Viñas y cuestas (Día 1): Santo Domingo de la Calzada - Sansol
“La vida era así de rara, absurda y caprichosa. El caso era trabajar y afanarse en las cosas inútiles y poco prácticas”. MIGUEL DELIBES - El camino (1950)
Pesa más el equipaje mental que el físico. La mierda que uno va acumulando en la cabeza durante esas semanas en las que todo se pone cuesta arriba es un fardo difícil de arrastrar. Me esfuerzo por estar aquí y ahora, pero mi cerebro sigue enfrascado en batallas pasadas y perdidas. Y así es muy difícil…
Con esa extraña sensación de pesadez mental me alejo de
Santo Domingo de la Calzada, coqueta localidad riojana que será punto de
partida y fin para el anhelado viaje estival. Debería estar emocionado, pero
no, por ahora sigo atrapado en las fauces del insoportable mes de julio. No he
sacado la basura a tiempo y ya asumo que voy a necesitar margen para extraerle todo el jugo a esta aventura.
Catedral de Santo Domingo de la Calzada. Empezamos |
Para mí solo. Plaza de España (Santo Domingo de la Calzada) |
Aunque el amanecer me brinda una bonita luz, supero este
primer sector de caminos agrícolas sin recrearme y con la idea de alcanzar
cuanto antes las montañas que se divisan en el horizonte. Hago un esfuerzo por
parar y tirar alguna foto de un entorno que resulta más sugerente de lo que
esperaba, pero me sigo notando muy forzado.
Amanece, que dadas mis circunstancias, no es poco |
Podría ser Andalucía, pero es la pequeña pedanía riojana de Casas Blancas |
Un guardaviñas, un camino y una apisonadora... Curioso |
Al paso por Briones, surgen los primeros brotes verdes. En
el pueblo aún reina la tranquilidad y puedo disfrutar con calma tanto de su
interesante casco antiguo como de las vistas que ofrece el mirador situado en
la parte norte. Desde él, se distingue el primero de los mares de vides que voy
a surcar estos días y se intuyen ya las numerosas cuestas que también me va a
tocar subir. Además, para dar un empujoncito al ánimo, me digo que en cuanto
alcance aquel municipio en el que despunta el castillo que se ve en el
horizonte, voy a hacer una primera parada a tomar un café con leche y a ir ya
saboreando esos otros pequeños placeres que conlleva viajar en bicicleta.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción (Briones) |
Un mar de viñas, junto al río Ebro |
Veo una fortaleza... y un café con leche |
Estos impulsos diminutos me ayudan a recorrer con suma
facilidad los escasos 5 kilómetros que me separan de San Vicente de la Sonsierra y a superar sin mayor problema la empinada cuesta que da acceso al núcleo urbano. Además,
por el camino, atravieso un interesante puente medieval desde el que se divisa
un llamativo perfil de la citada localidad.
San Vicente de la Sonsierra, desde el puente medieval |
Enmarcando el paisaje. Fortaleza-Castillo de San Vicente de la Sonsierra |
Con la cafeína circulando por las venas y la energía que
brinda el trozo de extraordinaria tortilla de patatas con el que pude acompañar
el café, encaro la subida al puerto de Rivas de Tereso (o de Peñacerrada, en
caso de que subir por su vertiente alavesa). De entrada, la
ascensión resulta algo insulsa, pero en cuanto se deja atrás la población que
le da nombre, la subida mejora con creces. La carretera se vuelve más sinuosa y
aparecen las curvas de herradura y las panorámicas atractivas. Además, mis
piernas giran, porque a diferencia del mental, en el aspecto físico sí que
hecho los deberes.
Llegan las curvas y la diversión. Puerto de Rivas de Tereso |
La planicie que separa la Montaña Alavesa de la Sierra de la Demanda |
En este sector de cómoda escalada, me da por pensar que quizá el año pasado encaré el viaje de verano con el cerebro más despejado porque antes pasé unos bonitos días con la familia en Londres… No sé si en realidad tiene algo que ver, pero bueno, ese pensamiento, al menos, me sirve para encender la emisora y sintonizar la primera canción de la ruta. Y tararear siempre ayuda.
Y entre unas cosas y otras, alcanzo la cima del alto (al que
le falta el cartel) y, de inmediato, me interno por una pista que me llevará
hasta el vecino puerto de Herrera. Como ya sé que me va a tocar empujar en
varias zonas, encaro el sector con mucha tranquilidad. Además, el hayedo por el
que se interna el camino invita a precisamente eso, a pedalear con calma, a
disfrutar de sus olores y sus refrescantes sombras.
Pistas que enamoran |
De las hasta cuatro veces que hay que bajarse empujar, sólo
la primera resulta realmente fatigosa por su desnivel y distancia. El resto,
son casi inocuas. Además, el entorno compensa. Por todo ello, cuando termino
saliendo a la carretera, concluyo que ha sido un rotundo acierto trazar el
track por mitad del bosque.
Tras superar los centenares de metros que me separan de la
cima de Herrera, me dejo caer por su vertical vertiente sur. Mientras hago lo
posible por no embalarme demasiado con tanto peso, me cruzo con varios
ciclistas que suben en sentido contrario y que por sus balanceos y muecas dejan
bien claro que nos encontramos ante uno de los puertos más duros de esta zona de la Península.
Extraordinarias vistas desde el Balcón de La Rioja |
Herrera, un precioso puerto... para bajar 😉 |
Antes de completar el descenso, giro a la izquierda para tomar una buena pista que, a fuerza de toboganes entre viñas, me llevará hasta las
inmediaciones de Laguardia. Aunque ya conocía el pueblo, no dudo en instante en
desviarme tímidamente para dar una vuelta por su precioso casco antiguo y, de
algún modo, rendir homenaje al gran Óscar de Marcos, uno de los escasísimos
futbolistas (ya ex, puesto que acaba de retirarse) a los que se les puede
aplicar aquello de “gran jugador, mejor persona”.
Viñas, bodegas y montañas |
Buscando a Óscar de Marcos por las calles de Laguardia |
Tras el paseo por este municipio, hago una breve parada para
comer una barrita y me dispongo a encarar el segundo tramo en el que ya sé que
habrá que poner otra vez en práctica el empujabike. En principio, me había
parecido una buena idea recorrer este tramo por una pista que faldeaba la
montaña, pero tras un primer y extenuante tramo de arrastre de bici, constato
que no merece en absoluto la pena perder más tiempo por allí. Además, por si
quedaba alguna duda, en un momento dado, hago un sobreesfuerzo para evitar que
la bici se quede metida en un surco y me da un pequeño tirón en una zona de la
espalda que ya traía tocada.
De camino a la pista del infierno, en la que luego no saqué ni una foto... |
Con celeridad, echo un vistazo al móvil y constato que puedo descender por un camino que sale poco más adelante y que permite enlazar algo más allá con el final de este tramo, justo a la altura de la localidad de Kripan. Sin dudarlo, escojo esta alternativa y digo adiós a un camino que, además de ser incomodísimo, tampoco ofrecía grandes vistas.
Entrando en Navarra con la espalda tocada |
Con el cuerpo algo agarrotado, encaro la subida por carretera hasta Meano. Una vez más, las piernas responden, así que con menos desgaste del esperado, alcanzo este pequeño pueblo en el que compro una Coca-Cola y me siento a la sombra a degustar un par de pequeños bocadillos que traía preparados.
La parada, que aprovecho para rellenar botes, me sienta de
maravilla y me permite afrontar los siguientes kilómetros con una cierta
ligereza. Y así, alternando asfalto y tierra, me presento en la fase final de una
jornada en la que me había dejado abierta la posibilidad de visitar un par de
lugares que tenían buena pinta. Hace ya bastante calor y la espalda sigue dando
algo de guerra, pero como soy de cabeza dura, decido no saltarme ninguna de las
dos visitas.
Pequeño tramo de tierra antes de Aguilar de Codés |
La susodicha Aguilar de Codés. Me encantan estos carteles |
Para la primera, el Monasterio de San Jorge, toca superar
una corta y empinada subida hasta el pueblo de Azuelo. Y el tímido esfuerzo
compensa.
El sencillo, pero elegante Monasterio de San Jorge (Azuelo) |
Detalle del pórtico |
Para la segunda, el Santuario de Codés, el ascenso es mucho más largo y duro. Lorenzo atiza con fuerza y, en algunos tramos, el viento también castiga. Y ya se notan los kilómetros. Y la espalda se queja… Y encima al llegar a la altura del templo pues ya veo que no es gran cosa, que el entorno es agradable, pero que el edificio tampoco tiene un gran valor arquitectónico… Por fortuna, antes de soltar algún juramente en hebreo, encuentro una fuente con agua fresquísima y me doy un festín líquido que me deja como nuevo.
El Santuario de Codés, más fu que fa |
"Viviendo en la era pop,
"Secarrales" que no son castellanos |
Con el motor refrigerado por dentro y por fuera, me lanzo cuesta abajo con la sensación de que en un periquete me voy a presentar en
Sansol. Y sí, hasta Espronceda, todos son sonrisas y suspiros de alivio, pero
desde allí hasta el final de etapa, lo que me encuentro es una carretera en
timidísima bajada que, con el viento soplando de cara, se convierte en una
pequeña tortura. Además, para rematar(me) el track se despide con un cuestón
mayúsculo que supero a fuerza de eses y testiculina. En fin, una vez más, el error de subestimar y creer que ya está
todo hecho.
Sansol, punto y seguido |
Aunque aún queda mucha pelusa por barrer, mi sensación al
desconectar el GPS es que el cerebro está ya algo más limpio que hace unas
horas y que, aunque cueste más de lo deseado, acabaré disfrutando como otras
veces. Además, la espalda resiste y mis piernas están con ganas. Mañana más y
seguro que mejor, me digo.
(Los Flechazos – Viviendo en la era pop)
ALGUNOS DATOS
- Distancia: 106 km.
- Desnivel acumulado: 2.156 m.
- Velocidad media: 17,4 km/h
- Velocidad máxima: 68,3 km/h
- Tiempo total de pedaleo: 6h 06' 08"
- Hora de salida: 07:00
- Hora de llegada: 14:49
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