Buitrago y
encarar los primeros repechos, decido parar a la entrada de Gascones para
quitarme una prenda que resulta muy molesta en cuanto hay que realizar el más
mínimo esfuerzo.
Braojos de la Sierra, en el punto de mira |
Por caminos en clara tendencia ascendente y con las piernas bastante ágiles, alcanzo con cierta rapidez el pueblo de Braojos de la Sierra. La lluvia de la noche ha dejado los caminos perfectamente compactados y la bici avanza con soltura. Eso sí, como también tengo claro que el día no ha hecho más que empezar, voy avanzando sin alardes, ahorrando energías.
Empieza lo bueno… y lo duro
Superada esta coqueta localidad, la ruta se adentra en
terreno ya de alta montaña. Una recta tan larga como empinada acaba provocando
mi primer ‘empujabike’ del día (segundo del viaje). Con tanta pendiente
(superior al 12-13 por ciento) y el suelo sembrado de piedras, resulta casi
absurdo intentar mantenerse sobre la bici, así que decido poner pie a tierra,
caminar durante no más de 200 metros y aprovechar la ocasión para sacar un par
de fotos y disfrutar de un paisaje que, tras la lluvia de la noche, emite un
brillo espectacular.
La foto no hace justicia al desnivel... |
Finalizado este tramo, encaro el primer sector conflictivo del día, una bajada que Koomot me había calificado como no apta para el tipo de bici seleccionado y que en Google Maps no terminaba de verse clara por la abundante vegetación. Sobre el terreno, el descenso resulta por momentos vertiginoso y complicado, pero tan solo me hace descabalgar en una ocasión para superar un par de escalones (segundo ‘empujabike’, o más bien ‘sujetabike’, en este caso). Además, el entorno por el que discurre es tan atractivo y sugerente que considero un rotundo acierto el haber trazado el recorrido por aquí, lejos del asfalto.
Qué bien le sienta la lluvia al paisaje. |
Un tramo absolutamente delicioso. |
Tras dejar atrás La Acebeda, emprendo el tramo de pista que une esta localidad con Robregordo. Me acuerdo aquí de Íñigo y Clara, una encantadora pareja de ciclistas con los que ya disfruté de este recorrido antaño y con los que, por entonces, coroné Somosierra por primera vez. Eso sí, aquel día el cielo tenía mejor pinta…
Alcanzado el sector de carretera previo a la cima del
puerto, comienza de nuevo a chispear. Las nubes que habían huido del valle con
celeridad se encuentran ahora atascadas en la parte alta y se dejan notar. Por un momento, se enciende
el indicador de alerta de empapada, que en mi caso no es otro que el que emiten
las zapatillas al brillar más de la cuenta. Como me queda un kilómetro escaso
decido no detenerme y avanzo con la idea
de que me tocará hacer una parada igual más larga de lo prevista en lo alto.
Una vez más, es pensar en el chubasquero y dejar de llover. De hecho, mis pies
llegarán intactos a la cima y no me volverá a caer ni una sola gota en todo el
día.
Coronar Somosierra me provoca un subidón. Ya he cumplido mi objetivo de alcanzar el punto (casi) más al norte de la Comunidad de Madrid. Ahora, sólo queda volver a casa. Todo bajada… o no.
Desde aquí, todo bajada...jajaja. |
Sorpresas te da la ruta
Hechas las pertinentes fotos y tras saborear con calma el
momento, reanudo la marcha por una sucesión de caminos que me obligarán a
cruzar un arroyo cargado de agua, sumar el tercer empujabike del día (de
apenas 100 metros) y, sobre todo, disfrutar de un fantástico sector a media
ladera que me permitirá deleitarme con unas fantásticas vistas del valle ya casi completamente despejado.
Otro tramo para enmarcar. |
En Majada Teresa, punto más alto del día y de la ruta (1.562 m.), hago otra breve parada y me voy concienciando de que lo que viene, por mucha bajada que sea, va a poner a prueba mi resistencia. El descenso hasta Horcajuelo de la Sierra, que ya conocía de una anterior ruta, se hace largo. La bici, con el peso, coge mucha inercia y hay que tirar con brío de freno para evitar salir volando en algunos de los pasos más pedregosos o al atravesar los surcos que van a ir apareciendo.
Majada Teresa, punto más alto de la ruta. |
Sea como fuere, este tramo no será el más pestoso. Tras Horcajuelo, tenía la opción de avanzar por carretera hasta Pradena del Rincón, pero como me noto fresco, decido tirar por un camino que me permitirá retrasar el regreso al asfalto. Todo bajada… o no.
Este sector va a marcar el resto del día. Aunque es cierto
que mantiene una tendencia descendente, el camino está salpicado de cortos y
duros repechos, de puertas que abrir y cerrar, de piedras, raíces y escalones…
Vamos, un terreno ideal, pero ideal para la BTT. Además, al salir finalmente a
la carretera, constato que he perdido los bocadillos que llevaba (mal) atados
en una bolsa a la malla trasera. Me da rabia más por el residuo que dejo que
por otra cosa, ya que, a la larga, esta pérdida resultará positiva.
Y es que, tras certificar que me va a tocar parar a comer en
alguno de los pueblos que vienen a continuación, decido tirar sin pensármelo
mucho hasta Serrada de la Fuente. Allí, acierto al escoger el bar La Plaza donde, con una tremenda amabilidad, me preparan un plato combinado que me acaba
sentando de maravilla, ¡y por un precio más que razonable!
No todo va a ser dar pedales. |
Mientras como, valoro lo que me resta de día y tomo una, creo, sabia decisión. Hasta Robledillo de la Jara, con la idea de evitar el asfalto, había diseñado un bonito bucle, pero tras constatar que aún me queda mucho desnivel por salvar y considerar que me tengo que desviar 10 kilómetros hasta El Cubillo de Uceda para llegar al alojamiento del día, opto por saltarme este tramo y tirar directamente por carretera hasta el Collado de la Fragüela. Al final de la jornada, y tras el computo de kilómetros y desnivel, podré decir aquello de “las gallinas que entran por las que salen…”.
En Robledillo, tras un tramo de relajado pedaleo, unos simpáticos
jóvenes me salen al paso y me dicen que la carretera que sube hacia el collado
está cortada por la disputa de un rallye y que tengo que esperar una media hora
para seguir. Dado que no tengo alternativa, apoyo la bici contra un cartel, me
siento en el suelo y aprovecho para descansar y terminar de hacer la digestión.
El parón me va a sentar genial, ya que después encararé la dura subida con
energías renovadas y no tendré que retorcerme más de lo debido para
completarla.
Subirán más rápido, pero no lo disfrutarán tanto. |
Del temor a la euforia
De nuevo sobre caminos, me dispongo a recorrer otra
espectacular fase de la ruta. Durante los próximos kilómetros, transitaré por
una pista que permite disfrutar de unas fantásticas vistas del Embalse de El Atazar y de su entorno. Es un tramo irregular desde el punto de vista físico,
con zonas de disfrute, pero también con duras subidas y algunos tramos de
bajada complicados. De hecho, la parte final, la que nos dejará junto al río Lozoya,
discurre por un sendero absolutamente intransitable para la bici. Durante este sujetabike de unos 500 metros que se me hacen eternos, se activará lo que yo denomino el cagómetro.
Empiezo a pensar en que, dada la ola de cierres y prohibiciones que vivimos por
estas montañas, es factible que hayan cortado el paso por la Presa de la Parra
y me toque cruzar el río de malas maneras o saltar vallas.
El Atazar siempre a la vista. |
Afortunadamente, aunque figura un cartel de prohibido el paso, las puertas de entrada y salida del pequeño dique están abiertas y puedo cambiar de orilla sin problema. Además, pocos metros después, compruebo que han habilitado un puente para cruzar por otra zona y que, de hecho, hay un cartel que indica una ruta de senderismo hacia El Atazar pueblo…
La Presa de la Parra, principio y fin de mis temores. |
Apagadas ya las alarmas, encaro el sector junto al río con enorme calma. Es un tramo bellísimo, en el que se respira una tranquilidad increíble, y decido pedalearlo y paladearlo con suma tranquilidad. Además, sé que, poco después, me tocará encarar una dura subida para la que conviene reservar fuerzas.
Como suele pasar después de un largo tramo de cierta calma,
las piernas tardan en aclimatarse al nuevo esfuerzo y los primeros metros de la
subida se me atragantan un poco. Por suerte, poco a poco voy entrando en calor
y empiezo a ganar altura con solvencia. A poco más de un kilómetro para el
final, aparece a mi izquierda el precioso paraje de Las Cárcavas y entre las
miradas que echo y los ánimos de una simpática senderista alcanzo al fin la M-134. La piel de gallina y
la enorme sonrisa que se dibuja en mi cara en este punto reflejan lo
absurdamente fascinante que resulta viajar en bicicleta.
Las Cárcavas, un paisaje que impulsa. |
Subidón, subidón... |
Desde aquí, mi idea original era haber alcanzado Patones de Abajo o Torremocha del Jarama, pero dado que no pude encontrar un alojamiento a precio razonable, tuve que finalmente diseñar un inoportuno desvío hasta El Cubillo de Uceda. Diez kilómetros extra que, aunque de algún modo ya compensados con el atajo entre Serrada y Robledillo, se me hacen largos por el cansancio acumulado y los tramos de subida. De hecho, no dudaré ni un segundo en parar en Uceda para sentarme en un banco y tomarme un Aquarius con un par de donuts.
Finalmente, tras algo más de seis horas de pedaleo, alcanzó la Pensión Stop,
un humilde alojamiento en el que me tratarán de maravilla, me darán muy bien de
cenar y en el que tendré la oportunidad de descansar con el objetivo de
disfrutar del que ya intuyo será emotivo último día del viaje. Una vez más,
siento que la felicidad se esconde por aquí cerca.
ALGUNOS DATOS:
- Distancia: 91,1 km.
- Desnivel acumulado: 2,120 m.
- Velocidad media: 15,17 km./h.
- Velocidad máxima: 61,41 km./h.
- Tiempo total de pedaleo: 6h 00’ 47”
- Hora de salida: 08:59
- Hora de llegada: 17:31
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