Por tierras del Ebro (Día 4): Polientes - Valdenoceda

"Qué mañana tan extraña, dice para sí. Las nubes han bajado hasta el suelo y el mundo se ha hecho invisible; lo que no es ni bueno ni malo, concluye, simplemente raro". PAUL AUSTER- Sunset Park (2010).

A veces, todo cuadra. Llevaba un tiempo sin engancharme a ningún libro, descartando novelas a las primeras de cambio, haciendo pereza para continuar con uno que tengo a medias desde hace ya muchos meses… Por eso, a la vuelta de este viaje en bici, me presenté delante de la estantería en la que se acumulan los libros dispuesto a apostar sobre seguro y releer alguno de mis favoritos; y fue entonces cuando di con uno que llevaba mucho tiempo allí varado, esperando a ser leído por primera vez.

No diría que Sunset Park es ahora uno de mis textos favoritos, pero sí que, gracias a él, me he reconciliado un poco con la lectura y he recuperado esos ratos de tranquilidad y desconexión que genera el lento paso de las páginas. Y además, en él  encontré una cita perfecta para encabezar está entrada del blog. Fue un flechazo. Al leerla, se recompuso inmediatamente en mi mente gran parte de lo vivido durante el cuarto día de este viaje, una jornada un tanto rara en la que el mundo se volvió, por momentos, invisible…

"Sabes esos días,
cuando todo es tan oscuro
que no puedes pensar
y sientes que ha acabado,
que el camino equivocado ya llegó a su final".

Tras pasar una buena noche y desayunar en la cafetería del Hostal Sanpatiel, reanudo la marcha y me vuelvo a colocar a orillas del Ebro. La niebla ya ha extendido por aquí su velo blanco y aunque no afecta a las distancias cortas, impide disfrutar del paisaje en todo su esplendor. A cambio, su presencia confiere un tono místico al entorno y mantiene el calor a raya, detalle significativo si tenemos en cuenta que nos encontramos en pleno mes de agosto.

Mañanita de niebla a orillas del Ebro

Casi sin darme cuenta, alcanzo San Martín de Elines y me doy de bruces contra su espectacular Colegiata. Aunque ya había visto algunas fotos, el templo logra embobarme. No sé si fue por su llamativa torre circular, por la perfecta curvatura de su ábside, por el encanto de verla rodeada de niebla, por la posibilidad de recorrerla sin nadie a mi alrededor o por todo a la vez, pero me fui de allí con la sensación de haber estado, una vez más, en el momento adecuado en el lugar preciso.

Colegiata de San Martín de Elines. Bellísima

Torre, ábside, cruz y bicicleta

A la salida de este pueblo, digo adiós al asfalto de la pequeña carreterita por la que venía transitando y me interno por una pista de tierra que prosigue su camino paralelo al río. Aunque el firme es bueno, intuyo que, más temprano que tarde, todo va a cambiar, porque el espacio que separa el cauce del Ebro de la ladera es cada vez más pequeño y lo normal es que ese camino tan bien pisadito sea sustituido por un sendero ya veremos si más o menos ciclable.

De pista a sendero

Y sí, pasado Villaescusa de Ebro, justo junto a un antiguo edificio de la Electra del Tobazo, la pista desaparece de golpe y se convierte en un estrecha y sinuosa senda. Los primeros kilómetros resultan algo frustrantes, ya que hay un montón de piedras, escalones y raíces que obligan a echar pie a tierra continuamente. El entorno es maravilloso, pero ese enano gruñón que llevo dentro se hace fuerte y empieza ya con esa cantinela clásica de “¿Por qué te has metido por aquí?”, “Con lo bien qué irías por la carretera”, “Como todo esto sea así, no llegamos a Orbaneja hasta mañana…”.

Cómo te pones por cuatro escaloncitos de na...

Por suerte, superado este sector, el sendero se vuelve amable y me permite deslizarme con soltura, tanta, que en un abrir y cerrar de ojos y con una sonrisa en la boca, me presento a los pies de Orbaneja del Castillo. ¡Qué te den, enanito!

Acallando al enanito por un senderazo

"Dile que el silencio que hay entre vosotros
pronto quedará en un despertar.
Dile que esa imagen que hay en tu cabeza
será la que te haga madrugar". 

Como no podía ser de otra forma, paro hacer una foto a la preciosa cascada que surge del corazón de esta localidad y, acto seguido, encaro la subida hasta su parte más alta con el objetivo de otear sus famosos camellos enamorados. Aunque me retuerzo un poco, consigo alcanzar el mirador sin poner pie a tierra, pero la única recompensa que obtengo es una panorámica blanca tras la que apenas se atisban las montañas donde descansan los animales de piedra.

La cascada, sí

Los camellos, no

Aunque ya había tenido la oportunidad de ver las peculiares formaciones rocosas hace muchos años, me voy de allí un poco asqueado, con la sensación de haberme quedado por primera vez a medias en este viaje… Quizá por ello, por ese ligero malestar mental, se me atraganta considerablemente el tramo que en constante subida y por un mar de piedras avanza hasta la N-623. Además, al alcanzar esta vía, no queda ya rastro de la niebla y no puedo evitar pensar aquello de: ¡A buenas horas, mangas verdes!

Con una ligera ofuscación, continúo mi avance rumbo a Pesquera de Ebro. Lo hago por el camino más largo, como a mí me gusta, por una pequeña carretera que atraviesa el Valle de Zamanzas. Y aquí, al final de una insípida subida que estaba contribuyendo a disparar mi ansiedad, el destino me recuerda que, en un instante, todo puede cambiar... Tras el cartel que indica la entrada a esta comarca, luce impoluto y sereno un espectacular mar de nubes. En décimas de segundo, mi frustración creciente se transforma en un estado de sosiego y plenitud emocional. El espléndido paisaje me abre en canal, eriza mi piel y abre la espita del lagrimal. Vuelvo a llorar como un idiota, aturdido por la emoción de ser el único ser humano que esta allí en un momento quien sabe si irrepetible.

Un mar de nubes sobre el Valle de Zamanzas

Momentos que justifican cualquier viaje

"Para a respirar y piénsalo mejor…"

Paladeado el momento, reemprendo la marcha y me dejo caer por una carretera que va abriéndose paso entre la niebla con sutileza, sin prisa por escapar de su prisión… Y no me extraña, porque justo a la salida de la cárcel blanca, espera Lorenzo, sonriendo con un gesto burlón, dispuesto a cobrarse cumplida venganza por estos días previos en los que ha sido relegado a un papel de comparsa.

Por aquí, agazapado, estaba esperando Lorenzo

Casi por arte de magia, toda la humedad y el fresco que venía acumulando desaparece de golpe. De hecho, llego a Pesquera ya con el testigo de sobrecalentamiento encendido y con la necesidad imperiosa de quitarme de encima manguitos y chaleco y abrirme el maillot casi por completo…

Reencuentro con el calor sofocante en Pesquera de Ebro

En esta coqueta localidad burgalesa debo tomar una decisión: decantarme entre realizar el siguiente tramo de las hoces por un sendero con tramos de pateo o recorrerlas por una carretera que transita por su parte alta. Mientras me lo pienso, me siento a la sombra en una terraza a tomar un café con leche (en vaso grande, por supuesto) y una tosta con el jamón más sabroso que he comido en mucho tiempo. Su sabor me transporta a mi niñez, a los bocadillos que me preparaba Santiago cuando iba a Cobos de Segovia y tanto él como su mujer, Teresa, nos abrían las puertas de su casa para que mi madre, médico rural,  pudiese pasar consulta. Si de verdad existe alguien hay arriba con un mínimo de criterio, confío en que les haya premiado convenientemente por su infinita bondad.

Jamón con sabor a infancia

Este ratito de nostalgia me ablanda y me invita a decantarme por la opción fácil. Hoy, hace mucho calor y el sendero puede retrasarme más de la cuenta y obligarme a pedalear en horas en las que ya debería estar a cubierto, así que, carretera y manta, bueno, manta no, que ya bastante torrera pega.

"Piensa que si un día ella no está,
echarás de menos hasta
su caminar, su despertar, su forma de hablar,
su mal humor, su estar mejor, su pelo y su voz.
Su caminar, su despertar, su forma de hablar,
su mal humor, su estar mejor, su pelo y su voz".

Justo a la salida de Pesquera, me toca vivir el único incidente serio de la ruta. Mientras subo lentamente por una carretera estrecha, un camión baja a toda prisa en sentido contrario. Como le veo venir, voy tomando precauciones, pero ni así puedo evitar el tener que echarme a la cuneta a su paso. Ni que decir tiene que me acordé hasta de su antepasado más lejano y que le dediqué una sarta de insultos y gestos que me por un momento me colocaron en un puesto top del ranking mundial del malhablados.

Cuando vuelvo a dar pedales, lo hago con esa desazón que siempre me deja sacar la vena macarra, la misma que me hizo abandonar el fútbol… (eso, y que era un paquete, para que nos vamos a engañar). Por suerte, un pelín más adelante, alcanzo un primer mirador sobre las Hoces, dedico un tiempo prudencial a admirar el paisaje y destierro de mi cabeza un momento que, considero, no debe enturbiar todo lo que estoy viviendo.

Hoces por aquí...

Hoces por alla

Hasta Quintanilla-Escalada, lugar donde confluían las dos opciones de ruta que manejaba, completo una primera parte de subida en la que comienzo a notar los efectos del calor y disfruto de una larga bajada que me servirá para ir mentalizándome de que, en breve, va a arrancar la parte más dura de la jornada.

Bonita y rápida bajada, rumbo a Quintanilla-Escalada

Y es que, tras dejar de nuevo atrás el asfalto fino, emprendo la subida al segundo mirador sobre las Hoces del Ebro por una carretera de firme botoso que, en su parte más dura, se transformará en una pista cada vez más pedregosa. Los restos de flow que aún no se ha llevado Lorenzo me ayudan a completar el ascenso, aunque ya asumo que, para la parte final del día, habrá que tirar de la reserva.

Carretera pestosa, con encanto, sí, pero pestosa

Al citado mirador, llego después de dilapidar fuerzas subiendo y gastar pastillas de freno bajando, en un tramo en el que se acumulan todos las cantos de la comarca. Quizá por eso, y porque allí hay un señor muy serio que está tratando de cazar con el objetivo de su cámara a las aves que sobrevuelan el entorno y que no tiene tiempo ni para saludar, no me detengo en este punto tanto tiempo como debería. Cuatro fotos y a seguir surfeando el mar de piedras…

Una nueva ración de hoces

"Deja ese momento en el cajón de los recuerdos
y recuerda su olor.
Y piensa en esas cosas que la hacían maravillosa
y que están en tu interior".

Aunque la parte final del descenso es ya por una pista totalmente transitable, alcanzo la subida al puerto de la Eme con las fuerzas justas y la mente, de nuevo, crispada. Otra vez el calor, otra vez. El ascenso no es excesivamente duro, pero, por primera y única vez en este periplo, entro en crisis. Siento que la bici no avanza y que la fuerza, poca, que transmito a los pedales es reducida a cenizas antes de llegar a su destino. Se me acaba el agua y se me echa encima la hora de comer. Y el puerto no acaba. Ya no es que no haya cartel, es que superada la parte de ascensión más evidente, lo que sigue es un interminable falso llano, una carretera que en ligera subida avanza por una zona en la que, de golpe,  ha desaparecido la vegetación. En fin, el puerto de la Eme, de la Eme de Mierd…

Subiendo la Eme bajo un sol de justicia

Con el termómetro ya instalado en torno a los 35 grados y las neuronas achicharradas, avanzo sin mirar atrás y me salto un teórico atajo por pista. Cuando me quiero dar cuenta, ni me planteo dar marcha atrás, así que decido seguir por la carretera y dar un pequeño rodeo de poco más de un kilómetro. Visto después el punto de enlace y la pinta del camino, creo que salí ganando, porque lo que se atisbaba no era ni mucho menos plano.

Al fin, y tras enlazar con más pena que gloria las cumbres de los altos de la Eme y La Mazorra, puedo disfrutar de la imponente bajada de este segundo y alcanzar así, sin dar ni una pedalada extra, el destino del día, Valdenoceda. Mientras repongo fuerzas en un bar y espero a instalarme en la casa rural en la que pasaré la noche, hago balance de un día de claroscuros; de una jornada extraña en la que, en apenas unas horas, he pasado de sentir frío bajo la niebla a echar humo por la cabeza; de una etapa que, en realidad, no ha sido más que el fiel reflejo de lo imprevisible y maravilloso que es viajar en bici.

"Piensa que si un día ella no está
echarás de menos hasta
su caminar, su despertar, su forma de hablar,
su mal humor, su estar mejor, su pelo y su voz.
Su caminar, su despertar, su forma de hablar,
su mal humor, su estar mejor, su pelo y su voz".

(SUPERSUBMARINA - Niebla)


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 96,18 km. 

- Desnivel acumulado: 1.652 m.

- Velocidad media: 17,9 km/h

- Velocidad máxima: 63,3  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 5h 21' 39"

- Hora de salida: 08:22  

- Hora de llegada: 14:53



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