Una ruta de ida y vuelta (Día 1): Colmenarejo - Talavera de la Reina

"La cerámica de Talavera no es cosa menor, dicho de otra forma, es cosa mayor".  M. RAJOY – Ese señor del que usted me habla.

Suelo empezar las crónicas con una cita literaria, pero, para que nos vamos a engañar, tampoco soy tan erudito. Además, es que es hablar de Talavera y venirme a la cabeza esas palabras del (ponga aquí su calificativo) expresidente del Gobierno. No voy a meterme en política, pero hay que reconocer que el susodicho nos dejó unas cuantas declaraciones para el recuerdo y la carcajada… Por cierto, de lo que tampoco voy a hablar, pero solo de momento, es del motivo por el que decidí poner rumbo a la ciudad de la cerámica en este viaje. Eso lo dejó para una posterior entrada.

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El hormigueo en el estómago anuncia que una nueva aventurilla está a punto de empezar. No sé si serán nervios, emoción, un cierto temor o una suma de todo ello, pero lo cierto es que, mientras pongo en marcha el GPS y me preparo para salir,  cientos de mariposas campan a sus anchas por mis intestinos. No es molesto. Todo lo contrario. Es una sensación que espero no perder nunca.

Cruzando la presa de Valmayor

De camino al Embalse de Valmayor, primer punto atractivo de la jornada, voy haciéndome a la idea de lo que me espera durante las próximas horas. Sopla un viento bastante intenso, pero el sol se ha abierto paso y ya me insinúa que tendré que ir quitándome ropa de abrigo a medida que avance la jornada. Hoy sí, a diferencia de lo vivido el verano pasado, Lorenzo será bien recibido.

“No importa las ropas que llevamos,
ni los bares que frecuentamos,
donde quiera que estés estaré,
no hay política ni ciencia que pueda separarnos”.

Tras rozar Valdemorillo, me adentro en el primer tramo de caminos del día. Hasta Fresnedillas de la Oliva, tocará superar algunas zonas de barro pegajoso, rodear inmensos charcos, vadear un par de arroyos por esas piedras tan oportunamente colocadas y encarar las primeras subidas del día. Aunque conocía una parte, resultará un sector entretenido y más llevadero de lo que preveía.

Los vadeos de arroyos, que nunca falten

Regresar al asfalto implicará un cambio de dirección y un enfrentamiento brusco con el viento. Alcanzar Robledo de Chavela exige superar dos tramos de subida que, con Eolo soplando de cara, se me atragantan considerablemente. Concluido el segundo, me detengo en la cima de lo que se conoce como el Alto del Almojón para disfrutar del paisaje y sacar alguna foto, pero la ventolera es tal que apenas alargo la parada y me lanzo cuesta abajo sin miramientos.

Zarandeado por Eolo en el Alto del Almojón

Cruzado el casco urbano de Robledo, transito algo más de tres kilómetros por carretera para alcanzar la segunda fase de caminos del día. Me apetece mucho rodar por este tramo que ya conozco tímidamente de una ruta que hice hace tiempo y que, además, me permitirá refugiarme del viento entre los pinos. Los 12 kilómetros responderán con creces a las expectativas. La pista es ideal para la bici de gravel y dibuja un trayecto con algún repecho, pero con una tendencia claramente favorable. Además, con las lluvias de los últimos días, el entorno rebosa verdor y emite unos brillos y olores absolutamente deliciosos. Una gozada.

“Dirán que estamos equivocados,
que estamos locos y acabados,
pero piensa qué bello sería
perdernos en el tiempo perdiéndolos de vista”.

Una autopista gravelera entre Robledo de Chavela y Pelayos de la Presa

Tras una corta, empinada y revirada bajada, alcanzo el mítico Mesón del Puerto, justo a las puertas del Pantano de San Juan. No puedo evitar acordarme aquí de quien, en buena medida, tiene gran culpa de mi pasión por descubrir nuevas rutas, el gran Miguel Ángel Delgado, quien con su libro Bicicleta de Montaña por la Comunidad de Madrid me descubrió que había un mundo por explorar casi a las puertas de casa. De este restaurante, partían algunas de sus propuestas por esta preciosa zona.

Poco más adelante, junto al antiguo puente sobre el río Alberche y con algo más de 45 kilómetros en las piernas, realizo la primera parada del día. Aprovecho el momento para comer una barrita y algunos frutos secos y empezar a quitarme ropa. No es que haga calor, pero ya sé que ahora viene una zona de varias subidas y asumo que me vendrá bien llevar el motor lo más refrigerado posible.

Una bici, el río Alberche y la presa del Pantano de San Juan

Brillos y reflejos por encima del Alberche

Superar Pelayos de la Presa se hace pesado. Recta y viento de cara. Pocas combinaciones peores. Por eso, cuando giro a la izquierda para iniciar la subida a La Granjilla, más que enfurruñarme por la pendiente que ya se adivina, respiro aliviado al quitarme de encima a Eolo. Además, siento curiosidad por subir esta pequeña tachuela que lleva ya tiempo en mi punto de mira, pero que, por unos motivos u otros, se ha ido quedando fuera de anteriores rutas.

El ascenso me sorprende. No es duro, pero sí constante. Además, trascurre por un agradable bosque de pinos que, de vez en cuando, deja ver el desnivel que vamos salvando. Subo con mucha cadencia, lastrado por el peso, pero también con idea de reservar fuerzas. Pero disfruto, y mucho. Apenas hay tráfico y puedo paladear con tranquilidad del exquisito sabor de esas subidas que se realizan por primera vez y superan las expectativas.

“Tú y yo miramos en la misma dirección,
así que no te preocupes más,
todo va a salir bien,
la vida se abre camino,
nosotros estamos vivos,
estamos vivos”.

Coronado el modesto puerto, disfruto de una tímida bajada hasta el cruce con la N-403. Desde allí, la carretera que vengo siguiendo, la M-541, irá describiendo una sucesión de largos toboganes que me llevarán primero hasta Cadalso de los Vidrios y después hasta Cenicientos. El paisaje, una sugerente mezcla de piedras y vegetación, sigue acompañando. Aunque la zona ha sufrido varios incendios en los últimos años, las lluvias han comenzado a hacer su efecto y han empezado a teñir de nuevo de verde las zonas quemadas.

Camino de Pelahustán, qué gozada de tramo

Con la idea de parar en Pelahustán para descansar y comer un par de pequeños bocadillos que llevo en la bolsa delantera, afronto un tramo absolutamente desconocido. Serán 25 kilómetros de carretera descarnada, con más gravilla que asfalto. 25 kilómetros de soledad, paz y tranquilidad. 25 kilómetros sin un metro de llano y una larga y constante subida entre un reluciente bosque de encinas. 25 kilómetros de puro disfrute. 25 kilómetros que dan sentido a viajar en bicicleta sin pretensiones.

Verde que te quiero verde

Tras dejar atrás la pequeña localidad toledana, en la que apenas se ve gente por la calle pese a ser festivo, me interno en un tramo de camino. En un pequeño alto, veo unas piedras ideales para sentarse, apoyo la bici contra un muro de piedra, me pongo cómodo y doy cuenta de las viandas que traía preparadas de casa. Es un lugar sencillo, bonito y tranquilo… No necesito más.

“No importa si es de día o de noche,
a un lado de la tierra o al otro,
tampoco si es invierno o verano,
que estemos separados por miles de kilómetros”.

Por aquí estaba ubicado el "restaurante"

Con el depósito de nuevo lleno, me pongo en marcha rumbo a Castillo de Bayuela. El camino sube y baja con suavidad, atraviesa pequeños arroyos, se cuela entre fondosos árboles y acaba desembocando en este pequeño pueblo a los pies de la desconocida y coqueta Sierra de San Vicente. Otro tramo para el recuerdo.

Disfrutando como un enano, rumbo a Castillo de Bayuela

Desde aquí hasta Talavera, estuve tentado de enredarme un poco más para evitar el asfalto, pero teniendo en cuenta que en esta época anochece muy pronto y que la ruta ya iba a salir larga, opté por la solución fácil. Hasta San Román de los Montes, la carretera aún tiene su gracia, pero a partir de aquí se transforma en una infumable recta que parece no tener fin. Apenas hay tráfico, pero como noto que los kilómetros finales se me están haciendo pesados, distraigo la mente cantando (en) Eurovisión, recordando lo vivido en esta larga jornada de pedaleo y sintiéndome más que satisfecho con el diseño de una etapa que me ha resultado, salvo por este último tramo, preciosa y evocadora.

“Nuestra revolución ha empezado
y eso ya nadie podrá pararlo, no,
la música no puede engañarnos,
seremos protagonistas de nuestras vidas”.

Pues ya hemos llegado

Encontrado el alojamiento sin problema alguno, me ducho, me cambio y doy un pequeño paseo por una ciudad en la que trabajé durante unos meses hace ya unos cuantos años... tantos que mis recuerdos son sospechosamente difusos. Además, aprovecho la ocasión para realizar una pequeña compra y dejar solventado el tema de desayuno y comida del día siguiente. Como colofón a la gran jornada, me permito un pequeño homenaje para cenar y me zampo una hamburguesa y una tarta de queso en un restaurante cercano. Ambas estaban deliciosas.

Ya en la cama, constató que al día siguiente el cielo no estará tan despejado y que es muy probable que me moje. Sinceramente, me da igual. Cuando hay ilusión y ganas, todo lo demás no importa… o casi.

“Tú y yo miramos en la misma dirección,
así que no te preocupes más,
todo va a salir bien,
la vida se abre camino,
nosotros estamos vivos,
estamos vivos”.

(LA HABITACIÓN ROJA - Eurovisión)


ALGUNOS DATOS:

- Distancia: 122,4 km.

- Desnivel acumulado: 1.699 m.

- Velocidad media:  19,7 km./h.

- Velocidad máxima: 59,8 km./h.

- Tiempo total de pedaleo: 6h 12' 24"

- Hora de salida:  08:49

- Hora de llegada: 15:53


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