¡Cuenca, qué preciosa eres! (Día 1): Cuenca - Tragacete

"A veces la vida se presenta así. Inapelable. Y sólo queda acatarla". LORENZO SILVA – Las fuerzas contrarias (2025)

Pensaba arrancar la crónica transitando por un terreno común, el de la sordera y sus interminables y nefastas ramificaciones. Pero me niego a que este pequeño refugio también quede embadurnado de la mierda por la que me revuelco cada día. Baste con decir que cada vez lo llevo peor y que, en consecuencia, encaré esta escapada con el firme propósito de pasar dos días pedaleando sin prisas y lavando a conciencia la mente.

Quizá por eso, porque quería que todo fluyese lo mejor posible, decidí desplazarme a Cuenca el día de antes y hospedarme en un modesto hostal para así eliminar el ajetreo de madrugar, conducir desde Madrid, descargar, poner las bolsas y, al fin, echarme a rodar. Además, aproveché que en el alojamiento disponían de pan sin gluten para salir ya de allí desayunado y sin agobios de ningún tipo.

El puente de San Pablo bien merece un cuestón

Aunque por llenar la barriga, me puse en marcha más tarde de lo deseado y tuve que sortear un poco de tráfico en la parte baja de la ciudad, lo cierto es que en cuanto me interné en el casco antiguo, comenzó a reinar la tranquilidad. De hecho, pude subir hasta el impresionante puente de San Pablo trazando unas amplias eses por la empinadísima calle Canónigos y cruzar la pasarela en casi absoluta soledad. Una foto por aquí, otra por allá, una más desde este lado, ahora al otro… El rincón que configuran esta formidable construcción, la profunda hoz del río Huécar, las Casas Colgadas y el resto de monumentos y edificaciones es tan exquisito que perfectamente podría haber echado allí medía mañana… Cuestión de gustos, pero ese ratito me sirvió para ratificar que Cuenca sigue sólida en mi top 5 de ciudades favoritas de España.

Imponente e impresionante

"Relatar el principio,
no puede ser tan complicado.
Antes iba deprisa,
perdóname si voy despacio".

Colgado de Cuenca


Espectacular, lo mires por donde lo mires

Finalizada la sesión de turisteo, pierdo con rapidez la altitud ganada y me coloco a orillas del río para completar los primeros kilómetros de una ruta que, en homenaje a mi amigo DwarfCu, un conquense de pura cepa, he optado por llamar: ¡Cuenca, qué hermosa eres! Aunque a veces me pone excusas baratas para no quedar y se ríe de mi innata capacidad para romper radios 😛 , debo reconocer que Joserra es una de esas personas con las que, de no ser por la p*t* sordera, seguramente habría trabado una relación más intensa. Pero bueno, que de este tema he dicho que hoy no me apetece hablar…

Un último vistazo al puente, ya por la hoz del Huécar

Hasta Palomera, localidad en la que arranca la primera subida larga del día, pedaleo por una suave, tranquila y sombría carretera junto al Huécar en la que el entorno ya comienza a mostrar sus atractivos. Por el camino, además, atravieso un minúsculo pueblo que cuenta con, según el economista Eugenio Larruga (1787-1800), "el privilegio de ser considerado el primer centro productor de papel fino que se estableció en España" y, según un humilde servidor, uno de los nombres más bonitos del mundo: Molinos de Papel.

Carreteras con encanto

Aunque esperaba que la primera ascensión con la bici cargada se me atragantase más de la cuenta, lo cierto es que subo por Las Culebrillas (me chivan por el pinganillo que así es como se llama 😉) con bastante soltura y solvencia. La pista mantiene buen firme, salvo en algún paso puntual con más piedras, y va ofreciendo sugerentes vistas a medida que avanza hacia una pequeña meseta en la que el viento comienza a dejarse notar. No es, por ahora, molesto, pero ya deja entrever que, de un modo u otro, condicionará la marcha durante la que resta de jornada.

Culebreando

"Arrancad los motores,
que no haya silencio,
descorcharemos las mejores
bebidas que tenemos.
Aunque estoy agotado,
iré a buscar lo que me pidas".

Bonitas vistas en la subida a Las Culebrillas

Tras unos nueve kilómetros ondulantes y, a escasos 500 metros de alcanzar una pista forestal asfaltada, el GPS me invita a meterme por una zona de roderas poco marcadas. Por no andar sacando el móvil para constatar si el camino que venía siguiendo llega también hasta la carretera sin dar mucha vuelta (que es que sí), tiro por ella sin pensármelo mucho. Lógicamente, el avance se complica más de la cuenta, pero justo cuando estoy a punto de acordarme de la familia de los creadores de Koomot, un cervatillo cruza por delante de mí y se detiene a observarme tras unos árboles. Para no espantarle, me paro de inmediato y logro lanzar una foto antes de que salga otra vez corriendo. "Ves, agonías, al final, el desvío ha merecido la pena".

Premio para el que encuentre al cervatillo

Después de tres kilómetros de cómoda bajada, me interno por un caminito algo pedregoso rumbo a Las Torcas de los Palancares. Estas profundas depresiones del terreno resultan impactantes, pero lo cierto es que cuesta fotografiarlas con fidelidad. En vivo, son mucho más impresionantes de lo que aparentan en las imágenes. Eso o que yo soy un pésimo fotógrafo, que todo puede ser.

Torca del Lobo, bastante impresionante in situ

Torca del Agua

Tras echar un vistazo a la última de ellas, la de La Novia, que es la que está más pegada a la pista principal, me desvío momentáneamente con el objetivo de visitar el Pino Candelabro, pero entre que el GPS lleva un rato despistado trazando líneas rectas en vez de ir por el track marcado y que yo voy más pendiente de controlar la bici por un camino repleto de ramas y piedras, la cuestión es que me lo acabo pasando de largo o que no llego hasta él o lo que sea… En cualquier caso, por aquí cuentan muy bien su historia.

Torca de La Novia

"Desde aquella habitación,
desde aquel rincón tan exquisito,
lanzamos un mensaje para todo el universo.
A través de aquel calor,
yo me transmito al exterior,
por tus gestos, en tu arte,
por los nuestros, en tu forma de entenderlo,
ha merecido..."

Antes de abandonar el entorno de los Palancares y Tierra Muerta, me acerco hasta el Mirador de Nicolás, donde la realidad es que, por culpa de la calima, no se aprecia como debería la impresionante masa arborea que queda casi a nuestros pies. Eso sí, aquí, al menos, no me dejo engañar por un track que ya se había empeñado en hacerme dar un rodeo cuando lo lógico era seguir recto...

Nicolás y la calima

Nueve kilómetros más adelante, tras completar otra gozosa bajada sin rastro alguno de vehículos, alcanzo las Lagunas de Cañada del Hoyo, un complejo formado por siete lagunas permanentes y cuatro torcas en el que, por encima de todo, llama la atención el diferente color que presentan sus aguas. Aunque no he llegado en la época en la que algunas de ellas presentan sugerentes tonos rosados o blancos, las tres que logro visitar me sirven para hacerme una idea de lo que los microorganismos que en ellas habitan pueden provocar.

Laguna de la Gitana

Laguna del Tejo

El Lagunillo

Mi plan era haber visitado hasta cinco de ellas, pero el GPS me conduce hasta la entrada de una finca privada y me invita a bordearla por un sendero o inexistente o comido por la maleza. Dado que aún queda mucha tela por cortar, tiro de prudencia, dejo para otro rato la exploración y vuelvo sobre mis pasos para enganchar de nuevo con la carretera.

"Trataré de llevarme
imágenes que me harán la espera soportable,
fueron incalculables
diamantes al fondo en cada una de las tardes".

Durante el tranquilo tramo de asfalto que viene a continuación, voy ya confirmando algunas sensaciones que me acompañan desde el inicio de la jornada: que el viento está juguetón, que Lorenzo va a apretar de lo lindo en las horas centrales del día, que la ruta receta grandes dosis de tranquilidad y soledad y sí, también que necesito que venga ya algún tramo peliagudo para quitarme los restos de ansiedad que aún arrastro.

Reflexionando en la más absoluta soledad, rumbo a Valdemorillo de la Sierra

Tras rozar Valdemorillo de la Sierra, veo colmado ese “deseo”. Y es que, justo antes de entrar en esta pequeña localidad, giro a izquierdas para encarar un rampón gravillero. Afortunadamente, la pista se mantiene compacta hasta el final de la zona más dura y, a fuerza de eses, logro conquistarla sin poner pie a tierra. Pasado el trago, lo que queda es serpentear por una zona de terreno variable, atractivo y algo técnico que me dejará a los pies de La Balsa. Lástima que la abundante vegetación no deje ver en todo su esplendor la caída del agua, pero aún así, el lugar bien merece una parada.

El panorama tras el rampón

Desparrame de vegetación y agua en La Balsa

De camino a Valdemoro de la Sierra, voy haciéndome a la idea de que está a punto de arrancar el tramo duro del día. Por evitar asfalto y, de algún modo, ir preparándome para retos futuros, he decidido trazar la ruta hasta Huerta del Marquesado por, literalmente, mitad del monte. En el ordenador, no me pareció el que trayecto tuviese mala pinta, pero tengo claro que habrá zonas entre duras y muy duras y que, seguramente, habrá que echar pie a tierra. Por ello, no dudo ni un instante en parar en un pequeño bar que hay a la salida del pueblo para tomar una Coca Cola, comer algo y recargar agua. Que venga lo que tenga que venir, pero que me pille preparado…

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción (Valdemoro de la Sierra)

En su inicio, la pista me obliga a vadear un pequeño arroyo en el que, por exceso de confianza, acabo metiendo los dos pies hasta el tobillo. Mira que tengo ya experiencia, pero es que a veces parezco nuevo... Con ellos encharcados, encaro después un breve tramo a pleno sol que hará de secador y que permitirá afrontar las pateadas que me esperan con mis extremidades inferiores ya sin apenas rastro de agua. Y es que, nada más cruzar el río Guadarroyo, el camino se empina considerablemente y se convierte en un pedregal infame por el que, consciente de lo mucho que me queda, decido no arriesgar ni gastar más fuerzas de las necesarias.

"Desde aquella habitación,
desde aquel rincón tan exquisito,
lanzamos un mensaje para todo el universo.
A través de aquel calor,
yo me transmito al exterior,
por tus gestos, en tu arte,
por los nuestros, en tu forma de entenderlo..."

En los próximos seis kilómetros alternaré pequeños tramos ciclables con otros complicados de pedalear y tres pateadas, la última, sin duda, extenuante. Con Lorenzo ajusticiando, voy empujando de sombra en sombra, deteniéndome cada poco, tratando de no cargar en exceso las piernas y, sobre todo, realizando un importante trabajo mental. No diré que fuera fácil, pero gracias a ese pelín de cordura que le puse al asunto (no hay prisa, tengo agua de sobra, después toca bajada, si quieres participar en The Capitals más te vale estar preparado…), termine superando la zona con bastante solvencia.

Tremenda pateada. La foto no hace justicia al desnivel...

Coronando el exigente tramo. No ha sido para tanto...🙄

De nuevo sobre asfalto, me dejo caer hasta Huerta del Marquesado y sin pensármelo mucho pongo rumbo hacia Laguna del Marquesado, donde ya tengo previsto realizar otra parada reparadora. Craj, craj, craj… Sí amigos sí, otra vez el eje pedalier… Por motivos que desconozco (y que tendré que investigar en breve), esa dichosa pieza que he cambiado hace unas semanas vuelve a emitir quejidos. No oigo una mierda, pero para estos ruidos tengo una sensibilidad especial. Clin, craj, chac… Al calor reinante, le sumo mala leche que me entra y alcanzo la citada localidad echando humo por la cabeza.

"Donde me sentaba yo,
escribo desde donde me sentaba yo".

Consciente de que poco, o nada, puedo hacer para solucionar el asunto, aprovecho la parada para relajarme a la sombra, volver a llenar los bidones de agua, tomarme un Aquarius y comerme un sándwich. Hasta Tragacete, me queda completar una última subida, disfrutar de un tramo largo de bajada y superar un falso llano. En principio, son 30 kilómetros asequibles, así que cuando reanudo la marcha lo hago con la idea de, en la medida de lo posible, no dar demasiada importancia a los crujidos.

Breve concierto de pedalier

Afortunadamente, la posible tortura psicológica acaba pronto. Tras pasar por una Laguna del Marquesado que casi pasa desapercibida entre tanta vegetación, la bici emite su última secuencia de chasquidos (craj, craj, clunch, chic, clac, chac…) y, por los mismos motivos indescifrables, da por concluido, temporalmente, el desagradable concierto. Gracias a ello, resuelvo sin mayores problemas un bonito ascenso, paso raudo y veloz por Valdemeca y encaro con buena cara los últimos siete kilómetros de la jornada.

La Laguna del Marquesado a la salida de Laguna del Marquesado 😅

La última y agradable subida de la jornada, ya con el concierto de clajs terminado
Y la última y todavía más agradable bajada

Este sector final se complicará más de la cuenta con el viento de cara y un sol que ya calienta por encima de los 35 grados, pero ni mucho menos empañará otra fantástica jornada de pedaleo y, sobre todo, lavado de mente. Y es que, entre torcas, lagunas y otros paisajes singulares y sí, también entre rampones, pateos y crujidos, me presento en Tragacete con una sonrisa y sin rastro de las preocupaciones clásicas. De hecho, lo único en lo que pienso en ese instante es en darme una buena ducha, encontrar un lugar para comer y pasar el resto de la tarde descansando y con la mente casi en blanco. Venga, que sé que lo estáis deseando: ¡Viva la bici!

"Desde aquella habitación,
desde aquel rincón tan exquisito,
lanzamos un mensaje para todo el universo.
A través de aquel calor,
yo me transmito al exterior,
por tus gestos, en tu arte,
por los nuestros, en tu forma de entenderlo..."

(Second – Rincón exquisito)


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 118,66 km.

- Desnivel acumulado: 1.719 m.

- Velocidad media: 19,7 km/h

- Velocidad máxima: 58,2  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 6h 01' 53"

- Hora de salida: 08:12  

- Hora de llegada: 15:41






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