Madrid - Guadalajara - Madrid, una ruta terapéutica

"Montar en bicicleta es la mejor droga antidepresiva y solo tiene buenos efectos secundarios". GUNNAR REMPEL, ciclista y vicepresidente de Cumberland Valley Cycling Club.

Convivo con el miedo a que mi cuerpo diga basta. Ya lo he comentado alguna vez por aquí. Siento que, igual que me tocó la lotería macabra de la sordera súbita, cualquier dolor o molestia puede transformarse en algo grave. Es un temor irracional, lo sé. Y por eso aún es más dañino, porque soy plenamente consciente de que sufrir de antemano no lleva a ningún sitio…

Cuando advierto que este mecanismo perverso me impulsa hacia el abismo, apuesto por dar media vuelta y enfrentarme a él cara a cara. Por eso, porque sentía una absurda debilidad, decidí que ese sábado (27-01-2024) iba a ser el momento idóneo para poner en marcha la terapia de la bici y desempolvar otra de esas largas rutas con las que llevo tiempo en mente.

Sobre las 07:45, me pongo en marcha rumbo a Guadalajara. Aunque a mediodía las temperaturas van a rondar los 18 grados, salgo abrigado. Aún es de noche y, junto al Manzanares, la sensación térmica no superará los 5. Ya habrá tiempo para ir quitándose ropa. Ahora, lo importante es avanzar a gusto por un Madrid Río que, sin apenas gente, parece casi una autopista para las dos ruedas.

Amanece en un desierto Madrid Río

Superado el Parque Lineal del Manzanares, enlazo con el Anillo Ciclista. Serán unos kilómetros en clara tendencia ascendente, ideales para ir entrando en calor. Además, como aún es pronto, puedo pasar la mayoría de intersecciones sin necesidad de poner pie a tierra. Hace años que no rodaba por esta zona del carril bici que da la vuelta a Madrid, pero todo está más o menos como lo recordaba.

Por fin, sobre el kilómetro 19, dejo atrás esta infraestructura y pongo rumbo a Coslada. Será mi primer tramo por tierra. Por esta zona, aunque hay algunos charcos y pequeños lodazales, se puede transitar sin dificultad y sin embarrarse más de la cuenta. Eso sí, es una espacio absolutamente anodino. Descampados, postes de publicidad, pequeñas escombreras, ruinas, conejos... conejos por doquier. Se han adaptado tan bien a un terreno tan inhóspito que estoy convencido de que, cuando caiga otro meteorito, ellos dominarán la tierra.

Dejo atrás el Anillo Ciclista, rumbo a lo desconocido...

De Coslada a Torrejón de Ardoz, la ruta apenas me dejará tímidos detalles, pero servirá para activar la banda sonora que me acompañará durante el resto de la ruta. Los constantes aviones que sobrevuelan esta zona y el inquietante olor a aeropuerto a la salida de San Fernando de Henares convierten en inevitable que recuerde que “te imaginé en un avión, borracha de ingravidez”.

“Te imaginé en un avión,
en un avión.
Borracha de ingravidez,
ingravidez,
ingravidez, ingravidez.
Sin conocer bien tu misión,
bien tu misión”
.

Saliendo de San Fernando de Henares. Cómo huele a aeropuerto por aquí

Justo en la entrada del Parque Europa de Torrejón hago la primera parada seria. Devoro un plátano, me quito el ya molesto chubasquero y, de paso, hago una foto a la curiosa réplica de la Puerta de Brandenburgo que sirve como acceso a este pintoresco parque. No me gustan las rectas, pero tampoco era plan de dar un rodeo por Alemania para ir hasta Guadalajara…

El Berlín torrejonero

A partir de aquí, la ruta cambia. Los grandes núcleos de población quedan atrás y los caminos de tierra se hacen con los mandos. Aunque no será hasta Torres de la Alameda cuando, al fin, pueda ya disfrutar de los primeros efectos de la terapia, al menos este tramo junto a, primero, el río Jarama y, después, la M-224 me servirán para ir abriendo la mente. Por cierto, en un primer repecho antes de llegar a la citada localidad,  y mientras intento tirar una foto en marcha (sin éxito), un trío con bici de montaña al que había superado previamente se afana por superarme… Solo el primero y más joven lo logrará, eso sí, con una tremenda facilidad. Al cruzarme con él en la parte más alta, no pude más que dedicarle una sonrisa.

El Jarama, un clásico acompañante

Desde el pueblo, el track dibuja una larga subida hasta Los Santos de la Humosa. Habrá algún descansillo y un breve tramo de carretera a la salida de Valverde de Alcalá, pero lo que predominarán serán los caminos de tierra en clara tendencia ascendente. De hecho, en la circunvalación de Corpa tendré que sudar tinta para no echar pie a tierra en un repecho endiablado lleno de barro, surcos y piedras. También exigirá esfuerzo alcanzar Los Santos, aunque la pista, en un estado más que correcto, echará un buen cable. Eso sí, al entrar en el pueblo e intuir que el GPS ya me la quería liar haciéndome perder altura para luego ganarla, dibujo un oportuno atajo que me ahorrará unos cuantos metros de desnivel. Juan Carlos- 1, Koomot- 0.

Buenas vistas desde Los Santos de la Humosa

En esta localidad, con todo el masificado e industrializado Corredor del Henares a mis pies, hago la segunda parada. Degusto con placer un trozo de empanada, doy parte a la familia de mis andanzas y me ilusiono pensando que se acerca un tramo tranquilo que me dejará casi a las puertas de Guadalajara.

Y lo bonito que sería todo esto sin tanta nave industrial...

Por una vez, la realidad responderá a lo esperado (y deseado). Serán kilómetros de fácil rodar y con un cierto punto juguetón (pasaremos el único sendero del día) en los que, eso sí, habrá que ir salvando las zonas blandengues que, pese a una semana sin lluvia alguna, sobreviven a este infame (mal) tiempo de primavera en enero.

Único sendero del día, hay que disfrutarlo

Antes de llegar a Chiloeches, antesala del primer gran destino, disfruto de un precioso tramo de bajada a media ladera con  los restos del castillo de este pueblo como testigo. No queda mucho de la fortaleza, pero el entorno tiene su punto. Posteriormente, hasta Guadalajara, me restará un breve tramo de pestoso asfalto y un último sector de camino que acabará en triple trampa: bajada rotísima, lodazal y rampón insufrible en el que, sin pudor alguno, echo pie a tierra. No tengo ya edad para exhibiciones…

Bajadita cinco estrellas, camino de Chiloeches

Zona de piedras mal colocadas, llegando a Guadalajara

Sorprendentemente, callejeo por el municipio alcarreño sin complicaciones y en un abrir y cerrar de ojos me planto junto al imponente Palacio del Infantado. Igual no estamos ante una ciudad de esas que enamoran, pero solo este impresionante edificio “gótico isabelino con elementos renacentistas” ya merece una visita.

Un lugar que ya justifica una visita... La bici es opcional.

Y si entrar en Guadalajara fue fácil, más lo será aún salir. Tras hacer las pertinentes fotos, me deslizo hacia el puente que cruza el río Henares, avanzo sin complicaciones por una recta junto a un polígono y en un instante ya estoy en la carretera que me llevará hasta Cabanillas del Campo, lugar planeado para la ya tercera parada. Por cierto, en este tramo de asfalto, de apenas cuatro kilómetros, será donde más tráfico deba soportar en toda la ruta.

Fiel a mi nueva estrategia de ampliar el número de paradas a costa reducir la duración de las mismas, dedico poco más de 10 minutos a tomar un pequeño bocadillo y una Coca Cola, tiempo más que de sobra para también estirar las piernas y seguir serenando el alma.

Al reanudar la marcha, sufro para superar una pequeña cuesta y constato que a mis piernas les resulta sencillísimo desconectar del esfuerzo. Eso sí, en cuanto vuelven a calentarse, ya no rechistan y me permiten seguir avanzando amablemente por otra de esas pistas que, casi sin querer, va ganando altura.

AutoPista pasado Cabanillas del Campo

Justo en este punto, me da por pensar que, más allá de algún paso puntual, la mayoría de caminos por los que he transitado hoy apenas han ofrecido dificultades técnicas. Craso error. Al instante, la excelente pista por la que transito desemboca primero en un lodazal, después en una bajada bastante rota y, finalmente, en un largo sector por el monte de Sotolargo que  implicará vadear tropecientos arroyos, esquivar ciento un mil barrizales y superar bastantes zonas bien cargaditas de piedras. Eso sí, el entorno, repleto de encinas, al menos compensa.

“Primero pediré lluvia de abirl,
lluvia de abril.
Después me marcharé lejos de aquí,
lejos de aquí”.

Arroyos por aquí...
Arroyos por allá...

En Valdeaveruelo me despido de este tramo tirando a infernal y pongo rumbo a Torrejón del Rey, el pueblo de las fuentes. Vi por lo menos tres con un caudal agradecido. Lo suyo habría sido rellenar botes, pero que como aún llevaba líquido y la ruta me iba a permitir pasar por varias localidades más, decidí esperar un poco. Es que no aprendo…

Torrejón del Rey, el pueblo de las fuentes que dejé pasar...

A la salida de este hidratado pueblo constato que la terapia está haciendo pleno efecto. Llevo ya muchas horas con la centrifugadora de mierda parada y en mi cabeza, ahora mismo, la única preocupación en ciernes es la de cómo podré vadear el arroyo Torete, porque con ese nombre, ya me temo lo peor. Y sonrío por ello. Viva la bici.

Aunque por las lluvias recientes, el arroyo se ha desbordado, compruebo que el paso principal sigue libre y que, una vez superé las lagunas que se han formado justo antes, no habrá problema. De hecho, lo peor es la cuesta que ya se atisba después y que, además, vendrá seguida de una pestosa e interminable recta en falso llano hasta Ribatejada. Por aquí, sin una mala sombra, experimenté lo desagradable que puede llegar a ser pasar calor en enero. Da vértigo comprobar lo rápido que nos estamos cargando el planeta.

Vadeo del arroyo Torete. Más cornadas da la vida...

Al paso por Ribatejada, me antojo de agua fresquita, pero aquí, de las tres fuentes que veo, en solo una sale un hilillo de líquido con sabor a caño… Resignado, relleno el bote con paciencia y encaro una subida de esas que, con ya 125 kilómetros en las piernas, se atraganta más de la cuenta. Por fortuna, no es excesivamente larga y quedará después compensada con un rápido tramo de asfalto hasta Valdeolmos.

Con la idea de realizar la cuarta y última parada en Daganzo de Arriba, paso raudo y veloz por esta pequeña localidad y encaro un sector que va a tener su miga. Primero, por un exigente ascenso en dos tiempos y, sobre todo, por un clásico: el de que un tramo que en el mapa y el perfil se antoja plácido se convierta en insufrible. Piedras, piedras y más piedras lastrarán mi avance hasta las inmediaciones de Daganzo y me harán anhelar, aún más, el que ya iba siendo merecido descanso.

La calma que precede a la tempestad pedregosa

En la coqueta plaza del pueblo, tan solo importunado por un joven que ha decidido romper el silencio haciendo acrobacias con su patinete, doy cuenta del último bocadillo y cojo fuerzas para lo que queda, que aún tiene miga. Además, y visto que de la fuente tampoco sale agua (un saludo a Torrejón del Rey), aprovecho para comprar una botella de 1,5 L, beber con ansia y recargar, ya sí de forma definitiva, los botes.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción (con su patinador). Daganzo de Arriba

Hasta Paracuellos del Jarama, restará un tramo rápido y favorable por una buena pista, un pequeño enlace por asfalto y un camino que, tras perpetrar tres dolorosos repechos, acaba desembocando en un demoledor carril bici. Aunque está bien acondicionado, su inclinación es notable y me obliga a retorcerme más de la cuenta. Finalmente, y tras haber soltado algún juramento, alcanzo su parte más alta y me dejo caer hasta un mirador desde el que ya se atisba mi siguiente objetivo, el Aeropuerto de Barajas.

“Te imaginé diciendo adiós,
diciendo adiós,
en un avión a reacción,
a reacción”
.

Con vistas al aeropuerto

Para acceder  a la pista que transcurre encajonada entre las vallas del  reciento aeroportuario y el río Jarama barajaba tres opciones. La más evidente, la descarté porque había una valla infranqueable, así que teniendo en cuenta que la más racional, la de dar un rodeo, no me seducía en absoluto, opté por la más “arriesgada”, la que no salía en ningún mapa: saltar un quitamiedos y descender por un pequeño talud. Juan Carlos-2, Komoot-0.

Este sector, en el que esperaba ser testigo de frenéticos despegues y aterrizajes, me decepcionó un poco. No sé si fue por la hora y el día, pero apenas pude ver rodar a un par de aviones por la pista y a una distancia no muy cercana… Lo que sí me pasó cerca fue un quad que parecía estar preparando la próxima edición del Dakar y que corroboró mi teoría de que “un gilipollas es un gilipollas, independientemente del vehículo que conduzca”. En fin. Asco de gente.

Pista de tierra y pista de despegue

"Te imaginé en un avión..."

Bordeado Barajas, cruzo la A2 por debajo de un viaducto en el que comparto espacio con un arroyo convertido en vertedero de toallitas de wc. No quiero ponerme pesado, pero somos, de largo, la especie más guarra que ha pisado la tierra. Nuestros residuos seguirán aquí cuando no quede ni rastro de nosotros…

Como cabía esperar, me toca cruzar esa corriente de agua (¿?) marrón y maloliente por un paso cementado y aunque lo hago a velocidad de tortuga no puedo evitar salpicarme los pies… ¡Puaaaagh! Maldiciendo, solvento la subida hasta La Moraleja, supero un paso elevado sobre la M-12 y me enfrentó al último lodazal del día. He acumulado tanta experiencia en las horas previas que, mientras un joven hace equilibrios para pasar desmontando sin mancharse, yo lo hago sobre la bici con una destreza que me deja asombrado. Perfectamente, podría haber pegado un patinazo y acabar rebozado en lodo, pero esta vez no tocaba…

Aunque podría haber rodeado este elitista barrio por los caminos colindantes, decidí trazar el track por el centro para ahorrar kilómetros. En ese sentido, nada que decir. Sin embargo, a cambio, tuve que soportar que los cinco vehículos que me adelantaron lo hiciesen a gran velocidad  y que uno de ellos, para más inri del cuerpo diplomático, me pasase rozando.  Además, aquí sí, no pude escapar de un absurdo bucle que me condenó a encarar esa típica calle en cuesta que suele haber en todas estas urbanizaciones. Juan Carlos-2, Koomot-1.

“Las nubes como tú nunca se ven,
nunca se ven.
Las cosas son así, no salen bien,
no salen bien,
no salen bien, no salen bien,
no salen bien, no salen bien”
.

(NIÑOS MUTANTES - En avión)

Casi a la salida de La Moraleja, me detengo para fotografiar el atardecer. Al bajarme de la bici, siento de golpe todo el cansancio acumulado. Pedaleando, no era tan consciente de ello, pero queda claro que ya voy con la reserva encendida. Llega la hora de prender las luces y tomarse con mucha calma el regreso hasta casa por el Anillo Ciclista.

Atardecer desde La Moraleja, osea 

Finalmente, y tras más de 10 horas de pedaleo, alcanzo el Paseo de la Florida. Tengo hambre y unas ganas locas de pegarme una larga ducha de agua caliente, pero, una vez más, también tengo el corazón tan en calma que ni me acuerdo de las preocupaciones que me estropean el día a día. La terapia, como siempre, ha funcionado.


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 203,64 km.

- Desnivel acumulado: 2.103 m.

- Velocidad media: 19,9 km/h

- Velocidad máxima: 51,8 km/h

- Tiempo total de pedaleo: 10h 14' 40"

- Hora de salida: 07:48 

- Hora de llegada: 19:21



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