Por tierras del Ebro (Día 2): Medina de Pomar - Cilleruelo de Bezana

"Pedaleo en la penumbra del bosque, atravieso cortinas de sol entre las hayas, cruzo arroyos, asusto a una ardilla que trepa veloz por un tronco y así soy bastante feliz" - ANDER IZAGUIRRE - Vuelta al país de Elkano (2022)

No me gustan las vías verdes. Sí, a priori, son lugares idílicos para rodar en bicicleta -sin coches, sin grandes desniveles, con un piso aceptable…-, pero a mí me resultan aburridísimas. Tan rectilíneas y monótonas, sin sobresaltos. Muchas veces encajonadas entre taludes, que hacen gracia al principio, pero luego ya cansan, como los túneles, casi siempre mal iluminados… Y eso por no hablar de su conservación. El organismo de turno las adapta con cariño, las publicita a bombo y platillo y luego se olvida de ellas. Y el ser humano hace el resto, porque pasados unos meses, no queda un solo vestigio del ferrocarril sin vandalizar. Ojalá un súper vengador que diese una buena colleja al desgraciado de turno y le obligase a dejarlo tal y como estaba… Pero bueno, esa es ya otra historia.

Por todo esto que cuento, aunque la manera más sencilla, simple y rápida para conectar Medina de Pomar con Puentedey era la Vía Verde Santander-Mediterráneo, dibujé en el track un par de escapatorias que hicieran menos intrascendente este tramo. Y acerté, porque, aunque por razones diversas, ambos sectores fueron, digamos, entretenidos.

"Lay down in time, feelings from a hundred thousand miles.
I felt so wrong contrasting me against the world.
But I know how it changes and I know how to fight.
Is this coming right from hell? Or is a fuckin´ lie?"

Antes de dar por iniciada la segunda etapa, hago un primer desayuno en la singular pensión en la que me he alojado (ya hablaremos, ya…), aprovecho la quietud mañanera para tomar fotos de la bonita localidad burgalesa y disfruto de un clima absolutamente idílico para el mes de agosto. Hace fresquete y se intuye una tenue bruma. Soy feliz así, sin rastro del calor.

Alcázar de los Velasco o de los Condestable (Medina de Pomar)

Como decía, para retrasar lo máximo posible la entrada en la vía verde, me interno por unos caminos que, tras pasar por un supuesto puente romano, desembocan en el viejo trazado ferroviario. El puente existe, pero su estado de conversación es tan penoso y el entorno tan destartalado que cuesta disfrutarlo. De lo que no me libro, en cambio, es de ese típico tramo que suele haber junto a los ríos, con sus ciénagas y lodazales. Como soy un tipo fino, intento pasar andando los peores tramos para no mancharme demasiado. Aun así, salgo de allí con la cala embozada y me paso un par de minutos dando los ya clásicos golpes contra el pedal para sacar el barro en marcha…

Si los romanos levantasen la cabeza...

Ya sobre el antiguo trazado del ferrocarril, camino de Villarcayo, me cruzo fugazmente con tres chicas jóvenes que, por su atuendo y aspecto, diría que vuelven de fiesta de algún pueblo cercano. “Ves, para esto sí  que parece útil la vía verde…”, me digo. Este encuentro es lo único reseñable de un tramo que, afortunadamente, empieza a cambiar pasado Cigüenza. Poco a poco, el polvoriento camino se interna en un zona más montañosa y  el paisaje mejora con creces. Además, al rato, ataco la segunda escapatoria. Arranca con un sendero de esos que yo llamo de fe, porque hay que creer mucho para intuir un paso entre la maleza. Por suerte, tras unos metros de hierbajos, surge ya un camino más marcado que me saca a la carretera.

Vía Verde Santander-Mediterráneo. ZZZZZZZ

El objetivo de este pequeño bucle no era otro que visitar la Iglesia de San Andrés, el que dicen es el templo románico más pequeño del mundo. Y aunque resulta llamativa, el hecho de que esté tan encajonada entre la carretera y el talud de la montaña le resta vistosidad y atractivo. De hecho, es probable que mucha gente pase por allí sin darse ni cuenta de su existencia.

Iglesia de San Andrés. Pequeña y empotrada

De vuelta al sopor, digo a la vía verde, avanzo con cierta celeridad sobre una arena blanca que, en nada, habrá dejado la bici rebozada, lista para pasar por la sartén. Eso sí, al menos, alcanzo Puentedey con celeridad y puedo disfrutar de esta pequeña y pintoresca localidad con una enorme tranquilidad. Junto a su espléndido y llamativo Puente Natural, sentado en un intemporal Banco de Castilla, me tomo un pequeño tentempié y me preparo para encarar el primer puerto de la jornada.

Puente Natural de Puentedey, un espectáculo natural

¡Make Castilla Comunera great again!

El Alto de Retuerta, que ya había subido con bici de carretera un buen puñado de años atrás, se me atraganta seriamente. Sigo acusando considerablemente el peso de las bolsas y me retuerzo como un condenado en, especialmente, su último kilómetro, categoría SPM (de más del 10 por ciento de medio). Para colmo, al coronar, una molesta calima tapa considerablemente lo que debería ser un bello paisaje.

Calma y calima

Ya que, desafortunadamente, no hay mucho que ver por allí, me lanzo cuesta abajo con rapidez y disfruto de un corto descenso en la que los girasoles ya han comenzado a rendir su habitual pleitesía a un astro rey que hoy luce un cuestionable velo grisáceo.

Lo que me gustan a mí los girasoles...

"I was alone when you came knocking on my door.
My fever was high, you tried to get into my life.
But I know how you changed and I know how you fight
Are you coming right from hell? Or are you a fuckin´lier?"

Finalizado el descenso, me acerco un instante a Ojo Guareña. Ya conocía el lugar, pero como resulta tan atractivo, no dudo un segundo en subir una pequeña cuesta, abrirme paso entre las primeras hordas de turistas  y tomar algunas fotos. Ojalá haber llegado en un momento de menor afluencia para haber estirado la parada, pero ante el incesante goteo de personas, dedico el tiempo justo y regreso en un suspiro a la calma del pedaleo.

Ojo Guareña, un rincón exquisito

Con ya idea de hacer el segundo desayuno en Espinosa de los Monteros, supero por carretera el breve Desfiladero de las Diaclasas y tomo un camino, digamos, paralelo a la BU-526. Aunque el objetivo no era otro que evitar, al máximo posible, esa vía rectilínea y con cierto tráfico, recibo, además, como recompensa, unas estupendas vistas de esas cornisas montañosas que tanto me gustan.

Una cornisa bellísima

Sea como fuere, al final, me toca hacer unos cuantos kilómetros por la citada carretera con, para rematar, viento de cara. Agacho entonces la cabeza y  me pongo a tararear una vieja canción. ¿Por qué? No sé, en este caso, no hay motivo. O bueno sí, porque es una canción alegre de mi grupo favorito que viene a decir que “si tú estás detrás de mí, nada podrá herirme”. Miro entre mis piernas y, ojo, no seáis mal pensados, acaricio mi bici. Gracias por tanto, compañera.

"Save me! Save me! If you stay behind me, nothing hurts me babe.
I´m here! I'm here! Please return me to the place where I feel well,
where I feel save, where I feel well,
where I feel so close to my friends.
Take me! Take me! If you just stay by my side for good..."

Ya en Espinosa, callejeo en busca de la plaza Sancho García, un lugar que en Google Maps me había parecido lo suficientemente amplio y tranquilo para tomar algo en paz. Pues nada, es día de mercado y está todo a reventar. Aun así, me siento en una terraza y me tomo un buen pincho de tortilla con el mejor café con leche que he bebido en mucho tiempo. Quizá, simplemente, fueron las ganas que tenía, pero me supo a gloria.

Esos cafés con leche en taza grande... ¡Pura artesanía!

Degustado el segundo desayuno, circulo por una carretera en la que confluyen el comienzo o final de tres puertos de montaña: Estacas de Trueba, Portillo de Lunada y Portillo de La Sía. Aunque subí este último hace muchos años -en un día del que casi solo recuerdo que me dolía el estómago y que tuve que hacer de, nunca mejor dicho, tripas corazón- y voy a ascender ahora el primero, pienso que Espinosa de los Monteros sería un lugar idóneo para una escapada con la bici de carretera. Lo que ahora apenas intuyo es que este plan se convertirá en una autentica necesidad unos kilómetros más adelante…

El agradecido y suave ascenso a Estacas de Trueba

Subo Estacas con calma, regulando dentro de lo posible, aprovechando que no hay grandes rampas y que el puerto, a medida que gana altura, permite distraer la mirada con magníficos paisajes. Subo, en fin, completamente ajeno a lo que me espera, a un momento que quedará escrito con fuego en mis libros de historia personal. Y es que, tras coronar y deleitarme con unas primeras vista más que prometedoras, me deslizo hasta un mirador situado en una herradura a derechas. Allí, lo que se abre ante mis ojos es una de las carreteras más bonitas y espectaculares que han visto mis ojos. El asfalto se escurre entre inmensas paredes verdosas y dibuja un trazado absolutamente delicioso. Lloro como un niño pequeño, víctima de una felicidad implacable e inexplicable. No exagero. De hecho, ahora, mientras recuerdo el momento, otra vez ando ya con la lágrima en el ojo. Cada cual tiene sus lugares y momentos que le anclan al mundo, que le invitan a pensar que aún resta esperanza… Y ahí, con la mirada perdida valle abajo, yo me doy de bruces con uno de ellos.

Pelos de punta...

... y la lágrima en el ojo. Espectacular

Ni que decir tiene que exprimo la bajada, dejándome llevar en las rectas y trazando las curvas con suavidad; aprovechando el peso de las bolsas para deslizarme sin necesidad de dar más pedales de los estrictamente necesarios. Apenas circulan coches y Eolo me dedica una brisa suave y envolvente. “Aquí y ahora, ¿a quién cojones le importa ser sordo? ¡Viva la bici!”, exclamo.

Llego a Valle de Pas embriagado, convencido de que, más pronto que tarde, habrá que volver a estas tierras entre Burgos y Cantabria para enlazar puertos y seguir aferrándome a la vida a golpe de pedal. Ya no es un deseo, es una necesidad.

"Those days were dark, but all my dreams came true at last.
I´ve found the love that many years I´ve been looking for.
But I know how it changes and I know how it fights.
Is this coming right from hell? Or is a fuckin´lie?"


Cambio de tercio

Al paso por la localidad pasiega, encuentro una tienda para comprar un Aquarius y un par de plátanos. Mientras doy cuenta de ellos y de un puñado de frutos secos, voy gestionando ya mentalmente el cambio brusco entre el irrepetible descenso que acabo de disfrutar y la subida larga, larguísima, que me espera. Porque La Matanela son 17,4 kilómetros de ascensión y esos, a estas alturas, son ya muchos kilómetros.

Los primeros 3.000 metros se me hacen eternos. La carretera avanza por una zona boscosa que brinda sombra y frescor, pero en la que cuesta encontrar referencias y alicientes. Me recuerdo a mí mismo subiendo Cotos, un paso de la Sierra de Guadarrama que siempre me gana la batalla mental y me desgasta como pocos… Afortunadamente, con el paso de los kilómetros, el puerto empieza a abrirse y puedo distraerme mirando aquí y allá. Sigue quedando un mundo para coronar, pero ya no voy tan arrastrado. Además, como por arte de magia, a medida que gano altura, las piernas se entonan. “¡Ya está aquí el flow viajero!”, me digo con una tremenda alegría. Y sí, ha llegado el momento en el que mis extremidades inferiores asumen que esto es lo que les va a tocar estos días y que lo mejor que pueden hacer es darle al pedal y dejarse de quejas. El ritmo se vuelve lento, pero ágil, y los kilómetros parecen perder metros.

El infinito puerto de La Matanela

Pero las vistas compensan

Gracias a ello, me tomo a broma que hasta la cima de verdad-verdadera haya ¡cuatro! carteles. Dos con el nombre que le dan a la ascensión los cántabros, La Matalena, y otro par más con la nomenclatura burgalesa: La Magdalena. En otro momento, me habría acordado hasta del último familiar que colocó los letreros, pero yo subo ya anestesiado.

El puerto de nunca acabar
El tercero de los cuatro carteles...

La bajada, por aquí, es corta y no muy pronunciada. Insisto, menos mal que voy ya anestesiado, porque si no… Además, me distraigo pensando que la etapa está por terminar y que, por la hora que es, igual me vendría bien comer algo antes de llegar a Cilleruelo de Bezana, no sea que luego vaya a estar todo cerrado. Por eso, al paso por Cabañas de Virtus, observo un pequeño restaurante y me detengo sin pensarlo. La cocina ya ha cerrado,  pero su simpática y sonriente camarera me ofrece sándwiches y bocadillos. Me decanto por uno de los primeros y en unos minutos estoy ya disfrutando de un combinado de queso, tortilla, pavo, lechuga, tomate y salsa de miel (si mal no recuerdo) que me deja claro que la elección (del sitio y  la comida) ha sido un rotundo acierto. Completo el menú con un helado y, con el estómago en paz, pedaleo después los escasos cuatro kilómetros que me separan del destino final.

El Embalse del Ebro, bajando La Matanela.

Otra foto de comida, que no todo va a ser dar pedales

En el albergue de Cilleruelo de Bezana coincido con otro viajero en bici que me cuenta que ha salido de Torrelavega, que quiere llegar hasta Cervera de Pisuerga y luego volver a casa. Dice que va improvisando día a día, aprovechando la cierta solvencia que le da su bici eléctrica, sin meterse más kilómetros de los necesarios, parando aquí y allá a comer y charlar. Tras hablar con él, me queda claro que hay mil formas de viajar en bici y que lo importante es encontrar la que a cada uno más le llena. Yo, la mía, la tengo cada vez más clara. Mañana, habrá que seguir trabajando en ella.

"Save me! Save me! If you stay behind me, nothing hurts me babe.
I´m here! I'm here! Please return me to the place where I feel well,
where I feel save, where I feel well,
where I feel so close to my friends.
Take me! Take me! If you just stay by my side for good..."

(SEXY SADIE -  Stay behind me)

ALGUNOS DATOS

- Distancia: 116,13 km. 

- Desnivel acumulado: 1.838 m.

- Velocidad media: 18,5 km/h

- Velocidad máxima: 60,7  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 6h 17' 29"

- Hora de salida: 07:57  

- Hora de llegada: 16:06





Comentarios

  1. Una de cal y otra de arena. La de cal: Desayunando dos veces, pareces funcionario! 😂 Y para lo poco que comes, cuánto te cunde! No te doparás, no? 😝

    La de arena, ¡Preciosas imágenes de Estacas de Trueba! 😉

    Venga, deseando la tercera entrega!

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  2. El año pasado aprendí que hay comer siempre que se pueda, que luego nunca sabes lo que te va a deparar la ruta. Las fiestas de los pueblos hacen estragos, jajaja.

    Estacas, espectacular, y creo que las fotos además se quedan cortas. En persona, impresiona más.

    ¡Un abrazo!

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