Rumbo al este: una ruta de pedales, balones y agobios tecnológicos
"En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol". EDUARDO GALEANO - El fútbol a sol y a sombra
De niño, el abuelo de mi vecino y mejor amigo me regaló una
camiseta del Athletic Club. La había comprado para su nieto, pero como este ya
se había hecho de un innombrable club blaugrana, decidió entregármela a mí. Fue
amor a primera vista. Hasta entonces, el fútbol no me había interesado mucho,
pero aquella elástica (en aquella época, no mucho…) de rayas rojas y blancas me
hechizó y dio pie a un romance que, a día de hoy, sigue tan vivo como el primer
día.
Cuento esto porque desde casi el momento en el que di mi primera pedalada, las imágenes del emocionante partido de la noche anterior comenzaron a revolotear por mi cabeza. Que sí, que solo es fútbol, pero que no pasa nada por ser un poquito más feliz cuando la pelota entra. Que la vida ya es bastante dura como para no dejarse llevar por estas pequeñas emociones.
“Athletic,
Athletic, eup! Athletic gorri ta zuria danontzat zara zu geuria. Erritik sortu zinalako maite zaitu erriak”. |
“Athletic,
Athletic, ¡eup! Athletic rojo y blanco, eres parte de lo que somos. Porque surges del pueblo te quiere el pueblo” |
A la orilla del Manzanares, para empezar el día |
Y así, mientras tarareo el himno, avanzo con fluidez por un
Madrid Río casi desierto. Va a ser un día largo y duro, así que decido no
fliparme y subo un piñón o bueno, lo intento, porque por mucho que le doy a la
palanca el cambio ni se mueve… "¡Vamos, no me jodas, que no llevo ni cinco
kilómetros!", me digo. Paro, echo un vistazo rápido y como no veo nada raro,
compruebo con el móvil el nivel de batería del cambio. Efectivamente, la pila
del mando izquierdo está agotada. Afortunadamente, llevo una de recambio, así
que tras una rápida actuación, puedo reanudar la marcha. Queda rezar un poquito
para que no se agote la del otro, porque la batería del cambio propiamente
dicha la he cargado durante la noche… o no.
Pronto empezamos... |
Solventado este problema, vuelvo a los pedales, al tarareo y voy alternando mis ensoñaciones futboleras con el trabajo mental de ir marcándome pequeñas metas y recompensas. En estas largas jornadas, la cabeza tiene mucho más que decir que las piernas y conviene ir preparándola desde el principio. Hoy, la idea es ir hasta el extremo este de la Comunidad de Madrid y vuelta, y serán más de 200 kilómetros (ya hablaré de la motivación de la ruta en una posterior entrada).
“Gaztedi gorri-zuria zelai orlegian Euskalerriaren erakusgarria. Zabaldu daigun guztiok irrintzi alaia: Athletic, Athletic zu zara nagusia! Altza gaztiak!”
|
“La juventud rojiblanca sobre el verde campo representa a Euskal Herria Cantemos fuerte el grito que nos une: ¡Athletic, Athletic! ¡Eres el mejor! ¡Levantaos, jóvenes!” |
Superado el Parque Lineal del Manzanares, una excelente vía de entrada y salida de Madrid, alcanzo el carril bici de San Martín de la Vega, un clásico del ciclismo madrileño. Hace mil años que no pasaba por allí y que no subía hasta la mítica Marañosa, el Garabitas del sur. Antes de coronar este “coloso”, una rutina que no puede faltar: la de vadear un arroyo. El Culebro se desbordó hace unos meses y se llevó por delante un trozo de carretera y carril y por allí andan unos obreros que, para facilitar su trabajo, han colocado un inestable puentecillo que, intuyo, debe tener más tránsito de ciclistas que de cualquier otro colectivo.
Una obra de ingeniería |
Casi a la altura del Parque de la Warner, me despido
temporalmente del asfalto y cojo un primer camino que, en clara tendencia
descendente, me va a llevar hasta un antiguo puente sobre el río Jarama. El viaducto quedó derruido hace años tras una riada y el entorno, con buena
intención, ha sido transformado en lo que debería ser una agradable área
recreativa. Pero no, la estupidez del ser humano ha decidido que es mucho mejor
que parezca un lugar por el que pasar de largo. En fin.
Un puente sin río |
Tras dejar atrás este “quiero y no me dejan”, salgo brevemente a la carretera, cruzo el Jarama y encaro la primera gran subida del día. Hasta aquí, con permiso de la Marañosa, la ruta había sido muy llevadera, por lo que, como cabía esperar, el largo repecho hasta dejar atrás la Urbanización Vallequillas se me atraganta de lo lindo. Además, en su parte final, el asfalto desaparece y hay que tirar de riñones para no perder tracción. Posteriormente, el desnivel afloja y ya se puede avanzar con más facilidad hasta un punto donde se puede constatar lo que hemos subido y curiosear el Kit Conway memorial cairn. No es el momento ni el lugar para soflamas, pero me voy de allí con un pensamiento claro: Honor a las Brigadas Internacionales.
Hay cosas que conviene no olvidar |
700 metros más adelante, corono este primer alto del día (de
algo más de seis kilómetros) y emprendo una rápida bajada hasta la vega del río
Tajuña. La pista, que en su mayoría discurre entre fincas, se encuentra en buen
estado y permite un avance rápido. Ya en el llano, toca superar el clásico
camino destrozado por el paso de vehículos y un pequeño tramo por encima de un
sembrado… Se podía haber evitado dando un mínimo rodeo, pero aprovechando que
no había nadie por allí, pues “palante”. Por aquí se me puede aplicar lo de “la
linde se acaba, pero el tonto sigue”… Que uno perfecto, lo que se dice
perfecto, tampoco es.
“Athletic, Athletic gogoaren indarra. Aritz zarraren enborrak loratu dau orbel barria”. |
“Athletic,
Athletic” Tenéis la fuerza de la voluntad. Del viejo tronco de roble florecéis como nuevos retoños”. |
Con las piernas ya calientes y una temperatura ambiente mucho más alta
de lo esperado, cruzo el Tajuña y afronto la segunda subida larga, la que me
llevará hasta Chinchón. El camino asciende entre pequeños cortados que rebosan
verdor tras las últimas lluvias, luego se interna a través de pequeñas
plantaciones de olivos y acaba desembocando en un breve y duro tramo de asfalto
en el que, de los tres coches que me adelantan, uno me pasa casi rozando. Para su
conductor, otro dicho castellano: “Hay días tontos y tontos los días”.
Verde por los cuatro costados |
Para alcanzar el centro de Chinchón, Koomot se empeña en
meterme por la zona más empinada. Me retuerzo por callejuelas estrechas, doblo
unas cuantas esquinas a golpe de riñón y acabo llegando, al fin, hasta la plaza
de Galaz, desde la que, tras sacar alguna foto y recuperar el resuello, me
deslizo hasta su icónica plaza Mayor. Como la primera vez que estuve aquí, el lugar me
transmite sensaciones encontradas. Es un recinto teóricamente hermoso, pero hay
tantos coches aparcados que cuesta hacerse a la idea… Aun así, aprovecho la
parada para hacer unas fotos y comerme una barrita.
Plaza Mayor de Chinchón, un aparcamiento cinco estrellas... |
Hasta Colmenar de Oreja, otra ración de cuestas urbanas y, para compensar, un fantástico tramo de llaneo con viento a favor que me hizo presentarme en esta localidad con la sensación de: “Disfrútalo, que ya vendrá el tío Eolo con las rebajas”. Por cierto en este pueblo, más de lo mismo, otra plaza Mayor de gran belleza convertida en aparcamiento de lujo.
Aparquen donde quieran... Plaza Mayor de Colmenar de Oreja |
“Aupa
mutillak! Aurrera gure gaztiak! Bilbo ta Bizkai guztia goratu bedi munduan. Aupa mutillak! Gora beti Euskalerria! Athletic gorri-zuria geuria”. |
“¡Adelante,
jóvenes! ¡Sois nuestra familia! Que todo el mundo sepa de la grandeza de Bilbao y Bizkaia. ¡Adelante, jóvenes! ¡Siempre defenderemos Euskal Herria! Athletic rojo y blanco, el nuestro”. |
Rumbo a Villamanrique de Tajo, por un primer tramo de
asfalto, detecto que a la cadena le empieza a costar subir piñones. Me da por
pensar que la pila, que llevaba mucho tiempo en la bolsa del repuesto, igual ha
perdido carga y que me va a tocar cruzar los dedos para localizar un lugar en
el que comprar una nueva. Pero bueno, como lo que viene es mayoritariamente
bajada, me dejó llevar y aprovecho el tramo para recuperar fuerzas y motivarme,
al menos, en el tema físico. Además, en
el llano previo a la localidad, por el Canal de Estremera, decido no tocar
mucho el cambio para evitar quedarme sin carga antes de tiempo.
Frente al Ayuntamiento de Villamanrique, al sol, paro un ratito a comer un plátano y una segunda barrita y aprovecho para comprobar con el móvil cuánta carga le queda a la pila. Para mi sorpresa, lo que veo es que lo que anda ya por debajo del 20 por ciento es la batería del cambio, sí, la misma que tuve cargando toda la noche... Llevo una power bank, pero no tengo el cargador apropiado ni puedo conseguirlo en ningún sitio. No hay más solución que economizar al máximo el uso del cambio y asumir que es muy probable que, dado que quedan 130 kilómetros por delante, me toque llegar a casa con un solo desarrollo.
Villamanrique de Tajo, al sol y sin (casi) batería |
Otra vez en marcha, pongo rumbo a Fuentidueña de Tajo.
Mientras pedaleo de nuevo por el insulso canal, decido que mi
táctica va a ser rodar con un piñón medio, apurarlo, y solo darle a la palanca
para subir cuando la pendiente lo merezca. En bajadas y llaneos, a dejarse
llevar e ir más despacio. Racionar al máximo. Tan a pecho me lo tomo que,
pese a que el terreno lo pide, alcanzo el Castillo de los Piquillos tras tan
solo una pulsación del mando izquierdo.
Castillo de los Piquillos o lo que queda de él |
En la fortaleza, de la que solo quedan ruinas, me detengo
por un instante para echar un vistazo a los restos, por otra parte bien
conservados, otear el bonito paisaje y dejarme bien claro que la electrónica,
por mucho que se empeñe, no va a chafarme el día. Además, que sería de estas
rutas sin su dosis de aventura.
"Bilbo ta
Bizkaiko gaztiak gora! Euskaldun zintzoak aurrera!" (Himno del
Athletic Club, en euskera) |
"¡Jóvenes de
Bilbao, de Bizkaia…! ¡Adelante con valores de Euskal Herria!" (Himno del
Athletic Club, en castellano) |
Fuentidueña de Tajo, un bonito rincón de la Comunidad de Madrid |
Desde aquí, la idea es enlazar caminos hasta el punto más al
este de la Comunidad. Superado el Tajo por un bonito puente realizado por una
compañía que, tradicionalmente, colaboraba con Gustave Eiffel (de ahí que,
erróneamente, hay quien le adjudique una autoría que corresponde a Rafael
Morales), tocará pasar junto a una
explotación minera y una cárcel y pedalear por caminos repletos de rodadas. Menos mal que ha hecho frío
durante la última semana y están todas duras, porque de lo contrario habría
sido un interminable lodazal.
Puente tipo Eiffel que no es de Gustave Eiffel |
Y así, con viento a favor, alcanzo esa mitad de la nada en
la que Madrid se toca con Cuenca. Los campos exhiben un impresionante
verdor, pero entre que tampoco sé muy bien que fotografiar y que una nube de
mosquitos no para de darme la tabarra, decido no parar más de la cuenta y
emprender el camino de regreso. Y es justo volver la cara y toparme con Eolo.
Ahí está el rencoroso, con los carrillos bien llenos y unas ganas locas de minarme la moral.
"Jugando con el tiempo,
te espero a la deriva,
me enredo en tus sueños,
con mis dos caras abiertas".
Límite este, un lugar en mitad de ninguna parte |
Alcanzar Estremera resultará duro. Con fuerte viento en contra, se debilitan piernas y cabeza. Además, me tocará pedalear por un breve tramo de carretera en el que, por la cercanía de una empresa de áridos, me adelantarán un par de camiones que convertirán el viento en molestos y peligrosos remolinos. Menos mal que, con acierto, diseñé por aquí un sector por la Vía Verde del Tren de los 40 días (o Vía Negrín) que ejercerá como bálsamo. Tendré que hacer un poco de escalada para alcanzar los restos del trazado, pero una vez superado el desnivel, disfrutaré cruzando túneles abandonados, pedaleando entre taludes y recordando a quienes, en tiempos de la Guerra Civil, levantaron esta infraestructura para evitar el aislamiento de un Madrid sitiado por el bando sublevado. Fue construido en 40 días, por orden del presidente de la legítima República, Juan Negrín. De ahí sus dos nombres.
La luz al final del túnel |
Vía Verde, pero verde de verdad |
En Estremera, tras 109 kilómetros, paro a sacar de una
máquina un bote de Aquarius con el que acompañar el ansiado bocadillo de
tortilla que llevo en la bolsa delantera. Me sienta mal que valga 1,10 euros,
pero como no quiero perder el tiempo buscando otro lugar donde esté más barato,
echo con resignación 1,50. El artefacto maldito me devuelve el cambio, pero no
me da la bebida. Hago el clásico aporreo del botón, echo un par de pestes y
como no quiero irme de allí con cara de tonto, me decido a buscar la forma de
contactar con los dueños de la pequeña tienda a la que pertenece y que parece
cerrada. Por fortuna, la gestión es rápida, porque cuando me dispongo a llamar
al timbre, la dueña sale por la puerta y solventa el problema… Intuyo que el
tono de mis juramentos no pasó desapercibido.
Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios (Estremera) |
Disfrutada la pausa y saciado el estómago, emprendo el tramo
de la ruta que me resultará más duro. Desde Estremera hasta pasado Valdaracete,
habrá más subidas que bajadas, caminos cada vez más empedrados y un cansino
viento de cara o de costado que irá vaciando a tragos largos el depósito de
moral. Además, como sigo racionando el cambio, tiendo a subir con más
desarrollo del debido y disparo los niveles de cansancio. Para colmo, la bajada
que me dejará de nuevo a orillas del Tajuña, implicará concentración mental y
tensión muscular para controlar la bici. Es decir, recuperación igual a cero.
Pistas sinuosas, pasado Valdaracete |
Tampoco me va a aliviar mucho el posterior sector de Vía Verde asfaltado junto al río, porque por allí, Eolo sopla a sus anchas e impide
que la bici deslice como debería. Ni el tarareo de una vieja canción de,
casualidad, un reconocido hincha de la Real Sociedad, logra evitar que se me haga
pesado.
Otra Vía bastante Verde, la del Tajuña |
Como voy echando ya un poco de humo y sé que lo que tocará
después es una dura subida, hago una decisiva parada en Tielmes. Aprovecho para
rellenar los bidones con un agua fresquísima, comer algo, conectar un rato el
móvil a la power bank y recordarme lo de
siempre: esto solo tiene sentido si se superan los malos momentos. Atajada la
crisis, meto todo el desarrollo para no tener que andar cambiando tantas veces
y a paso lento supero los tres kilómetros de bonito ascenso. Después, camino de Campo Real, volverán el viento y los caminos retardantes, pero el depósito de
moral apenas sufrirá variaciones.
Un avión sobrevuela la imponente iglesia de Nuestra Señora del Castillo (Campo Real) |
Hasta Loeches, lugar en el que planeo comerme el otro
bocadillo que espera su turno en la bolsa, queda algún que otro repecho y una
bajada que a priori facilitará el avance. ¡Ja! Sentido descendente tiene, pero
hay más piedras que arena, tantas que, llego a un punto en el que siento que
estoy arriesgando demasiado. Caerse o romper algo con el cansancio que ya llevo
y lo que queda no me parece la mejor de las ideas, así que pongo pie a tierra
(¿?) y ejecuto un ejercicio de cordura de 50 metros.
En Loeches, sacio mi hambre junto al sorprendentemente
bonito Panteón de los Duques de Alba. Bueno, en realidad, engullo el bocadillo
en un plis plas, porque el tiempo corre y no quiero que la noche se me eche
encima demasiado pronto. Lo hago, además, pensando que viene un terreno
favorable hasta Velilla de San Antonio y que ya allí podré disfrutar de un
bonito tramo junto al omnipresente Jarama. ¡Ja! Sentido descendente tiene, pero
hay toboganes y piedras, y surcos, y viento y, yo que sé, sensación de sentirse
estafado por el perfil. Acabo este sector tan ofuscado que no saboreó como
merece ni la citada senda ni las Lagunas de Velilla ni el paso por el
pintoresco Puente del Piul. Luego, en casa, repasando lo vivido, me arrepentiré
por ello y haré propósito de enmienda recordando a mi tocayo: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”.
Atardece en las Lagunas de Velilla. |
¡Qué me quedo sin luz! Rumbo a Rivas Vaciamadrid |
"La noche se ha quedado
sin boca ni sonrisa.
Mientras yo te espero
con la luna encendida".
Ya que la ruta me obligaba a
rozar una zona de asentamientos chabolistas, aprieto el paso para superar el
tramo con algo de luz. Lo sé, puro prejuicio, pero no quiero tentar a la
suerte. De hecho, apuro el inevitable cambio de gafas hasta bien pasada esta
zona y por ese motivo me voy tragando unos cuantos baches que, pese a la luz
frontal, no percibo correctamente con las gafas de sol.
Puente de Toledo, llegando a casa |
Ya con “ojos nuevos”, encaro el
final de la ruta. Tras dejar atrás otro tedioso camino junto a la vía del Ave,
alcanzo, al fin, el Parque Lineal del Manzanares. Durante los poco más de 9 kilómetros que me separan
de casa, y que coincidirán con el trayecto de ida, recuperaré la relajación y
los pensamientos futboleros y comenzaré a experimentar la euforia que siempre
depara superar este tipo de retos. Por cierto, justo en la última y mínima
subida, voy a meter un piñón y el cambio dice que no, que hasta aquí. Bien jugado, que diría el cronista.
"Voy trazando en tu interior
las reglas del amor
y un corazón abandonado.
Soy, la daga que cruzó,
la hiena, el escorpión
y tú la flor que vive al lado".
(MIKEL ERENTXUN – Jugando con el tiempo)
ALGUNOS DATOS
- Distancia: 203,45 km.
- Desnivel acumulado: 1.949 m.
- Velocidad media: 20,3 km/h
- Velocidad máxima: 55,3 km/h
- Tiempo total de pedaleo: 10h 02' 26"
- Hora de salida: 08:31
- Hora de llegada: 20:18
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