Por tierras del Ebro (Día 3): Cilleruelo de Bezana - Polientes
"Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es
una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias".
JOHN LOCKE – Filósofo inglés.
Nunca pensé que abrir un blog de viajes y rutas en bicicleta
me iba a llevar a interesarme por corrientes filosóficas por la que pasé de
largo, a toda prisa y sin mirar atrás en mi época de estudiante. Pero sí, hace
unos días me vi a mi mismo buscando las diferencias entre racionalismo,
empirismo y apriorismo… Y todo porque tenía pensando arrancar esta entrada con
un “impactante”: Muerte al apriorismo. Pero luego me entraron las dudas sobre
si el significado de esa palabra correspondía con lo que quería transmitir y
fue en ese instante cuando me enmarañé. No me extenderé sobre qué corriente se
ajusta más a mi forma de ver la vida y el mundo, pero basta con ojear la cita
que abre este post para hacerse una idea.
Sea como fuere, sí: Muerte al apriorismo. Porque según leo por aquí, ese concepto se define como "Actitud basada en ideas a priori". Y yo, la tercera etapa la encaré así, convencido de que iba a ser un día de transición, sin grandes alicientes; una jornada de trámite a la espera de encontrarme al día siguiente con las ansiadas Hoces del Ebro… Nada más lejos de la realidad, afortunadamente.
Para empezar, y vaya usted a saber el motivo, me había hecho
a la idea de que el día saldría soleado y caluroso, y lo que me encontré fue un
cielo totalmente cubierto de nubes y una fina e intermitente lluvia. De hecho,
por un momento, llegué a plantearme la idea de salir con el chubasquero puesto,
pero finalmente, y dado que la temperatura era agradable, opté por alejarme de
Cilleruelo de Bezana con manguitos y chaleco como prendas extra.
El verano que me gusta |
Otra de esas ideas preconcebidas que saltó por los aires a las primeras de cambio fue la de que el paisaje en la primera parte de la ruta iba a ser algo monótono. Todo lo contrario. Las vistas del Embalse del Ebro con las montañas al fondo me entusiasmaron desde el principio y, encima, pude disfrutarlas con este toque casi místico que conceden al entorno las nubes bajas.
El Embalse del Ebro, en un horizonte cargado de montañas y nubes |
Tampoco se cumplió mi profecía de que la Playa de Arija iba
a estar petada de caravanas y veraneantes. Nada. Un par de personas paseando y
poco más. De hecho, durante la mayor del tiempo que estuve allí parado, lo que
sentí fue una infinita paz. Estoy convencido de que habrá momentos en los que
aquello será un hervidero, pero a mí, el destino me brindó un momento mágico.
Playa de Arija, un inesperado remanso de paz |
Por mí, ya podían ser todas las playas así... |
Para terminar de desterrar de mi cabeza cualquier otro a priori, estas primeras horas del día me
concedieron también la posibilidad de disfrutar en absoluta soledad de otro
enclave espectacular: la Iglesia de Villanueva de las Rozas, también conocida
como la Catedral de los Peces. El templo quedó cubierto cuando se construyó el
pantano, pero, gracias a una pasarela de madera, ahora se puede acceder hasta
él y subir hasta su torre. El lugar es sencillo, pero las emociones que
transmite son enormes.
La Catedral de los Peces, un rinconazo |
Un pez con ruedas |
Un lugar agradecido para las fotos |
De nuevo en marcha, limpio por completo mi mente y me dedico
a disfrutar sin prejuicios ni historias. Activo la búsqueda de banda sonora y
mi cerebro tira de una asociación sencilla: Río-River-The Riverboat Song.
Además, el flow viajero acompaña y las piernas giran con
soltura. ¡Y qué tiempo hace! Veinte graditos escasos y una suave brisa que
evita que las menudas gotas que a ratos caen del cielo se acumulen en mi
cuerpo. A gozar.
Subiendo a Montesclaros. Por aquí, cualquier rincón tiene su encanto |
Pasada la localidad de Arroyo, giro a izquierdas, me despido
temporalmente del Ebro y me adentro hacia el sur de Cantabria por una preciosa
carretera por la que no circula ni un coche. Tras un tramo de ligera y amable
bajada, la vía se empina rumbo al Santuario de Nuestra Señora de Montesclaros.
Subo piñones y me entretengo admirando un paisaje que va adquiriendo mayor
belleza conforme se gana altura. Cierto es que el edificio en sí no es espectacular, pero el
entorno compensa con creces.
¡Qué día, por favor, qué día! |
Santuario de Nuestra Señor de Montesclaros |
El santuario es casi lo de menos... |
Coronada esta primera zona de subida, dejo atrás el txirimiri y me deslizo cuesta abajo hasta alcanzar una pista que conecta con la localidad de Arcera. Tenía mis dudas sobre la idoneidad de este atajo, pero el camino, que atraviesa una zona boscosa con buen firme y desnivel amable, añade nuevos puntos a la alta valoración que va cogiendo la etapa.
De nuevo sobre el asfalto, paso la coqueta localidad de
Reocín de los Molinos y me dispongo a encarar la segunda subida del día, un
bucle absolutamente evitable que añadí a la jornada porque me daba la sensación
de que podía quedarse algo corta. Aunque a estas alturas, ya había triturado el
apriorismo, giro a derechas y arranco la subida a Coronoles. Asciendo ligero,
disfrutando del tiempo, el paisaje y las piernas saltarinas… Y sí, también subo
espantando esos molestos mosquitos que se empeñan en pegarse a mi piel húmeda y
sudorosa. Asco de bichos.
Reocín de los Molinos, otro pueblo con encanto |
La minúscula iglesia de Coroneles. Aquí, cualquier rincón resulta mágico |
Tras echar una foto de la bonita iglesia de este minúsculo pueblo, me interno en otra de esas pistas que uno sabe muy bien si serán aptas para ir con una bici cargada. Al principio, suelen tener buena pinta, pero en cuanto te descuidas, se estrechan y se llenan de surcos y piedras. Esta tampoco es una excepción y en un pequeño repecho, una rama despistada se mete en el cambio y me hace saltar la cadena. Por suerte, saco el pie a tiempo del pedal y me detengo antes de caerme o provocar una avería.
Ya en alerta, encaro la bajada hasta Susilla. La pista, como
cabía esperar, se va complicando por momentos y me deleita con grandes
pendientes, enormes badenes, curvas repletas de piedras, escalones y otros
poemas. Tiro de prudencia y, a paso lento, acabo llegando a la citada localidad
sin contratiempo alguno.
Bajando a Susilla. Despacito y buena rueda. |
Desde aquí hasta el municipio fijado como final de etapa,
Polientes, podía haber trazado una ruta más recta y sencilla, pero sí, otra vez
me decanté por meterle algo de picante y subir la pared que, por esta zona,
separa, más o menos, Cantabria de Palencia. Y digo pared,
porque el camino para ascender hasta la meseta presenta rampas de
más del 20 por ciento…
Una pared por subir... |
Consciente de que tocará sufrir un poco y patear, sobre todo, patear, avanzo hasta Berzosilla sin dar un pedal de más, disfrutando de un precioso paisaje en el que los campos de cultivo comparten espacio con pequeñas masas arbóreas. Además, en dicho municipio, paro a reponer fuerzas y disfrutar del espectacular tiempo. ¡Vaya día!
Qué viene, qué viene... |
Combustible de verdad. ¡Fuck, barritas! |
Con el depósito lleno, encaro el vía crucis. El primer kilómetro
y medio resulta tolerable. Luego, arrancan los rampones. El primero, lo paso
raspado, rozando el deslome. El segundo, puff, es verlo y salir derrotado. Pie
a tierra y a caminar. Cuesta hasta subir empujando. Superado este muro, el
desnivel se vuelve humano y logro al fin alcanzar una cima que parece
pertenecer a otro planeta. Por allí, no queda ni un árbol, solo hay tierra
reseca y molinos de viento. Impresiona observar como el clima puede modelar de
forma tan distinta dos zonas que se miran cara a cara.
Pocas veces una foto hace tanta justicia al desnivel... |
Hasta la trepidante bajada final, recorro una planicie pedregosa y amarillenta que nada tiene que ver con lo vivido en estos días previos. Eso sí, desde ella, se otea un horizonte verde y cargado de montañas. Intento no caer en comparaciones ni tópicos y concluyo que cada paisaje tiene su historia y condicionantes y que, al final, se trata de saber mirar cada uno con los ojos que le corresponden.
A mi derecha... |
A mi izquierda... |
Justo donde se asienta el Observatorio astronómico de Cantabria y el espectacular Mirador de la Lora,
me reengancho al asfalto y me precipito, casi literalmente, por una carretera
que pierde altura con brusquedad. Tiro de frenos de forma progresiva para
evitar embalarme con el peso, pero aún así no puedo evitar sentir un cierto
nudo en la garganta. Sin bolsas, la bajada habría sido gozosa, pero con tanta
carga, el riesgo de quedarse sin frenos es tan evidente que hasta decido parar
en una curva para sacar una foto, refrigerar un poco las pastillas y completar
el descenso.
¡Desde aquí, a despeñarse! |
Una paradita para refrigerar... los frenos |
Justo antes de Polientes, me reencuentro con el Ebro y me cito con él para el día siguiente, para la jornada más deseada, la que me llevará a conocer sus hoces. Pero esa será mañana, porque hoy he llegado pronto y tengo tiempo para comer de menú, tomarme un tinto de verano, descansar tranquilamente en un cómodo hostal, pasear y disfrutar de una sabrosa cena... que al final, viajar en bici también se trata un poco de esto. En fin, un día de 10. Muerte al apriorismo.
Y otra vez junto al Ebro (Polientes) |
(OCEAN
COLOUR SCENE – The riverboat song)
ALGUNOS DATOS
- Distancia: 82,64 km.
- Desnivel acumulado: 1.278 m.
- Velocidad media: 18,5 km/h
- Velocidad máxima: 65,4 km/h
- Tiempo total de pedaleo: 4h 29' 34"
- Hora de salida: 08:19
- Hora de llegada: 13:50
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