Por tierras del Ebro (Día 1): Miranda de Ebro - Medina de Pomar

“Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere” – RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO, escritor español.

- “Bueno, pues colocó la bolsa delantera ¡y a rodar!”-  me digo a mi mismo, ansioso por abandonar cuanto antes el portal de la pensión en la que he pasado la noche y que se ha convertido en inevitable escenario de estos instantes previos del gran viaje que llevo tanto tiempo anhelando.

Lo ideal habría sido dejar la montura lista la noche anterior, pero el dueño del establecimiento, tras indicarme que estaba prohibido subir la bici a las habitaciones, me invitó a guardarla en un pequeño cuarto de la planta baja. El de contadores, para ser más exactos… Aunque por un momento valoré la idea de dejarla allí con las bolsas puestas, decidí finalmente no hacerlo, porque en el reducido habitáculo había, además, una silla de ruedas y un carrito de la compra y apenas quedaba espacio para moverse.

-“Pongo las correas y listo… ¿Las correas, pero dónde están las correas?”- me añado acto seguido. Y sí, por mucho que me empeño en mirar a mi alrededor y en rebuscar entre el resto del equipaje, las susodichas no aparecen. Mira que me hice una lista y fui cuidadoso a la hora de empaquetar todo, pero la realidad es que me las he dejado en casa.

Afortunadamente, durante el infructuoso proceso de búsqueda constato que sí me he traído las correas que siempre llevo de repuesto, así que, tras un pequeño sofocón, reorganizo el asunto, solvento el problema y logro que todas las bolsas queden correctamente sujetas.

"Juntando sueños, empezamos a sentir.
Con alma y tiempo, la esperanza dijo: "sí".
Esta historia empieza así.

Ilusión por conseguir.
Sacando corazón a un día gris, 
oh, a un día gris"

Así, con media hora de retraso, salgo al fin a la calle empapado en sudor, porque sí, soy de esas personas que transpiran más cuando se ponen nerviosas que cuando hacen ejercicio (por suerte, sin mal olor, por si alguien quiere conocer este innecesario detalle). Sin pensármelo mucho más, me subo a la bici y doy los primeros pedales al tiempo que palpo con la mano los bolsillos del maillot: móvil, cartera, barritas, llaves… ¿llaves? -"¡Las llaves de la pensión, que me las llevo puestas!"- Con las prisas, he olvidado dejarlas en el buzón correspondiente, por lo que toca dar una pequeña media vuelta e iniciar la ruta por segunda vez…

En marcha, por fin

A mucha gente, estos pequeños contratiempos le habrían puesto en alerta, pero yo, que soy un incrédulo de manual, me olvido de ellos en cuanto, ya sí, logro sentir el viento sobre mi cara y callejeo por Miranda de Ebro en busca de precisamente eso, el Ebro. El río, el más caudaloso de la Península (iun saludo a la EGB!) será el principal protagonista de la ruta y, por ello, no quiero alejarme de esta localidad sin hacer la perceptiva foto que sirve de portada para esta entrada.

Retratado el escenario que, en unos cinco días, será también punto y final del viaje, reemprendo la marcha rumbo a mi primer destino: Santa Gadea del Cid. Hasta el pintoresco pueblo, circulo por estrechas y tranquilas carreteras en las que disfruto de unos campos más verdes de lo que esperaba y de un horizonte por el que asoman las montañas por las que espero disfrutar sin cortapisas durante las próximas jornadas. Por contra, también asumo que va a costar más de la cuenta acostumbrarse al peso de la bici, porque al mínimo repecho, mis piernas protestan.

Aquí, los campos; allá, las montañas

En Santa Gadea del Cid, localidad que homenajea a un personaje histórico con el que, al parecer, nunca tuvo relación,  me detengo a fotografiar su coqueta plaza y su espectacular castillo y percibo ya lo que será una constante durante casi toda la ruta: la tranquilidad. No hay ni un alma por las calles y el silencio campa a sus anchas.

Paz absoluta en Santa Gadea del Cid

Castillo de Santa Gadea de un Cid que, dicen, nunca pasó por aquí...

"Quiero escuchar hoy tu voz,
pendiente de tus palabras
Quiero un camino entre los dos,
siempre atento a ti"

Con Cid o sin él, el pueblo bien merece una parada

Salgo del pueblo con ganas ya de abandonar el asfalto y meterme en arena y el track, tras dejar atrás Villanueva-Soportilla, complace mis anhelos con un agradable camino por el que la bici se desliza con soltura y gracias al que, en un abrir y cerrar de ojos, me presento en la Necrópolis Altomedieval de Santa María de Tejuela. El lugar emana tanta paz que uno puede llegar a entender porque algunos de nuestros antepasados decidieron que este era un buen sitio para pasar a mejor vida.      

Un buen lugar para el descanso eterno

Tras despedirme de este bello paraje, cruzo por primera vez el límite provincial entre Burgos y Álava, dejo atrás Puentelarrá y alcanzo una preciosa carretera que circula en paralelo al Ebro y atraviesa el Cañón del Sobrón. Apenas hay tráfico y el viento sigue siendo fresco. Sonrío. Estoy, al fin, donde quería.

La quietud del Ebro en el Embalse del Sobrón

Una carretera deliciosa

"La hora rompe, el sol prende su candil.
Se escuchan pasos,
sombras vienen hacia aquí.
Tentaciones que perdí.

Yo siempre igual, yo siempre así.
Mi alma fiel anclada a ti,
oh, anclada a ti"

Mis pensamientos de Mr. Wonderful se van desvaneciendo a medida que me acerco al punto álgido del día: el Desfiladero del Río Purón. Primero, porque por esta zona del Valle de Tobalina los repechos empiezan a ser más patentes y duros y, después, porque ya voy haciéndome a la idea de que va a tocar poner en práctica el empujabike, modalidad en la que estoy lejos de poder considerarme un especialista... 

Patatas onduladas camino del Río Purón

Monasterio de San Miguel (San Martín de Don, Valle de Tobalina)

Aunque podía haberme saltado este tramo diseñando el track por otro sitio, me apetecía mucho conocer un paraje con tan buenas críticas, así que, tras consultar por Wikiloc que numerosos ciclistas habían pasado antes que yo por allí, me decidí a cruzarlo a sabiendas de que me tocaría patear.

Y fue un rotundo acierto. No negaré que, mientras porteaba la bici entre rocas, raíces y altos escalones, se oyese alguno de mis juramentos, pero la realidad es que gocé mucho de ese hueco que con tanto esmero ha horadado el río Purón en su búsqueda del Ebro. Además, tuve la suerte de adelantar a dos nutridos grupos de senderistas antes de la parte más estrecha y pude circular por allí con tranquilidad y sin molestar a nadie.

Escalada libre (y con peso) en el Desfiladero del Río Purón

Empujar tiene premio

Para salir del desfiladero, saldado con dos tramos durillos de empujabike, encaro una exigente y pedregosa pista que, tras escapar de un húmedo y apacible bosque, me deleita con un paisaje fascinante. Además, logro ascender todo este tramo sin poner pie a tierra y me envalentono de cara a la fuerte subida que me espera a continuación…

Imponente cornisa montañosa para compensar el esfuerzo

"Quiero escuchar hoy tu voz, 
pendiente de tus palabras.
Quiero un camino entre los dos,
siempre atento a tu mirada"

Tras una breve y programada parada en Lalastra, en la que cambio tomarme algo en el bar, cerrado por reformas (a qué me recordará esto…), por un pequeño picnic en un banco a la sombra, encaro la breve subida al Portillo de la Sierra. Tiene apenas 1,2 kilómetros, pero la pista se retuerce y empina de tal forma que, a escasos 300 metros de coronar, me obliga a echar pie a tierra. No será la única vez que este puertecillo me haga descabalgar, puesto que en la bajada hacia Bóveda, me veo condenado a sacar un par de veces más el pie del pedal para evitar salir despedido por culpa de lo mal que siempre combinan el desnivel pronunciado y las piedras colocadas a traición.

Ya que hay que parar, que al menos sea bonito el sitio...

Piedras a tutiplén bajando el Portillo de la Sierra

Con esa satisfacción que produce salir de un tramo tan extenuante en todos los aspectos, me presento en la carretera que sube hasta el Puerto de La Horca. El ascenso arranca suave y va ganando dureza y vistosidad a medida que se acerca a su conclusión. El último kilómetro, en torno al 7 por ciento, es el más exigente, pero también el más bonito, ya que dibuja varias herraduras que permiten apreciar lo subido. En la cima, que hace de frontera entre Álava y Burgos, me hago el único selfi del viaje. Lo siento…

La Horca y el ahorcado

Tras disfrutar de una bajada sencilla, atajo por un camino para llegar a San Pantaleón de Losa y me pienso muy seriamente la posibilidad de ascender hasta su ermita, ubicada en lo alto de Peña Colorada. Sobre la pantalla, me había parecido indispensable acercarme hasta ella, pero allí, consciente del desnivel, ya no lo veo tan claro. Finalmente, por pura tozudez, me decido a trepar hasta, al menos, el aparcamiento donde acaba la mezcla de empedrado y asfalto. Desde allí, tiro una foto y vuelvo sobre mis pasos con la idea de realizar otra breve parada en cuanto sea posible.

Ermita de San Pantaleón de Losa... Desde aquí, ya se ve bien, jejeje

La curiosa y pintoresca Peña Colorada

"No sé, cuánto podré esperar.
Eres tú la que me da
esa fuerza para hablar

No lo sé, cuánto podré aguantar
Eres tú la que me da
esa fuerza para cantar"

Aunque llevo agua de sobra, me he antojado de un refresco, así que demoró el descanso hasta localizar un lugar donde adquirirlo. Esta vez, aparece rápido, aunque no es precisamente el local anhelado. En el Bar Conchi de Quintanilla la Ojada, su propietario me recibe con el ceño fruncido, responde con un gruñido a mi saludo y me sirve una Coca-Cola a pelo: sin hielos, limón ni cariño alguno. No le doy más importancia, me la tomo con gusto en un banco situado justo en la puerta, echo un pequeño bocadillo al estómago y me pongo otra vez en marcha.

"Quiero escuchar hoy tu voz, 
pendiente de tus palabras
Quiero un camino entre los dos,
siempre atento a tu mirada

A tu llamada,
Oh-yeh.
Tu llamada, oh-yeh.
Tu mirada, oh-yeh"

Desde aquí hasta Medina de Pomar, llega el tramo más duro del día. Toca subir tres pequeñas cotas muy expuestas en las que, como cabía esperar, acuso el cansancio y el tímido, pero ya patente calor de las horas centrales del día. Avanzo lento, lastrado por un peso al que no me acabo de aclimatar y por unos molestos dolores de cuádriceps izquierdo que salen a la luz en cuanto el músculo se recalienta. Por si fuera poco, por aquí, el paisaje acusa los efectos del tiránico verano y el amarillo comienza a teñir de monotonía el entorno.

Últimos paisajes de la jornada

Afortunadamente, una deliciosa bajada final me permite alcanzar el destino sin mayores sofocos y poner un agradable fin a una preciosa jornada de pedaleo. Tras instalarme en el hostal de turno (ya hablaré de ellos en la clásica entrada de análisis), dedico la tarde a descansar, lavar la ropa, pasear por la bella localidad burgalesa, alimentarme en condiciones y comerme un riquísimo helado de café y nata en Jes & Son. Esto marcha.

El colofón

"Muéstrame el lugar donde debo ir,
muéstrame el lugar donde debo ir,
muéstrame el lugar donde debo ir.
¡Sí! El lugar".

(TAXIQuiero un camino)


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 95,8 km. 

- Desnivel acumulado: 1.813 m.

- Velocidad media: 17,2 km/h

- Velocidad máxima: 60,3  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 5h 34' 49"

- Hora de salida: 08:25  

- Hora de llegada: 15:23







Comentarios

  1. Lo bueno de 'la que no debe ser nombrada', es que luego vienen tus estupendas crónicas 👏🏻👏🏻👏🏻.

    Que, por cierto, con las vacaciones, ésta se me había colado y me he llevado una grata sorpresa esta mañana al revisar tu blog 😉.

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    Respuestas
    1. Qué sería de este humilde blog sin tus comentarios. ¡Muchas gracias, amigo!

      Un abrazo

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