Rumbo al sur: una consulta de psicología sobre ruedas

"Todos tenemos miedo, incluso los que presumen de valientes. Nacemos con miedo a la vida y nos morimos con miedo a la muerte". (JAVIER REVERTE – Escritor español)

Días antes de realizar esta ruta, me topé con un tweet de la banda granadina Lori Meyers en el que hablaban de conmemorar el vigésimo aniversario de Viaje de estudios, su primer trabajo, un LP al que yo di muchísimas vueltas. ¡20 años! ¡20 años! Es increíble cómo pasa el tiempo. Qué jóvenes éramos y, sobre todo en mi caso, qué buen oído aún tenía…

Ese tuit fue, de algún modo, el responsable de que me lanzase a esta pequeña aventura. De un vistazo, saltaron por los aires todas mis dudas y miedos. Fue terminar de leerlo, reflexionar tímidamente y llegar a la conclusión de que por muchos achaques que pueda tener, mientras me quede ilusión, habrá que seguir dándole a los pedales. La sordera dinamitó mi vida y me arrebató un pilar tan esencial como la música, pero no voy a permitir que sus tentáculos se lleven también mi pasión por la bici. Dentro de otros 20 años, veremos dónde y cómo estamos, pero por el momento, seguimos.

"Si me vuelves a mirar,
yo te partiré la cara.
Si me vuelves a encontrar,
en un cruce de miradas.
Ahora todo sale bien,
y es porque llevo ventaja
para vernos otra vez".

El objetivo del día no era otro que el disfrutar de un larga jornada de pedaleo y, de paso, ir avanzando en ese absurdo reto que me he marcado de enlazar Madrid capital con los extremos de la comunidad. Con norte y este ya conquistados y el oeste reservado para meses con más horas de luz, no quedaba otra que poner rumbo al sur. Era el destino que menos me llamaba de todos, pero dado que la época se antojaba ideal para rodar por páramos y descampados sin ser ajusticiado por Lorenzo, decidí meter los prejuicios en un cajón y lanzarme a los caminos.

Arrancamos

Salgo de casa sobre las 7:42, abrigado, pensando en que, hasta que amanezca por completo, el frescor de la noche se dejará notar. Ni un kilómetro después, paro a echar la primera foto del día y, de paso, quitarme una chaqueta impermeable que ya no me volveré a poner en todo el día, ni siquiera cuando, a última hora, vuelva a esconderse el sol. Otra cosa no, pero de calor corporal voy sobrado.

Amanece en el lago de la Casa de Campo

Poco a poco, y sin nada que reseñar, voy dejando atrás la Casa de Campo y el entorno del Meaqués, una zona que tuvo su apogeo durante los tiempos pandémicos y a la que ahora solo acudo muy de vez en cuando. Ni siquiera su gran valedor, el gran DwarfCu, le presta ya mucha atención, pese a que tiene un sendero a su nombre por el que, obviamente, decidí transitar rumbo a Alcorcón.

El sendero DwarfCu, pura artesanía

Superada la A-5 por un paso elevado, enlazo caminos y, en un periquete, sin tocar asfalto, me planto en el Parque de Polvoranca (Leganés). No es que sea un lugar precioso, pero con el otoño aún vigente, el entorno resulta, al menos, agradable. Nada ver con lo que, una vez cruzado, me va a ir deparando el recorrido…

Otro lago, el del Parque Polvoranca (Leganés)

Iglesia de San Pedro Apostol de Polvoranca (Leganés)

"Sin más, no preguntes dónde estás.
Si nos vemos en otro lugar del mundo,
donde no estaremos juntos".

Hasta Cubas de la Sagra, el paisaje se vuelve absolutamente anodino. Aunque logro esquivar el enjambre de carreteras que pueblan esta zona -salvo en un breve tramo antes de Loranca-, el track me castiga con un sinfín de pistas insulsas que se abren paso entre escombreras de todo tipo. Es increíble lo cerdos que somos, pero increíble. Podía haber elaborado un álbum específico sobre el tema, pero, por vergüenza, sólo me detuve una vez para retratar un desecho, digamos, llamativo. Por cierto, me sorprendió (o no) que entre restos de obras, muebles viejos, coches quemados y basuras de toda clase y condición surgiesen, de cuando en cuando, restos de atracciones de feria…

Made in Madrid

El tramo, que además incluye un lamentable senderito entre malezas en el que casi me caigo en un inesperado y profundo hoyo (buena derrapada metí), me brindó también la oportunidad de poner a prueba mi olfato. Mis orejas están para el desguace, pero mi nariz, en cambio, tiene una sensibilidad especial, tanta que, en este sector, marcado por el paso entre naves y algún que otro polígono, detectó olores a abono, carrocerías, fabricación de muebles, neumáticos apilados, caballos, compuestos químicos, bazares orientales y, para compensar, aunque durante escaso tiempo, una panificadora. Mención especial para esos instantes previos a la llegada a Humanes, en los que pasé junto a unos remolques de aseos portátiles que decían ser premium y que seguramente lo fueran, pero en la categoría de objetos malolientes… Sin comentarios.

"Y no estaremos juntos.
No estaremos juntos.
No estaremos juntos.
No estaremos juntos".

Por fin, tras bordear Griñón, el terreno comienza a mutar. Aunque tampoco es para tirar cohetes, aquí y allá comienzan a despuntar campos verdes y pequeñas masas arbóreas. Además, tanto la llamativa plaza de la Constitución de Cubas de la Sagra como, sobre todo, el castillo y la plaza de España de Torrejón de Velasco invitan a pensar que lo peor ya ha quedado atrás.

Plaza de la Constitución (Cubas de la Sagra)

Castillo de Torrejón de Velasco. Visto lo visto, casi patrimonio de la Humanidad

Además, de camino a Titulcia, el recorrido mejora sensiblemente. Aún habrá que pasar una zona pestosilla en las cercanías de Ciempozuelos, pero al menos podremos ya transitar por lugares más solitarios e interesantes, como el entorno de la Fuente de la Teja y la Ermita de San Isidro, lugar desde el que arranca la primera subida interesante del día. No es gran cosa, pero permitirá ir calentando de cara a un posterior tramo en paralelo a la vías del AVE en el que habrá que superar varios repechones. El último de ellos, por cierto, me hizo poner pie a tierra por su despiadado desnivel y su firme derrapante. Por aquí, además, se cruza también el tramo más divertido de la jornada, un senderito juguetón que desciende por el Cerro de la Peñuela hasta el Canal del Jarama.

Fuente de la Teja y Ermita de San Isidro (Valdemoro)

En paralelo a las vías del AVE

Un ratito de diversión en la bajada del Cerro de la Peñuela

Justo antes de llegar a Titulcia, transito el único tramo común de esta ruta circular. Hay que cruzar el Jarama por algún sitio y los puentes de esta coqueta localidad resultan la mejor opción. En el primer paso, rodeo el pueblo y, rápidamente, pongo rumbo a Aranjuez por una zona que ya rodé, en sentido contrario, durante la Madrid-Toledo-Aranjuez-Madrid. Aunque son más de 10 kilómetros bastante rectilíneos, supero el tramo de pista con bastante soltura y, sin pensármelo mucho, me deshago del trámite de entrar en la localidad ribereña por una carretera con bastante tráfico.

Tras hacer la primera parada de más o menos entidad para comer un pequeño bocadillo junto al espectacular Palacio Real, retomo la marcha para completar el bucle hasta el extremo sur de la comunidad. Aunque, con el objeto de hacerlo algo más atractivo, he diseñado ida y vuelta por zonas distintas, asumo que serán 60 kilometrazos sin grandes alicientes en los que el factor mental resultará decisivo.

Primer paso por Aranjuez. Ya queda menos

Por eso, rumbo al sur, y mientras circulo por el Canal de las Avesotro viejo conocido-, apuesto por volver al origen de esta ruta y recordar cómo era mi vida hace 20 años. Aprovechando que toda esta zona rezuma tranquilidad y que el viento pega de tal forma que no aturulla demasiado, inicio un diálogo conmigo mismo -a veces en voz alta- que me resulta tremendamente reconfortante y que me ayuda a digerir con rapidez los 30 kilómetros de ida y presentarme, con más ánimo del esperado, en ese lugar anodino que delimita las provincias de Madrid y Toledo.

Pasando consulta psicológica a orillas del Tajo

El extremo sur de la Comunidad de Madrid. ¿Tanta historia para esto? 😋

Hecha la pertinente foto a la nada, doy media vuelta con el claro objetivo de repetir la estrategia psicológica y retornar a Aranjuez sin mayores problemas. Pero no. El viento me entra por la izquierda, el lado en el que llevo el audífono, y, aunque reduzco su volumen, apenas consigo distraerme. Para colmo, tras un primer tramo de camino, me toca circular unos 8 kilómetros por una N-400 con la cantidad de tráfico necesaria para crisparme los ánimos. Cada vez lo llevo peor.

Caminos desolados, de vuelta a Aranjuez

"Ahora he vuelto a descubrir
que cambio por segundos.
¿Qué pretendes conseguir?
Si por mí disfruto mucho.
Compro el tiempo sin pagar
en el mercado de difuntos
¿Dónde vienes, dónde vas?"

Para completar el bucle, el track me ofrece una degustación de terrenos variados: desde pistas pedregosas hasta caminos plácidos aún teñidos de otoño, pasando por una pequeña selva de hierbajos y maleza en la que tuve que parar varias veces a sacar restos vegetales del cambio. Por fortuna, y pese a algún salto de cadena de esos que ponen un nudo en la garganta, consigo llegar de nuevo a Aranjuez, donde paro a rellenar el bote, comprar un Coca Cola y degustar el segundo bocadillo de la jornada.

Ültimos vestigios otoñales, a un paso de Aranjuez

Desde aquí, me restan 30 kilómetros hasta San Martín de la Vega, el lugar en el que arranca el carril bici que me llevará hasta Madrid capital y en el que , digamos, terminan las posibles complicaciones. Por eso, me marco este pueblo como gran objetivo. Aunque acumulo un cierto cansancio, el achacable a los más de 150 kilómetros que ya he pedaleado, aún me noto fresco física y, sobre todo, mentalmente. Contra todo pronóstico, el medidor de temperatura cerebral no emite señales de alerta. Conociéndome, es que ni me lo creo.

De vuelta a Titulcia, tramito un segundo callejeo por Aranjuez, dejo atrás el curioso Real Cortijo de San Isidro y encaro una asequible pero constante subida por caminos entre olivos y viñas que seguirá disparando mi ánimo. El entorno es más amable, el viento no molesta y mis piernas aún giran. Además, antes de llegar a la citada localidad, tengo la oportunidad de disfrutar de una rápida y siempre reparadora bajada.

El Real Cortijo de San Isidro, como bien pone en el cartel...

Entre viñas y olivos, rumbo a Titulcia

Tras detenerme un par de minutos en una Plaza Mayor que nunca hasta ahora había visitado, abandono Titulcia por su curioso puente de hierro, deshago el tramo de carretera que ya había transitado por la mañana y tomo una pista junto al Canal del Jarama que, en teoría, debía llevarme sin problemas hasta San Martín de la Vega. Pero no, a escasos 20 metros de acceder a esta población, me topo con una infranqueable valla que me niega el paso… Tan cerca, tan lejos.

El puente de hierro de Titulcia. Segunda vez que hago esta foto

Canal sin salida... Con lo bien que se rueda por aquí

Frustrado, doy marcha atrás y retrocedo hasta encontrar una salida a la carretera que discurre en paralelo y, por ella, ya sí, alcanzo el pueblo en el que haré la última parada del día para comprar un Aquarius y finiquitar la bolsa de frutos secos que me viene acompañando desde la salida. Igualmente, aprovecho el momento para cambiar de gafas y dejar las luces listas para un encendido que no tardará en llegar.

"Sin más, no preguntes dónde estás.
Si nos vemos en otro lugar del mundo,
donde no estaremos juntos".

Quizá por haber dado por sentado que el tramo de carril bici entre SMV y Madrid iba a ser ya un trámite, mi cuerpo empieza a desconectarse justo en el ascenso a La Marañosa. De repente, en las tímidas rampas de este clásico del ciclismo madrileño, me asalta el cansancio acumulado y me veo obligado a subir piñones y ascender a paso lento-lentísimo. Rondo ya las 11 horas de pedaleo y, aunque la ruta no ha presentado grandes dificultades, la falta de costumbre hace mella.

La Marañosa, el "coloso" del sur de Madrid

Mordor, digo Madrid, desde La Marañosa

Una vez más, toca tirar de cabeza, y una vez más, mi cerebro responde. Esta vez, opto por distraerme pensando en cuándo podré completar este reto y poner rumbo al oeste y en ir ya planificando otras aventuras, porque, me insisto, mientras pueda, voy a seguir pedaleando en busca de la felicidad. Quizá es una burrada lo que voy a decir, pero si me tiene que pasar algo, prefiero que sea haciendo lo que me llena que no perdiendo horas en un trabajo que hace años que dejó de resultarme atractivo o, simplemente, lamentándome por la mala suerte que estoy teniendo en términos de salud.

Un avión en una rotonda. El futuro era esto

Y así, pedaleando con la mente, cruzo Perales del Río, alcanzo el Parque Lineal del Manzanares, esquivo a unos cuantos centenares de personales, animales y cosas en Madrid Río y me presento en mi kilómetro cero particular, el Puente del Rey. Tengo claro que no recordaré esta ruta ni por sus paisajes ni por su dureza ni por momentos especialmente llamativos, pero sí por haber sido una en las que más he disfrutado mentalmente. Perdonen que me repita, pero sí, una crónica más: ¡Viva la bici!

El puente del Rey y el Palacio Real de Madrid. Mi kilómetro cero

"Y no estaremos juntos.
No estaremos juntos.
No estaremos juntos.
No estaremos juntos".

(Lori Meyers – Viaje de estudios)

ALGUNOS DATOS

- Distancia: 222,64 km. 

- Desnivel acumulado: 1.398 m.

- Velocidad media: 22 km/h

- Velocidad máxima: 54,1  km/h

- Tiempo total de pedaleo: 11h 20' 53"

- Hora de salida: 07:42  

- Hora de llegada: 19:04

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