Otoño en vena (Día 3): Sigüenza - Madrid

"Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos". MIGUEL DELIBES – La sombra del ciprés es alargada.

Una de las cosas buenas de ser sordo. No, no hay nada bueno en ser sordo. Absolutamente nada. Cero. No se lo deseo ni a mi peor enemigo... Pero sí, debo reconocer que, una vez que me quito el audífono, ya solo convivo con los acúfenos y que, salvo que su volumen sea elevado, no percibo ese tipo de ruidos que pueden convertir cualquier noche en un tormento. Por eso, para mí, dormir en albergues donde hay que compartir espacio con más gente, no constituye mayor problema. Muerto el perro, se acabó la rabia, que dice el refrán.

“Gracias a ello” (lo pondría entre mil comillas, pero no quiero hacer llorar a la RAE) y al cansancio acumulado, la noche se convierte en un trámite reparador y, por segundo día consecutivo, me despierto con sensaciones bastante positivas. Además, la perspectiva de llegar hoy a casa y completar con éxito esta pequeña aventura también ayuda a que, casi sin darme cuenta, ya esté de nuevo listo para ponerme en marcha.

"Confía en mí,
nunca has soñado,
poder gritar
y te enfureces,
es horrible,
el miedo incontenible".

Tras despedirme de la bellísima Sigüenza, encaro una primera subida que me servirá para combatir el frescor mañanero y deleitarme con unas preciosas vistas de la localidad guadalajareña. Un día más, me siento afortunado por poder disfrutar de estos amaneceres en la más absoluta soledad. Qué gozada.

Un precioso punto de partida

Espectaculares vistas para arrancar la mañana

Alcanzada una pequeña meseta, circulo por un terreno ondulante hasta el Mirador de Félix Rodríguez de la Fuente, lugar desde el que ya se avista el que será plato fuerte del día, el Barranco del Río Dulce. Aunque ya me había hecho a la idea de que el lugar iba a sorprenderme,  la realidad es que este rincón superó todas mis expectativas.

El mirador de Félix Rodríguez de la Fuente

"Entonces ven,
dame un pedazo.
No te conozco
cuando dices qué felices,
qué caras más tristes,
qué caras más tristes.

Dónde estás.
No te veo, es mejor.
Ya lo entiendo ahora,
ya no me lamento.
Yo sigo detrás.
Para qué".

El Barranco del Río Dulce desde las alturas... Ya promete

Después de descender hasta la localidad de Pelegrina, encaro un camino que ira pegado al río durante unos 14 kilómetros. La entrada, con los contraluces provocados por el sol naciente, ya promete, pero será una vez  que me interne en el barranco cuando disfrute de la mayor explosión de otoño que han visto mis ojos. El sendero desaparece de repente bajo un manto de hojas amarillas recién caídas y serpentea junto a un río que baja bravo y alegre, internándose entre multitud de árboles empeñados en colorear el entorno. El ambiente es húmedo y fresco. Por si fuera poco, aquí y allá, donde queda un resquicio, asoman plantas y hierbas que con su vigoroso verdor contribuyen a disparar la paleta de colores…

Contraluces sugerentes a la salida de Pelegrina

"Asfalto" de primer nivel

Precioso, pero la foto no hace justicia...

Avanzo impresionado y emocionado, tanto, que me paso un desvío y estoy a punto de caerme por ir con la cabeza mirando a cualquier lado menos a lo que aparece delante de la rueda delantera. Afortunadamente, para no estropear el momento, reacciono a tiempo y saco el pie justo antes de tragarme el único escalón rocoso que me iba a deparar este delicioso tramo de recorrido.

Lo díficil es no despistarse con este entorno...

"Si cada vez que vienes me convences,
me abrazas y me hablas de los dos.
Y yo siento que no voy,
que el equilibrio es imposible cuando vienes
y me hablas de nosotros dos.
No te diré que no.
Yo te sigo porque creo que en el fondo hay algo".

Cuando alcanzo Aragosa, el punto de, digamos, salida del barranco, lo hago con la sensación de haber sido agraciado con la lotería, porque cuando diseñé la ruta ni tan siquiera intuía que iba a poder pedalear por un lugar tan especial en, posiblemente, su momento de máximo esplendor. Como no podía ser de otro modo, me prometo volver y, sobre todo, traer por aquí a la familia el octubre que viene.

Cambio de tercio

Con el regusto dulce -nunca mejor dicho- que siempre deja una zona así y una sonrisa bobalicona, encaro un largo tramo de carretera hasta Jadraque. El terreno se va ondulando poco a poco y, justo al llegar a esta localidad, se empina ya drásticamente en busca de su imponente castillo. Mi sensación era que el ascenso iba a concluir al poco de rebasar la fortaleza, pero la realidad es que, dibujadas las últimas herraduras, el asfalto deja atrás las fabulosas vistas y sigue ganando metros de desnivel. No son rampas duras, ni mucho menos, pero a estas alturas del viaje, los porcentajes de subida empiezan a multiplicar por dos su valor real…

A la conquista de otro castillo, el de Jadraque

El castillo queda atrás, la subida sigue

Finalizada la interminable subida, dejo atrás una breve zona de páramo en la que Eolo comienza a apretar y vuelvo a caer hasta el fondo de un pequeño valle por el que iré avanzando, sin grandes complicaciones, hasta Yunquera de Henares. El track alterna asfalto y mucha pista, más de la que esperaba, pero todavía depara pasos interesantes, en especial ese recodo en el que el río Badiel acude puntual a su cita con el Henares.

Camino del valle del Badiel

Pequeño remanso de paz antes de la gravera infernal 

"Ella no me imagina
cazando en los bares,
viviendo deprisa.
Para qué.
Para qué".

Antes de llegar a Yunquera, me toca bordear una gravera, esa típica explotación en la que los camiones corren por los caminos levantando irrespirables polvaredas, sin importarles lo más mínimo que por allí puedan pasar otros vehículos… Este corto, pero desagradable sector, será el preludio de un tramo absolutamente insulso y desmoralizador hasta Marchamalo. Aunque se circula por una pista paralela a un canal, este es poco más que una ciénaga abandonada y, por momentos, nauseabunda. Además, hay partes muy pedregosas y otras tan embarradas y con unos charcos tan extensos que, en un momento dado, me toca desmontar y buscar un paso libre por mitad de un campo recién arado… Menos mal que en Yunquera había tenido la brillante de idea de parar a tomar un pincho de tortilla con una Coca Cola, porque de lo contrario creo que me habría tirado de cabeza al fango…

Visto en esta foto, el canal parece hasta bonito, pero no

Para rematar, en Marchamalo arranca una pestosa subida hasta pasado Usanos. Sin el aliciente de un paisaje mínimamente atractivo, agacho la cabeza, meto piñones y conecto la emisora mental. La melodía que lleva insinuándose toda la mañana se abre al fin paso y a fuerza de tarareos consigo ir ganándole la partida a un terreno infumable.

"Si cada vez que vienes me convences,
me abrazas y me hablas de los dos.
Y yo siento que no voy,
que el equilibrio es imposible cuando vienes
y me hablas de nosotros dos.
No te diré que no.
Yo te sigo porque creo que en el fondo hay algo".

Al llegar a Galápagos, lejos de relajarme, redoblo la concentración, ya que ahora toca lidiar con un escenario que, como intuía, va a exprimir mis ya escasas fuerzas.  Los repechos por caminos pedregosos se suceden y en las bajadas, con tanto bache, es imposible descansar. Llego tan reventado a Valdeolmos que decido desplomarme en la terraza de un bar en la que aún pega un tímido sol, saltarme por primera y única vez la dieta sin gluten y comerme un bocadillo de lomo acompañado de un café con leche.

Tobognes insufrinbles, camino de Valdeolmos

La parada, que se extiende más de lo que debería, me permite recargar mínimamente el depósito y recuperar la moral. Me digo que ya no queda nada, que es bajar hasta orillas del Jarama y luego transitar por caminos ya conocidos hasta casa; que el reto está casi superado y que, además, he llegado hasta aquí disfrutando muchísimo más de lo que esperaba. Seguimos, claro que seguimos.

"Confía en mí,
nunca has soñado,
poder gritar
y te enfureces
es horrible,
el miedo incontenible".

Y sí, así es. En cuanto dejo atrás Fuente el Saz de Jarama y alcanzo la ribera del río, el optimismo vuelve a dispararse. Además, antes de llegar a San Sebastián de los Reyes, disfruto de un encantador senderito que ya transité en Rumbo al norte y gano en fuerza mental para superar, aunque a paso lentísimo, las sucesivas subidas por la Dehesa Boyal y Valdelatas.

Senderito con encanto, a orillas del Jarama
Madrid asoma tras el monte de Valdelatas. Llegamos

Hasta casa, me empeño en ser lo más fiel al recorrido planificado y eludo el Anillo Verde hasta que ya resulta imposible esquivarlo. Soy presa, al fin, de la emoción. Hoy no hay lágrimas, pero sí una preciosa sensación de plenitud. Ya no es que me sienta capaz de pelear por cumplir ese sueño de participar en una prueba de ultraciclismo, es que considero que hasta ese momento, si llega -y si no llega la verdad es que me va dar igual-, voy a disfrutar mucho del camino para alcanzarlo. Y eso, al final, es lo que realmente importa. 

"Entonces ven,
dame un abrazo.
No te conozco
cuando dices que felices,
qué caras más tristes
qué caras más tristes
qué caras más tristes
qué caras más tristes
qué caras más tristes".

(Los PiratasEl equilibrio es imposible)


ALGUNOS DATOS

- Distancia: 171,65 km. 

- Desnivel acumulado: 1.507 m.

- Velocidad media: 18,8 km/h

- Velocidad máxima: 50,5  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 9h 08' 26"

- Hora de salida: 08:32  

- Hora de llegada: 19:04




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