Por el camino más largo (Día 6): Pastrana - Madrid

“Y quería creer que todos ellos, los que escribían hermosos libros y los héroes imaginarios, habían hecho de él un hombre valiente. Pensó también que él, Jaime Arbal, no era al fin más que un hombre perplejo”. JAVIER REVERTE – Todos los sueños del mundo (1999)

Muchas veces me preguntan si hay que estar muy entrenado para hacer estas rutas. Y mi respuesta es siempre la misma: viajar en bicicleta es más una cuestión mental que física. Cierto es que el bagaje previo resulta decisivo y que sin un mínimo de experiencia resulta casi imposible afrontar el reto, pero tanto o más real es que, si la cabeza no quiere, por muchas fuerzas que tengas, cualquier ruta puede hacerse pesada.

Y mi cabeza, al sexto día, se levantó perezosa. La intuición de que el paisaje iba a depararme ya pocas alegrías y la sensación de que entrar en Madrid iba a resultar una experiencia aburrida me llevó a encarar la jornada con el ánimo algo tocado. Confiaba en que la euforia de alcanzar el objetivo final me ayudase a ir levantando poco a  poco la moral, pero, de momento, en mi cerebro solo revoloteaba el pensamiento de que la jornada iba a ser más dura de lo que decía el desnivel.

“Qué es esa luz brutal,
que ciega hasta quemar
retinas, voluntades
y algo más”
.

Por si fuera poco, las consecuencias de haber abandonado, por pura supervivencia, la dieta sin gluten cada vez eran más palpables. Por eso, aunque tenía comida de sobra para desayunar, opto por no llenarme mucho e ir asentando el estómago con el paso de los kilómetros.

Tras hacer una foto junto al Palacio Ducal, emprendo la marcha por una pequeña carretera que pronto se transformará en camino y me servirá para completar un pleno: el de ver ciervos/gamos/corzos cada día. De hecho, son tres los que pasan velozmente unos metros por delante de mí y desaparecen después en la oscuridad de un pinar cercano.

“Siempre nos pasa igual
y cada amanecer
decimos
no volverá a suceder”
.

Despidiéndome de la Duquesa de Éboli

De nuevo sobre asfalto, supero los Sotos del Río Tajo y, tras coronar una pequeña subida, me dejo caer hasta Zorita de los Canes. A los pies de su curioso castillo, me detengo, tiro una foto y constato que hoy, al menos, el calor no va a ser un problema. Es más, ya intuyo que seguramente no veré el sol en toda la jornada. Algo es algo, después de lo vivido.

El Tajo, fiel compañero de viaje
Cielo ceniza en Zorita de los Canes

De camino a Mondéjar, lugar previsto para la primera parada, combino asfalto y tierra y recibo las primeras dos de las cuatro gotas que me caerán durante el día. Además, certifico que la rueda trasera ha perdido algo de presión y que igual me tocará parar en la gasolinera de la citada localidad para darle aire, ya que parece más la consecuencia de un tímido llantazo que de un pinchazo. Ambas circunstancias, en realidad irrelevantes, me sirven de excusa para saltarme el tramo de camino desde Albares, continuar por carretera y adelantar así mi hora de desayuno.

“Sé que no hay nada que hacer,
sólo nos quedar correr, saltar
sin red,
tal vez consigas volar
como solías hacer
cuando creías en mí”.

Castillo de Almoguera, de camino a Mondéjar

Tras hacer una última concesión al gluten y tomarme un par de tostadas en la plaza de este bonito pueblo alcarreño, compr algo de fruta, cumplo el trámite de darle presión a la rueda y encaro un agradable y vistoso tramo de la Vía Verde del Tajuña hasta Ambite. Por el camino, cruzaré el último límite provincial del viaje y haré mi entrada en la Comunidad de Madrid.

Vía Verde del Tajuña, un buen lugar para pedalear con calma

Salgo de Ambite por carretera y tras parar en el curioso y remozado Monumento a los Ojos, dudo si continuar hasta Villar del Olmo por asfalto o tierra. Mi cabeza se está desconectando demasiado y me pide la teórica comodidad de la carretera, pero mi corazón aún cree que merece la pena tirar por camino. Opto por lo segundo, pero pocos metros más adelante, y tras constatar que la pista presenta un terreno complicado y transcurre paralela a la carretera, acabo haciendo caso a mi cerebro…

“Qué se puede esperar
de la mediocridad,
de este pozo sin fondo
que al hablar…”

El llamativo y renovado Monumento a los Ojos

Hasta Nuevo Baztán, encaro una buena subida en la que me caerán las dos gotas restantes y en la que comprobaré que, hoy sí, mis piernas no giran con soltura. Buena excusa para detenerme en este curioso enclave y disfrutar de un pincho de tortilla y un Aquarius junto al precioso Palacio de Goyeneche, una joya del barroco desconocida por muchos madrileños.

Palacio de Goyeneche, marco inigualable para degustar un pincho de tortilla

Desde aquí hasta Madrid, siempre que circule por carretera, me cruzaré con numerosos ciclistas que, como es típico en la capital y sus cercanías, apenas  me devolverán  el saludo. Debe ser cosa de provincianos… Sea como fuere, y ya que he recargado el depósito por segunda vez, me decido a ser de nuevo lo más fiel posible al recorrido marcado y, tras superar la urbanización Eurovillas, regreso a los caminos.

“… nos devuelve la voz,
va multiplicando el dolor
y es que a veces la distancia
no se mide en kilómetros”.

El terreno hasta Pozuelo del Rey no revestirá complicación alguna, pero pasada esta localidad, empezaré a dejar atrás las pistas compactadas para internarme por algún que otro sendero bastante curioso y otras zonas salpicadas de bancos de arena. Será el preludio a la encerrona que me espera a la salida de Campo Real.

El último sendero ciclable...

Pasada esta localidad, en la que por no revisar el track realizo un callejeo innecesario, tomo un camino que, en principio, tiene buena pinta. Nada más lejos de la realidad, en menos de un kilómetro, este se interna por el cauce de un arroyo seco y se transforma en una larga, larguísima, trialera. Pienso en lo mucho que habría disfrutado por aquí con la btt sin equipaje, pero hoy no tengo ni la bici ni el ánimo adecuados. De hecho, tras poner pie a tierra en varias ocasiones, decido que es mejor ir caminando hasta que el terreno mejore.

“Sé que no hay nada que hacer
sólo nos quedar correr, saltar
sin red,
tal vez consigas volar
como solías hacer
cuando creías en mí”.

Una encerrona guapa

Superado este sector, vuelvo a pedalear por caminos polvorientos en busca de Arganda del Rey. Allí, dará comienzo el tramo más insulso y feo de todo el viaje. Una urbanización con cuestas, un carril bici entre naves industriales, varios caminos anodinos entre ruinas y un incalificable paso por debajo de la A-3, en el que tendré que pedalear literalmente por encima de un basurero, marcan el transcurso de unos kilómetros en los que lo único salvable es el paso por el llamativo Puente del Piul o de La Poveda.

El Puente del Piul bien merece una parada

Para ser justos, tengo que decir que si esta zona me pilla en otro momento del viaje, seguramente la habría disfrutado más, porque el paisaje ofrece, de vez en cuando, zonas curiosas como la Laguna del Campillo o los conocidos Cortados de Rivas. Además, apenas hay desnivel y se puede pedalear con ligereza.

“La decisión es seguir,
mi decisión es sumar,
universal,
cerrar los ojos, pensar
que todo puede cambiar
que me despierto al final…”

Hasta llegar al Parque Lineal del Manzanares, punto de entrada a Madrid capital, comparto ruta con otro Camino de Santiago y con el Camino de Uclés. La ruta de hoy apenas ha tenido subidas, pero estoy más cansado que ningún día. A 30 kilómetros de casa, hago una última parada, pero en cuanto me siento en un banco, cientos de moscas acuden a mi encuentro. Cansado de espantarlas, reduzco el tiempo de descanso y me pongo en marcha para, poco después, tener que enfrentarme a una inesperada ciénaga en la que no viviría ni el mismísimo Shrek.

Espantando moscas en el Camino de Uclés

Con los pies mojados y sucios, dejo atrás obras, escombreras y otros paisajes desolados y alcanzo, al fin, el citado parque. Aquí, bajo el tímido manto vegetal, comienzo a tomar conciencia de lo que he vivido estos días, del trasfondo de este viaje y, así, de repente, rompo a llorar… Son lágrimas de satisfacción. Ha sido duro llegar hasta aquí, pero no por el desnivel, el calor, el hambre o los bares cerrados… De hecho, todo lo sufrido ha sido antídoto contra mis verdaderos  enemigos: la sordera, los acufenos, la ansiedad y el miedo. No me gusta ser referente ni dar mayor relevancia a lo que hago, pero si alguien pasa por aquí en un momento delicado, me gustaría que en todo este relato encontrase ciertas fuerzas para seguir luchando contra los demonios personales… Hasta que no se cruza la línea de meta, siempre hay carrera.

El Puente del Rey, mi kilómetro cero

El cierto bullicio que se denota al acercarme a Madrid Río me devuelve a la realidad y me invita a completar el tramo final con suma relajación. No es plan de atropellar a nadie a estas alturas 😉. Poco a poco, rodando con mil ojos entre peatones, patinadores, ciclistas, perros y demás familia, me acerco hasta el fin de la ruta. El gps dejará de contar kilómetros en la puerta de casa, pero para mí, todo habrá terminado poco antes, justo en el Puente del Rey. Allí, en un lugar por el que he pasado diría que casi miles de veces, detengo la marcha, pongo mi mejor sonrisa para un foto (se hace lo que se puede)  y doy por terminado un viaje que quedará para siempre en mi recuerdo de “hombre perplejo”. He disfrutado muchísimo.

“Salir de esta pesadilla
que no quiere acabar.
Salir de esta pesadilla
y volver a empezar…”

                                                     (LA HABITACIÓN ROJA – El Resplandor) 

No es la mejor sonrisa, pero es mi sonrisa ;)

ALGUNOS DATOS:

- Distancia: 113,43 km.

- Desnivel acumulado: 905 m.

- Velocidad media: 19,3 km/h

- Velocidad máxima: 57,7  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 5h 52' 01"

- Hora de salida: 06:57 

- Hora de llegada: 14:18


Comentarios

  1. Esperando ya tu próxima aventura ;)

    ¡Grande, Juan Carlos!

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    Respuestas
    1. Yo también la estoy esperando ya, jajaja.
      ¡Gracias!

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