Entre el Cabriel y el Júcar (Día 2): Cofrentes - Alborea

"La salud no lo es todo, pero sin ella, todo lo demás es nada". ARTHUR SCHOPENHAUER -  Filósofo alemán.

No estoy raro, estoy enfermo. Las alarmas saltan a las tres de la madrugada. A esa hora, me despierto con un molesto y punzante dolor de barriga, una desagradable compañía que no me abandonará hasta pasadas las seis, cuando, tras dos fugaces carreras al baño, logro dejar el estómago completamente vacío. No entraré en detalles. Ya sabemos todos de lo que hablo.

Tras el segundo sprint, regreso a la cama completamente helado. Me tapo hasta las orejas y dedico la siguiente hora a analizar la situación y valorar alternativas. Finalmente, decido tirar adelante. Asumo que tocará pedalear con piernas de trapo y que, igual, habrá que hacer alguna parada de urgencia, pero dado que después del doble paso por el WC las molestias han disminuido, opto por seguir el plan inicial y confiar en una mejoría. Para retirarse, siempre hay tiempo.

Cofrentes empieza a quedar en la distancia

Después de desayunar poco y mal, sin ganas, me pongo en marcha. Los primeros 11 kilómetros son todo subida. De menos a más. Primero, un tramo suave por la carretera que bajé el día anterior y, después, por una pista asfaltada que va trepando por la montaña a base de herraduras. El ascenso, que depara largos tramos de doble dígito, resulta una prueba de orgullo. Me resisto a caminar, así que, aprovechando que la pista es ancha y por allí no circula ni un alma, avanzo trazando unas amplias eses que me ayudan a despistar la pendiente. Además, no dudo en parar de vez en cuando para descansar y, de paso, tirar una foto de una preciosa subida que, en otro momento, habría saboreado con intensidad.

Ganando altura en absoluta soledad

"Eres mi talón de Aquiles,
un viaje al infinito,
la felicidad más grande,
un dolor insoportable".

Una dura y preciosa subida repleta de herraduras

Coronado este sector, alcanzo una zona más o menos llana que me permitirá recuperar algo de fuelle y pedalear con esperanzadora soltura. Así, combinado asfalto y arena, cruzo la pequeña localidad de La Pared, dejo a un lado Villa de Ves y me acerco al comienzo de una fase de la ruta absolutamente espectacular. Lo que vendrá a partir de ahora será un recorrido de unos 57 kilómetros por las hoces del Júcar. De arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, por arriba, de arriba hacia abajo, por abajo y de abajo hacia arriba.

De entrada, lo que toca es descender hasta el Embalse del Molinar por una carretera que, de repente, abandona la planicie y se asoma al abismo. La bajada hasta el río es un absoluto espectáculo, de los que quedan para el recuerdo. Ni siquiera el malestar que arrastro logra que, por unos minutos, me sienta un privilegiado. No hay nadie por allí y consumo el descenso con una enorme sensación de paz, parando aquí y allá a fotografiar, contemplar, suspirar y airear el alma. Pelos de punta.

Allí abajo, el río Júcar

Otra fantástica y bellísima sucesión de herraduras

Para intentar estirar al máximo este momento, decido parar un instante nada más cruzar la presa. Hago el enésimo esfuerzo por comer algo (un plátano), me quito la poca prenda abrigo que llevaba y me voy haciendo a la idea de que otra vez toca penar. Hay que escalar hasta el otro lado de la hoz y para ello no queda otra que superar un tramo duro. Además, la pista es aquí estrecha y con montones de gravilla en sus márgenes y no se puede serpentear.

El Embalse del Molinar, un lugar mágico

"Si amanece que no es poco,
aunque me dejes plantado.
cruzaré el norte del norte,
seguiré todos tus pasos".

Al reanudar la marcha, agacho la cabeza y hago de cada pedalada un triunfo. Avanzo con lentitud, tirando de orgullo, el único combustible que ahora mismo tengo en el cuerpo. Una herradura, después otra, ahora una recta endiablada, un mini descanso, ahora otra sucesión de curvas y, de repente, justo donde acaba el asfalto, el llano que corona el ascenso. Siento una estúpida sensación de euforia. He subido extraordinariamente lento, pero no he puesto pie a tierra…

Unas vistas que compensan el esfuerzo

A partir de aquí, otro tramo para enmarcar. La pista se asoma cada poco tiempo a las hoces y permite disfrutar de un entorno formidable. Sigue sin haber ni un alma y la sensación de paz y soledad es grandiosa… Lástima que a mi estómago todo esto le esté dando francamente igual.

Vistas privilegiadas desde lo alto de la hoz

Completado el trayecto por la parte alta de la hoz, toca volver a bajar. El camino dibuja curvas y sonrisas y en un instante vuelvo a tener al Júcar a mi vera. Me acerco hasta las antiguas viviendas de los trabajadores de la central hidroeléctrica El Bosque con la esperanza de que el sitio conserve algo de mística, pero lo que quedan son ruinas vandalizadas que solo invitan a perder la fe en el ser humano.

Sin comentarios

"Cuando no se haga de noche,
pescaré donde pescamos.
Cuando no se haga de día,
les diré que estás dormida".

Desde este punto y hasta Alcalá del Júcar, la pista camina pegada al río. Primero, por su margen izquierda y luego, pasado el Puente de Tolosa, por la derecha. Todo este trayecto habría sido, en condiciones normales, una bendición (sin apenas desnivel, sin complicaciones, visualmente atractivo...), pero lo cierto es que soy incapaz de degustarlo convenientemente. Estoy que no estoy.

Lástima no tener el cuerpo para disfrutar de esto como se merece

Este sector concluye justo a la entrada de la citada localidad albaceteña. El track me invita a irme hacia la derecha, hacia las curvas que dan acceso a la parte alta de este espectacular pueblo encaramado a las rocas, pero mis piernas y mi cabeza me arrastran hacia la izquierda, hasta una zona baja en la que, al menos, podré disfrutar de parte del encanto de este bellísimo lugar (la visita a su castillo queda para otra ocasión).

Sobran coches, pero es un pueblo precioso

No soy el único que cree que Alcalá del Júcar es un lugar que merece mucho la pena, porque por allí pululan cientos de turistas que apenas dejan espacio para ir sobre la bici. Visto el percal, me bajo y, caminando, busco una terraza en la que sentarme a tomar un Aquarius y pedir algo de comer, ya que apenas he probado bocado en toda la mañana. Ni que decir tiene que el pincho de tortilla que me comí me sentó como un tiro…

Para volver... con mejor cuerpo

"Lo único que es para siempre
es lo que se ha perdido.
Aunque subas a luna,
aunque llegues hasta Marte".

Al reemprender la marcha, otra vez desoigo a mi GPS. Eso sí, esta vez, saldré ganando. El track me enviaba por un pequeño camino entre el muro de la hoz y el río, pero yo decido tirar por la carretera que discurre por el margen contrario. La apuesta resultará ganadora, ya que desde este lado se aprecia infinitamente mejor el encanto de la zona.

El lado bueno, desde el que aprecian las ventanas abiertas en la roca

Carreteraza

Antes de llegar a La Recueja, cruzo de nuevo sobre el Júcar y comienzo a despedirme de él. Toca salir de la hoz por última vez, es decir, toca, de nuevo, volver a sufrir. El ascenso no es excesivamente duro, pero yo no tengo ni piernas ni casi voluntad. Pedaleo cansinamente, superando las herraduras con desdén, descontando mentalmente los metros que me quedan para coronar. Al llegar a un pequeño mirador, paro sin dudarlo y soy consciente de lo mucho que me estoy perdiendo por estar enfermo…

Un último vistazo a la hoz, tras la agónica subida desde La Recueja

Desde aquí, lo que queda hasta Alborea, es un tramo de leve subida y llanura. En esta ocasión, el perfil no miente y en cuanto dejo atrás el asfalto, una interminable planicie se abre ante mis ojos. En ella, me espera Eolo, con sus pulmones bien cargados. El desgraciado se ceba conmigo y me castiga con un duro viento de cara que pondrá a prueba mi resistencia física y mental.

"Mis ganas de cambiar el mundo,
todas se fueron contigo.
Y jugamos como nunca,
y perdimos como siempre".

Los caminos entre viñas y campos de cultivo se suceden. Miro al frente en busca de una referencia y no encuentro rastro alguno del pueblo. Sí atisbo una carretera por la que esporádicamente pasa algún coche, pero tardo siete siglos en alcanzarla. La cruzo y de Alborea sigue sin haber ni rastro. El tiempo se detiene y el espacio se agranda. Tarareo una canción triste. Soy presa de un desánimo que nunca antes había sentido sobre una bici.

Arena, vides y viento

A falta de poco más de un kilómetro, mi destino final aparece en el horizonte. Me restriego los ojos para comprobar que no es un espejismo y me arrastro en busca del ansiado hostal. Paso la tarde a disgusto. No estoy cómodo ni metido en la cama. Pruebo a salir a dar un paseo, y nada. Me siento en una terraza a tomar un refresco, y tampoco. Ceno por cenar y me voy a la cama completamente hecho trizas. Ha sido un día durísimo. No he ido al baño más veces, pero ya no espero remontar…

No es un espejismo, es Alborea... Al fin

"No se ha vuelto a hacer de noche,
no se ha vuelto a hacer de día.
Los bosques ya no preguntan,
el viento ya no responde".

(LA HABITACIÓN ROJA – Los últimos románticos)

ALGUNOS DATOS

- Distancia: 84,57 km.

- Desnivel acumulado: 1.308 m.

- Velocidad media: 16 km/h

- Velocidad máxima: 42,4 km/h

- Tiempo total de pedaleo: 5h 17' 03"

- Hora de salida: 08:37 

- Hora de llegada: 15:06



Comentarios

  1. Lástima de esa tripa que no quiso disfrutar de lo que veían tus ojos. Grandes paisajes, grandes fotografías!

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  2. Pues sí, pero bueno, al final son cosas que pasan y esta vez me tocó justo el fin de semana del viaje... Penurias de bloguero, jejeje.
    ¡Muchas gracias por el comentario!

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