Entre el Cabriel y el Júcar: Análisis de recorrido y materiales y una breve reflexión personal


Esta ha sido, sin duda, la ruta que más motivos me ha dado para escribir una entrada de este estilo, así que al clásico análisis de recorrido, alojamientos y material voy a añadir al final una breve reflexión personal. Vamos a ello.

EL RECORRIDO

Antes de nada, aquí van los datos globales:

Kilómetros: 263,7 km.

Desnivel acumulado: 3.253 m.

Tiempo total de pedaleo: 13 h 22’ 20”

Velocidad media: 18,6 km/h

Velocidad máxima: 56,5 km/h (etapa 1)

Lógicamente, el análisis del trazado va a estar absolutamente condicionado por el virus estomacal que padecí y que, de hecho, me obligó a modificar por completo la tercera etapa. Para ese día, tenía planeado una última incursión por las Hoces del Cabriel, pero tuve que dejar a un lado el track y tirar directamente, con más pena que gloria, hasta Graja de Iniesta.

Por cierto, elegí esta localidad como punto de salida por puro descarte. Lo ideal habría sido salir de Minglanilla, pero no encontré un alojamiento a precio razonable. También valoré la posibilidad de partir desde El Herrumblar, pero es un pueblo que pilla algo apartado, por mucho que a mí me habría ahorrado unos cuantos kilómetros de penurias el último día…

Presa del Embalse de Contreras

La primera etapa, la dividiría en dos partes. Hasta Villatoya, el recorrido que diseñé resulta ameno, divertido e interesante; con el punto de dureza justo, la combinación adecuada de asfalto y tierra y unos paisajes muy interesantes. La zona del Embalse de Contreras me encantó, por motivos que van más allá de lo estético, y el tramo junto al río Cabriel, pese a no disfrutarlo en condiciones por mis problemas físicos, resultó un remanso de paz. El único pero, la zona asolada por el incendio de Venta del Moro… La verdad es que encoge un poco el alma.

Poblado del Embalse de Contreras

A partir de Villatoya, en fin… Aunque me cuidé de repasar a conciencia el recorrido, ni Google Maps ni Koomot me advirtieron de una valla infranqueable y convirtieron lo que debería haber sido un agradable paseo junto al Cabriel en un bastante insulso tramo por carretera. Aunque la bajada final hasta Cofrentes fue una gozada, queda claro que esta segunda parte habría que replantearla para evitar tanto asfalto, el duro repecho por Nacional y tanta llanura y recta anodina.

El Cabriel, rumbo a VIllatoya

La segunda etapa, por su parte, resultó un claro acierto en un 90 por ciento. El recorrido permite disfrutar de una primera subida cargada de herraduras, una absolutamente espectacular bajada hasta el Embalse del Molinar, una solitaria pista por la parte alta de las Hoces del Júcar y un agradable paseo junto al río hasta la bellísima localidad de Alcalá del Júcar. Además, como postre, ofrece la posibilidad de rodar por una maravillosa y tranquila carretera hasta La Recueja. Eso sí, es un trayecto con tramos duros, de los de retorcerse. Y más si se va con peso y, como fue mi caso, no se está en buenas condiciones de salud.

El Júcar, en todo su verdor

Las Hoces del Júcar, un bellísimo lugar

El 10 por ciento que trataría de eliminar es el comprendido entre el fin de la subida posterior a La Recueja y Alborea. Absolutamente insulso y sin nada que ver. El problema es que no hay muchas opciones para encontrar alojamiento. Quizá tirar hasta Casas Ibáñez, pero el paisaje es idéntico y no se recortan muchos kilómetros… Además, en Alborea, hay un hostal más barato.

Un último vistazo a las hoz antes de poner rumbo a Alborea

Finalmente, me gustaría comentar que tanto el recorrido como toda esta zona no es muy recomendable para verano, puesto que hay amplias zonas sin sombra en la que la exposición al sol puede resultar matadora. E intuyo, además, que por el tipo de terreno, tampoco sería idóneo transitar por algunos tramos en épocas de lluvia. En cambio, creo que en otoño o con la primavera algo más avanzada, el entorno tiene que resultar aún más espectacular.

Mi querida, con sus bolsas cargadas

EL MATERIAL

Para esta ruta, y siguiendo con mi objetivo de ser lo más minimalista posible, prescindí de la bolsa que va sobre el cuadro y repartí el equipaje entre la bolsa del manillar, la del sillín y la que va en el interior del cuadro. Al margen de la ropa de cambio para las horas sin pedaleo, apenas llevé de repuesto una camiseta interior y un maillot, ya que al término de cada día le di una rápida lavada a las prendas que llevaba. Para viajes cortos, creo que merece la pena “arriesgar” un poco con tal de ir menos cargado.

Consciente de que, sobre todo el primer día, no iba a cruzar apenas pueblos, me cuidé de llevar bastante comida en la bolsa delantera… Dada mi inapetencia y mis problemas estomacales, volví a casa con gran parte de ella sin tocar.  Por lo demás, nada reseñable, ya que volví a cargar con esos elementos que considero imprescindibles, independientemente del uso que luego se le dé: botiquín, bolsa de aseo, kit de herramientas, cargadores, power bank…

De camino a La Recueja, una carretera para el recuerdo

Lo que sí me gustaría reseñar es que la bolsa trasera volvió a casa con una de las costuras -la que sujeta la bolsa por la zona de las varillas del sillín- casi desecha. Es más, creo que si llego a haber completado la ruta original, me habría dado problemas al tener que soportar más vibraciones.

La bolsa, de la marca Geosmina, no me resultó nada barata. Es más, decidí gastarme un poco más pensando en que aguantase muchos años y la realidad es que me ha dado problemas tras apenas 15 días de pedaleo. Aunque me han cosido ya la costura en un zapatero por tan solo 4 euros, tengo claro que no volveré a comprar nada de esta marca. De hecho, acabo de adquirir una bolsa delantera más grande y ni me he planteado mirar las que ellos ofrecían. Lo siento, pero no me parece lógico que un producto tan caro tenga tan poca fiabilidad.

ALOJAMIENTOS Y ALIMENTACIÓN

Una vez más, me empeñé en buscar alojamientos baratos y la tarea no fue nada sencilla. Solo el primer día lo logré de una forma evidente, ya que el Hostal Pepe II de Graja de Iniesta me costó apenas 25 €. Correcto y limpio, que es lo único que pido. Además, para el desayuno, que no estaba incluido y rondó los 6 €, disponían de pan sin gluten y me prepararon un zumo riquísimo.

En Cofrentes, me hospedé en el Hotel Torralba. 50 euros por una habitación pequeña y sin lujo alguno. El desayuno estaba incluido, pero era de una calidad justita: café de máquina aguado, zumo edulcorado, cuatro bollos industriales y embutido con pinta triste. A mí me dio igual, porque apenas tenía hambre, pero me resultó decepcionante. Además, no hay recepción y todo hay que hacerlo vía teléfono o WhatsApp… No lo recomendaría, pero es que tampoco hay más.

Finalmente, en Alborea, pasé la noche en el Hostal Álvaro I. Aunque no me tocó la mejor habitación posible -vistas a tejados y un pequeño patio- respondió a lo esperado en cuanto a mobiliario y limpieza. Por 36 €, aceptable.

Buena pinta, lástima que no tuviese el estómago para farolillos

En cuanto a la alimentación, para las comidas, me apañé entre lo que llevaba de casa y una pequeña compra en una tienda de Cofrentes. Para cenar, tiré del clásico plato combinado tanto en un bar de esta localidad valenciana (Bar de la Liber) como en Alborea (Bar Nuevo). No juzgaré su calidad porque, dado mi estado, me comí todo con una desgana bíblica… Eso sí, en ambos, el trato fue bueno, especialmente el segundo día. De los desayunos de los dos primeros días ya he hablado. El tercero, ayuné…

REFLEXIÓN PERSONAL

Entre el Cabriel y el Júcar quedará para el recuerdo como una ruta de casi supervivencia. Me llevé un virus estomacal en el equipaje y  tuve que lidiar con él durante tres días. Aunque no se manifestó con cierta virulencia hasta la primera noche, lo cierto es que condicionó el trayecto desde el kilómetro cero.

De vuelta a casa, en los días posteriores, me dio por repetirme aquello de “qué mala suerte”, “qué desgraciado soy”… Y aunque hay un poco de ello, también creo que tengo una parte de culpa. Retrasé esta ruta demasiado. Lo hice pensando en que a finales  de marzo me garantizaría mejor clima, que así fue, pero dejé pasar muchos fines de semana con un tiempo igual o más agradable y me fui cargando de una ansiedad absurda. Tenía tantas ganas de que llegase el momento de partir que, cuando llegó el día y comprobé que no estaba al cien por cien, me vine abajo y no pude disfrutarlo ni física ni anímicamente. Ni siquiera tome notas en una pequeña libreta que siempre llevo…

Saliendo de Cofrentes. Menos pensar y más pedalear

La enseñanza que me deja es que no hay que darle tantas vueltas. Evidentemente, hay viajes que, por su duración, deben ser planteados con tiempo y ubicados en semanas sin ataduras laborales y familiares, que no es fácil, pero para estos rutas cortas, lo ideal es actuar con una cierta rapidez y lanzarse a la aventura en cuanto aparezca el hueco. Al final, preparar bici y equipaje y reservar alojamientos no lleva tanto tiempo… Y así, además, se reduce ese periodo de espera que, a mí, me resulta al final difícil de gestionar emocionalmente.

Y en cuanto a ponerse malo en ruta, pues simplemente decir que al final es la vida, que si te toca, pues te toca. Es una putada, sí, pero cuando no depende de ti, poco más se puede hacer que aceparlo y tirar hacia adelante, si es posible, o retirarse a tiempo. En cualquier caso, constaté que el cuerpo siempre aguanta más de lo que creemos, mucho más.

Como siempre, y a la espera de nuevas aventuras, que llegarán, quedo abierto a preguntas y sugerencias. Esta vez, más que nunca, gracias y ¡SALUD y pedales!




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