Por tierras del Ebro (Día 5): Valdenoceda - Miranda de Ebro
“Pocos impulsos más poderosos que el placer y la vanidad.
Pocas circunnavegaciones más placenteras que la vuelta al propio ombligo”-
ANDER IZAGUIRRE- Vuelta al país de Elkano (2022)
Soy un planeta. Al menos, cuando viajo en bici. Y es que, al igual que la Tierra gira sobre su propio eje mientras orbita alrededor del sol, yo también viro sobre mi mismo al tiempo que pedaleo para completar una ruta, casi siempre, circular. Afortunadamente, mi rotación es mental, porque soy de mareo fácil, pero la realidad es que, en estos periplos viajeros, siempre suelo dar vueltas a ciento y un mil temas que pasan por mi mente.
En cuanto a la traslación, en este caso, mi sol no ha sido
otro que el Ebro. Aunque he seguido una trayectoria algo errática, con
continuos vaivenes, la realidad es que el río ha estado presente, de un modo u
otro, en todas las etapas y que, al igual que el astro rey lo hace con nuestro
planeta, también ha condicionado mis movimientos.
Una de esas ideas que venían rebotando en mi cabeza desde
que di la primera pedalada era la de que el último día de la ruta tenía que ser
de máximo disfrute, una jornada en la que dar rienda suelta a las emociones e ir
sacando partido a todo lo vivido. Por eso, decidí recortar el bucle que me iba
a llevar hasta Frías -una bellísima localidad que ya conozco- para no andar con
prisas, evitar el creciente calor de las horas centrales del día y poder llegar
a Miranda de Ebro con el tiempo necesario para comer, descansar un rato y
volver a Madrid sin ningún tipo de agobio.
Con este plan firme, arranco la jornada desde una coqueta
localidad de Valdenoceda en la que a estas tempranas horas (en torno a las 8:00
horas) se respira una inmensa paz. Hace fresco y se atisba una fina niebla,
pero no da la sensación de que vaya a condicionar tanto la marcha como en la jornada
de ayer.
Hora de ponerse en marcha desde la coqueta Valdenoceda |
Iglesia de San Miguel Arcángel (Valdenoceda) |
Mientras avanzo por una solitaria carreterilla en la que ya
se vislumbran en lontananza los Montes Obarenes, doy vueltas a un pensamiento
ya clásico en estas aventuras: la de lo relativo que puede llegar a ser el
tiempo. Parece que ha pasado un mundo desde la sudada que me pegué el primer día colocando las bolsas en la bici, pero la realidad es que no han
transcurrido ni cinco. Supongo que las habrá, pero yo no conozco mejor
manera de aferrarse a la vida que viajar en bicicleta…
Estirando la vida, rumbo a los Montes Obarenes |
Antes de que la cabeza se pierda por sendas sin retorno, me
topo de golpe con la primera subida del día. Desde Hoz de Valdivielso, una
estrecha línea de asfalto trepa entre rocas hasta Tartalés del Monte. La
pendiente se dispara por momentos, pero el lugar resulta tan fascinante que
avanzo sin excesivos agobios. Además, en un punto que se me antoja bellísimo,
paro a echar una foto y recupero esos miligramos de fuerza necesarios para completar este
tramo sin problemas y con una sonrisa dibujada en la boca.
Por vaya sitios chulos me meto... |
¡Qué curvas, qué vistas, qué tranquilidad...qué todo! |
Tremendo sitio |
Desde el citado pueblo, una pista conduce hasta la vecina
Tartalés de Cilla. Al principio, el camino asciende entre un bosque bastante
cerrado en el que reina un silencio capaz de impresionar hasta un sordo y,
después, se desploma abruptamente en busca, de nuevo, del río Ebro. La
inclinación es tal que, como ya me pasó en la llegada a Polientes, me toca
parar a refrigerar los frenos. Esta vez,
huele bastante a Ferodo y cuando echo un poco de agua sobre el trasero, una
columna de humo brota de forma instantánea… Casualidad o no, lo cierto es que
me detengo en un lugar desde el que se contempla un paisaje alucinante.
Es niebla, pero podría ser el humo de mi freno trasero... |
Tras dejar atrás este inolvidable sector, me incorporo a la
carretera, rumbo a Oña. Aunque por aquí se cruzan un par de nacionales, el
tráfico es soportable y hay zonas de buen arcén. Además, antes de llegar a esta
localidad, es posible desviarse mínimamente y alcanzar el núcleo urbano por una
bonita zona junto al río Oca, afluente del Ebro.
Bellos rincones a orillas del río Oca |
En Oña, disfruto de su rico patrimonio cultural y también
gastronómico, porque la tortilla rellena de queso y jamón que me sirvieron en
el Rincón del Convento debería ser tenida muy en cuenta por la Unesco. Que sí,
que el estado de ánimo influye, y el hambre, pero la realidad es que estaba de
cine…
Monasterio de San Salvador (Oña) |
Dos obras de arte: la portada de la Iglesia de San Juan Bautista y mi bici ;) |
Desayunos para el recuerdo |
Salgo de Oña con el estómago satisfecho y el corazón en
calma, dispuesto a disfrutar de la subida al Portillo del Busto. Aunque el
ascenso concluye 15 kilómetros más adelante, por el camino hay un tramo de
bajada de algo más de cuatro, así que la escalada se me hace más que llevadera y
me permite coleccionar unas cuantas postales más.
Largo, tranquilo y vistoso. Qué gozada el Portillo del Busto |
Culminando la primera fase de la subida |
Postales para el recuerdo |
Coronado este puertecito, la ruta se adentra ya en los
Obarenes. Lo hace por una pista asfaltada que, tras un tramo de leve bajada y
un insignificante collado, vuelve a desplomarse en busca del Ebro. Aunque podía
haber continuado por ella hasta Encío, me desvío durante unos kilómetros por un
camino de tierra que me permitirá contemplar las ruinas del Monasterio de Santa María la Imperial y disfrutar de otra
de esas zonas de encajonamiento entre rocas que tanto me gustan. Éxito pleno.
Entrando en los Obarenes |
Sumando paisajes |
Lo poco que se puede ver de Santa María la Imperial |
Otro camino gozoso, a un paso de Encío |
Ya con Miranda casi a la vista, encaro el último bucle de la
ruta, el que tenía por objetivo conocer la localidad de Pancorbo y un
desfiladero por el que pasé decenas de veces en coche durante el maravilloso año
que viví en Bilbao, pero en el que nunca me llegué a detener. Fue un acierto,
porque el pueblo y el entorno superaron con creces mis expectativas.
Iglesia de Santiago (Pancorbo) |
Desfiladero de Pancorbo, esto se acaba... |
Últimas trampas.. |
Y últimos senderos |
Superado un último tramo de senderos disfrutones, enlazo
caminos y carreteras secundarias y en mucho menos tiempo del esperado me planto
a la entrada de Miranda de Ebro. Sonrío, lloro, recuerdo tiempos pasados, vuelvo
a sonreír, me acuerdo de los míos, otra vez echo unas cuantas lágrimas, me
suelto de brazos… En fin, lo que toca. Han sido cinco días espléndidos, de
disfrute máximo, dando vueltas sobre mi mismo y orbitando alrededor de un río
Ebro que, como no podía ser de otro modo, será el protagonista de la última foto
de una ruta inolvidable. Insisto, ¡viva la bici!
Otra vez junto al Ebro, en Miranda. Traslación completada |
(NIÑOS MUTANTES – Errante)
* Podía haber estirado la crónica con la explosión de emociones vivida tras bajarme de la bici y durante todo el viaje de vuelta a casa, pero, si me disculpan, eso me lo guardo para mí.
ALGUNOS DATOS
- Distancia: 86,51 km.
- Desnivel acumulado: 1.295 m.
- Velocidad media: 17,3 km/h
- Velocidad máxima: 51 km/h
- Tiempo total de pedaleo: 5h 00' 14"
- Hora de salida: 07:42
- Hora de llegada: 13:50
¡Grande, Juan Carlos!
ResponderEliminarQué gusto salirse de la órbita de vez en cuando y girar en torno a otros planetas. Este tuyo en torno al Ebro me ha encantado.
PD: Pero al planeta JC le siguen faltando las crónicas junto con sus AUTÉNTICAS lunas, que aquí sólo se observa/lee al cansino de su satélite 'la que no debe ser nombrada' 😉😉.
¡Muchas gracias, amigo!
ResponderEliminarY no eches la culpa a la bici, el tema es que siempre me pones excusitas para no quedar... Ya en serio, esa ida y vuelta a Cuenca sería un buen motivo para hacer crónica. Ahí lo dejo ;)
¡Un abrazo!