La primera del año (Día 1): Madrid - Ávila
“La razón es que Filimore ha esperado demasiado, y a cierta
edad esperar cuesta un gran trabajo, ya no se recobra la fe de cuando se tenía
veinte años”. DINO BUZZATI – El desierto de los tártaros (1940)
Desde hace unos años, mi cuesta de enero concluye cuando, al
fin, puedo disfrutar de la primera gran aventura sobre ruedas. En 2024, el
ascenso resultó insufrible, porque mi estreno no se produjo hasta abril.
Además, cuando llegó el anhelado momento de disfrutar de una ruta que había preparado con mimo por las hoces del Cabriel y el Júcar, me puse enfermo y me
vi obligado a penar mucho más de la cuenta y a recortar el recorrido.
Con el objetivo de evitarme una dosis de ansiedad extra (que
ya bastante tengo con la que me acompaña a diario), para este 2025 aposté por
la idea de realizar una escapada o gran ruta por mes. Pero
enero arrancó torcido, por compromisos de diversa índole y un clima no del todo
idóneo para pedalear con tranquilidad, por lo que no ha sido hasta esta recta
final de febrero cuando, por fin, he podido debutar.
Para esta primera aventurilla del año, me decanté por dar
forma a una idea que venía largo tiempo rondándome la cabeza: la de realizar un
trayecto circular entre Madrid y Ávila, evitando en lo posible zonas de alta
densidad de tráfico y explorando algunos tramos que, pese a la cercanía, me
seguían resultado desconocidos. El resultado ha sido una ruta, creo,
espectacular. Pero ya hablaremos de ello. Por el momento, toca relatar lo
sucedido en el primero de los dos días de esta experiencia.
Viernes 23 de febrero. Salgo de casa con una mezcla de
ilusión y miedo. Ya voy teniendo experiencia, pero soy incapaz de quitarme
algunos fantasmas de la cabeza. “ Y si esto y si lo otro, y si y si…”
Afortunadamente, ya sé que ese gusanillo de angustia se deshace pronto y que lo
que luego queda es la inigualable sensación de enfrentarse a lo “desconocido”.
Lo pongo entre comillas, claro, porque en esta ruta me iba a tocar transitar
por lugares que casi tengo cartografiados al detalle en mi cabeza.
Mi kilómetro 0 particular, el Puente del Rey |
Durante los primeros 21 kilómetros, soledad y frenesí chocan
frontalmente. De lo primero, encuentro a paladas en una, a estas tempranas
horas, desierta Casa de Campo y en un Monte del Pilar que viene a ser como una
gran isla vegetal en medio de un océano de urbanizaciones. De lo segundo, por
su parte, sufro considerablemente al atravesar Aravaca, Pozuelo y Majadahonda.
Aunque transito por calles secundarias, parques y carriles bici, me toca lidiar
con multitud de conductores enfurruñados por tener que madrugar, temerarias
camionetas de reparto, hordas de ruidosos escolares y perros sueltos. En fin, el cóctel mañanero clásico.
La tapia de la Casa de Campo, una extensión de mi casa |
Al fin, tras dejar atrás la citada Majadahonda, salgo ya a
un sector del recorrido en el que predominarán los caminos, los pueblos más
tranquilos y la anhelada la calma. La lástima es que en este primer tramo que
me llevará hasta el río Guadarrama, las siempre agradables vistas que por allí
suelen ofrecerse, quedan empañadas por una niebla cada vez más cercana que tapa
la cara más bella de la montaña.
Al fondo debería verse la Sierra de Guadarrama, lo prometo |
Al tiempo que tarareo la melodía del día -una de esas
canciones que me arrebató la sordera y que he logrado recuperar a base
paciencia y memoria- ciclo por caminos mil y una vez rodados y supero sin mayor
noticia la urbanización de Villafranca del Castillo y una esquinazo de
Villanueva del Pardillo. Lo hago reservando la mayor cantidad de fuerzas
posibles, consciente de que a partir del modesto aeródromo de este último
pueblo, se irán encadenando diversas subidas y sectores algo más exigentes.
En la primera, camino a Colmenarejo, ya constato que, como
en otras ocasiones, el primer día que uno carga con peso extra es complicado
sentirse cómodo. Intento buscar un ritmo, pero no termino de dar con ello. Subo
y bajo piñones, me pongo de pie, me siento… Uff, pinta duro el día. Pero como
en esto de la bici la mente juega un papel decisivo, es ver que voy recortando
distancias a un grupo de tres bikers que van por delante y animarme lo
suficiente para terminar esta zona con una primera sonrisa. "¡No estamos tan
mal!", querido Dwarfcu.
Llegando a Colmenarejo, por la pista del aeródromo |
Atravieso Colmenarejo, localidad que conozco a la perfección, y me dejo caer hasta el pantano de Valmayor con la idea de disfrutar de un tramito de senderos juguetones por los que me encantaba rodar cuando vivía en esta zona. Aunque están bastante cambiados y han surgido un montón de chicken lines en los lugares que eran pelín complicados, alcanzó el final de la Urbanización Los Arroyos con la sensación de que, pese a las bolsas, la bici sigue comportándose francamente bien en terreno ratonero.
El Embalse de Valmayor, terreno más que conocido |
Hasta El Escorial, lo que toca es pedalear y abrir (y
cerrar) las numerosas cancelas (hasta 7) que salpican este tramo de camino que,
por otra parte, resulta bastante agradable y llevadero y que, además, permite
alcanzar la bella localidad serrana sin tener que tocar las carreteras que, por
estos lares, siempre suelen ir muy cargadas de tráfico.
Una vez alcanzado el núcleo urbano, toca penar hasta su
parte alta. La subida hasta el Monasterio se hace dura, pero solo será el
preludio de lo que está por venir. Aunque por un momento se me había pasado por
la cabeza subir del tirón hasta la cima de Abantos para ya allí hacer una
parada, la cierta flojera que me acompaña y, sobre todo, la niebla que se
atisba en la parte alta me animan a sentarme cinco minutos en un banco a
comerme un pequeño bocadillo que me había preparado por la mañana.
Cuesta alcanzarlo, pero siempre compensa |
Con el depósito lleno, encaro el ascenso del puerto. Mira que
he subido veces por aquí y que me conozco al dedillo las rampas, las curvas y
los descansos, pero ni por esas consigo subir cómodo. Siento que la bici pesa
una tonelada y que mis cuádriceps izquierdo, fuente inagotable de problemas,
hoy no quiere sufrir. Por si fuera poco, tampoco puedo consolarme con las
vistas, ya que la neblina va ganando terreno y difumina considerablemente el
entorno.
¡Qué poco lucen hoy las vistas! |
Mal que bien, me presento en ese tramo previo al Alto del Malagón que se hace duro hasta cuando subes sacando brillo al molinillo de la btt. Meto la dignidad, que así es como llamo al último piñón de mi bici (un 44), aprieto dientes y a base de riñonazos y eses voy salvando este infernal kilómetro y medio. Finalizada la tortura, sigo avanzando muy despacio hasta Abantos por una zona de pendientes más moderadas y una excelente panorámica que hoy es un mar de niebla que apenas permite ver a más de 100 metros de distancia.
Se ha hecho hoy duro llegar hasta aquí... |
"Oh machines make our lives today
"Magníficas vistas" desde el puerto de Abantos |
La parada en la cima, donde ya sopla un aire inquietante, se
reduce a una foto del cartel y una testimonial de lo que se ve alrededor, que
es entre poco y nada. Acto seguido, reemprendo la marcha con la idea de no
quedarme frio y llegar cuanto antes al punto en el que el entorno dejará de
resultarme conocido. Afortunadamente, por esta cara de la montaña, la niebla se
ha disipado lo suficiente como para poder ir de nuevo relajando la vista.
Por esta cara, la cosa tiene mejor pinta |
Antes de llegar a Peguerinos, abandono la pista asfaltada
por la que vengo transitando desde que coroné el puerto, cruzo la curiosa
Urbanización Las Damas, un conglomerado de casas variopintas en mitad de la
montaña, y me interno por terrenos ignotos. Lo hago con una mezcla de
curiosidad y prudencia, ya que, por lo visto a través de Google Maps, tocará
atravesar algún tramo complicado.
El objetivo ahora es llegar hasta el recóndito embalse de Valtravieso para, desde allí, escalar hasta la pista de los aerogeneradores que
conduce al puerto de la Lancha. Por el camino, tocará atravesar la Dehesa
de La Cepeda, un pequeño enclave que hasta 1833 perteneció a Segovia y que,
ahora mismo, forma parte de Madrid. Un mini Condado de Treviño con una historia curiosa y que, a día de hoy, no alberga más que unas cuantas explotaciones
ganaderas, algunas de ellas ya abandonadas.
Rumbo a la Dehesa de La Cepeda |
El tránsito por esta zona implica un leve y constante sube y
baja, abrir y cerrar numerosas cancelas, saludar a multitud de vacas que pastan a sus anchas y
pilotar con cuidado por caminos cada vez más olvidados. Finalmente, cuando uno
ya se siente engullido por esta nada en mitad de la nada, aparece en el
horizonte el embalse y la inquietud desaparece.
Caminos que se pierden entre casas abandonadas |
Al fondo, y al fin, Valtravieso |
En Valtravieso, donde sopla un aire endemoniado, paro lo
justo para echar otra foto y tomar una pista de nuevo asfaltada que irá ganando
metros en busca de unos aerogeneradores que, de repente, comienzan a asomar detrás
de la niebla. La subida resulta realmente dura, pero al menos permite disfrutar
de un entorno magnífico. Llegado a este punto, ya con la tranquilidad que da el
saberse no tan aislado, me congratulo de haber trazado el track por un paraje
tan agreste y solitario. Otro
momento que quedará para el recuerdo.
Una foto y a correr, que sopla un aire de locos |
Ganando altura |
Alcanzar la dichosa pista de los modernos molinos de viento requerirá de un esfuerzo importante, ya que tras un breve descanso, el asfalto desaparece y toca de nuevo retorcerse sobre arena para superar una larga rampa de doble dígito. Una vez sobre la cresta de la montaña, lo que se atisba es un pequeño falso llano que acaba en un nuevo rampón, que no será el último, ya que, hasta llegar a La Lancha, se sucederá la misma tónica. En todo este tramo, alterno zonas de claros con otras en la que la niebla domina por completo. Su velado manto, sumado al inquietante zumbido de los molinos y al fuerte viento reinante convierten estos kilómetros en una experiencia cercana a lo paranormal…
Aerogeneradores, niebla y rampones |
Ya en La Lancha, me detengo a degustar un trozo de empanada
que también portaba pacientemente en la bolsa delantera. El asunto es que el
clima resulta tan desapacible a 1.485 metros de altitud que me como sólo la mitad
y guardo el resto para un momento más propicio. Justo en este impasse, un
todoterreno de la empresa que controla los aerogeneradores se detiene en el
alto. Su conductor se baja del vehículo para abrir la cancela que da acceso al
siguiente tramo de pista y yo aprovecho el momento para acercarme y confirmar
si la ruta que sigo tiene salida. Por internet, he leído algo de una valla con
un cartel de prohibido el paso, de atravesar una finca con ganado bravo, de
caminos que desaparecen… y quiero saber en qué lío me puedo meter. El operario,
con gran amabilidad, confirma que, llegado un
punto, se puede bajar sin problemas hacia la izquierda, pero que, por la
derecha, está todo vallado y no sabe si se podrá pasar. Entre el viento, la
niebla y el cansancio incipiente, tiro de prudencia y activo el plan B:
descender por carretera el puerto y enlazar con el track algo más adelante, en
Urraca Miguel.
La Lancha, un puerto ventoso |
Aunque siempre me fastidia saltarme el plan inicial, asumo que el cambio ha sido tan sensato como agradecido, ya que, aunque no resto ni un solo kilómetro, avanzo a mayor velocidad y apenas gasto un ápice de las escasas fuerzas que me van quedando. Además, desde abajo, compruebo que la niebla sigue reinando en la cumbre de la montaña y que apenas habría podido disfrutar de las vistas.
La cómoda bajada de La Lancha |
En Urraca Miguel (larga vida a los nombres de los pueblos castellanos) devoro el trozo de empanada que me quedaba y aprovecho la parada para contestar un par de whatsapps. En uno, le digo a mi madre que me quedan unos 20 kilómetros ya “fáciles”, adjetivo que me arrepiento de escribir en cuanto le doy a enviar. Y es que, lo que resta hasta Ávila es un llamativo carril bici por mitad del campo que no implica problema alguno a la hora de rodar, pero que depara un ya a estas alturas largo tramo de leve e implacable subida que se hará especialmente pesado tras pasar por Bernuy-Salinero. Aunque me entretengo escudriñando los numerosos y atractivos senderitos que salen a izquierda y derecha y me imagino rodando por ellos a buena velocidad en mi btt, la verdad es que cuando por fin diviso la ciudad amurallada, lo hago realmente cansado.
A la izquierda, el carril bici que se irá empinando tras pasar Bernuy-Salinero |
Para cerrar el día, el track me envía hacia una finca
vallada y ante la nunca contemplada idea de dar marcha atrás, decido rodearla
por un sendero que discurre pegado a la alambrada. Al principio, resulta hasta
divertido, pero justo antes de desembocar ya en las primeras calles abulenses,
me brinda un breve rock garden que decido pasar desmontado. El cupo de
empujabike, por tanto, cubierto.
El 'empujabike' que no falte |
Aunque mis piernas, y en especial mi cuádriceps izquierdo,
me piden ir directamente al hostal, me desvío tímidamente para realizar una
última foto de la bici junto a las murallas (la de la portada del post). Lo suyo habría sido subir hasta
Los Cuatro Postes -¿verdad, querido Rubén?- pero ya no tengo el cuerpo para más
trotes. De hecho, tras dar por concluida la jornada de pedaleo, hacer una
pequeña compra, dar un breve paseo y cenar, me meto en la cama tocado
muscularmente, tanto que, contra mis principios, decido tomarme un antinflamatorio
para ver si logro bajar el elevado nivel de sobrecarga de mi pierna izquierda.
Veremos, me digo, mientras, en cualquier caso, hago un balance positivo de otra
dura, bonita y memorable ruta.
Basílica de los santos Vicente, Sabina y Cristeta (Ávila) |
(Ocean
Colour Scene – Mechanical wonder)
ALGUNOS DATOS
- Distancia: 143,80 km.
- Desnivel acumulado: 2.542 m.
- Velocidad media: 17,2 km/h
- Velocidad máxima: 59,8 km/h
- Tiempo total de pedaleo: 8h 22' 00"
- Hora de salida: 08:23
- Hora de llegada: 17:51
Buena primera aventura del 2025. Empezar un viaje con esa sensación que indicas de miedo e ilusión es siempre un buen punto de partida. Un saludo.
ResponderEliminarLa verdad es que superó mis expectativas. Pensaba que por rodar cerca de casa iba a quedar descafeinada, pero disfruté mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar, Samuel. ¡Un saludo!
"No estamos tan mal" ñiñiñi, ñiñiñi, ñiñiñi. ¡Anda! Más quisiera estar medio planeta en tu forma física!
ResponderEliminarGrande, JC!
Pues cuando vamos juntos bien que me aprietas con tus ritmos infernales, jajaja.
Eliminar¡Un abrazo!